POESÍA. ARTES & LETRAS

Sylvia Plath: revisitando a una zombi

Una aproximación desde la psiquiatría a la autora de 'Ariel' y 'La campana de cristal', que se suicidó en Londres con poco más de treinta años

Retrato de la escritora norteamericana que puso fin a su vida en Londres, en 1963.
Retrato de la escritora norteamericana que puso fin a su vida en Londres, en 1963.
Archivo Heraldo.

Cuando te poseen el aroma podrido del malditismo y los estigmas de la locura y el suicidio, es difícil sustraerse al estereotipo, y que tu vida sea tuya. Se le han hecho tantas autopsias a Sylvia Plath (1932-1963) que parece imposible que no exista algún orificio por donde le haya sido inyectado lo sublime que la explique e impida poner la etiqueta de definitiva a cualquier biografía. Se ha sobrevolado un océano multiforme y violentamente desértico: con tesis, documentales, ediciones, ‘collages’ de todo tipo y canonizaciones, pero las dunas se mueven fantasmales y su cuerpo no está en la tumba que veneramos. «Y yo soy la flecha, / el rocío que vuela / la suicida, confundida con el impulso / hacia el ojo / rojo; hacia el caldero de la mañana». ( ‘Ariel’, 1962).

Se exhibe en un decorado tan intrincado y selvático que su fugaz supervivencia es algo heroico para un personalidad tan intensa, dotada de una voluntad y determinación imposibles, que quiere ser escritora, abanderada sin pretenderlo del feminismo, en una sociedad patriarcal. Nacida en los años de la Gran Depresión, su vida transcurre en la sombra de la ausencia de su padre de origen alemán, prestigioso entomólogo y catedrático de la Universidad de Boston, y la tutela sobreprotectora y exigente de su madre Aurelia Schober de origen austriaco, que renunció a su carrera por la de convencional ama de casa, madre mantis religiosa y mártir. Su padre muere de diabetes y testarudez tras negarse a cualquier exploración médica creyendo que tenía un cáncer incurable, ella tenía solo 8 años.

«Nunca conseguiré recomponerte, / repegarte, reunirte, rejuntarte… Oh padre, solo, eres hondo y denso / como foro romano. Entre cipreses / me siento y el acanto de tu pelo / y tus huesos estriados se penetran / de su antigua anarquía hasta el borde/ del horizonte» (‘The colosus’, 1960).

La herida de su padre no se cerraría, porque ella, Electra o Medea, cultivaba gusanos. «No eras Dios sino una esvástica / tan negra que ningún cielo podía despejarla / toda mujer adora a un fascista / la bota en la cara, el bruto / bruto corazón de un bruto como tú…. Pero papi, se acabó, he desconectado/ el teléfono negro de raíz, las voces/ya no pueden reptar por él». (‘Daddy’, 12 de octubre de 1962).

Ella se sintió tan electrocutada como los Rossemberg en la caza de brujas de McCarthy, decidió que «se suicidaría antes de recibir otra descarga»

¿Intentaba desenmascararse de su identidad WASP? ¿Hubiera querido ser judía o gitana o todo a la vez? Quería ser todo, quería ser Dios o Yeats, Joyce, Nietzsche, Dostoyevski, y Sylvia, y quebrantar todos y cada uno de los mandamientos. Cuando arroja su ropa desde la terraza del Barbizon al oscuro laberinto de Nueva York, arroja lo efímero, falso, corrupto y amoral de ‘Madeimoselle’, la ambición sin límites y el monstruo de dos cabezas que la seducía. Es el inicio de su descenso a los infiernos narrado en ‘The Bel Jar’, porque ella estaba tocada por el fuego. Primero conocerá le negra cara infantil de la peor psiquiatría, aquella en la que la cordura femenina consistía en gestionar adecuadamente sus responsabilidades domésticas. En la década de oro de la psicofarmacología el único tratamiento que se ofrece a su depresión es el que administran «los artistas del electrochoque» al que se le deriva en la segunda consulta, sin reflexión ni protocolos. Ella se sintió tan electrocutada como los Rossemberg en la caza de brujas de McCarthy, decidió que «se suicidaría antes de recibir otra descarga».

Quizá el retrato más luminoso y feliz de Sylvia Plath, que estuvo en España.
Quizá el retrato más luminoso y feliz de Sylvia Plath, que estuvo en España.
H. A.

En 1953 se practicaba sin anestesia, y los riesgos eran elevados, tras cuatro sesiones fallidas, realiza un intento serio de suicidio tomándose una caja de somníferos (probablemente fenobarbital) y escondiéndose en una oquedad del sótano de la casa, cuya entrada ocultó cuidadosamente con leña, para no ser descubierta.

A los tres días la hallarían por pura casualidad, gracias quizás al perro del hades que ladró delatándola, y en grave estado. «La turba que masca cacahuetes / se arremolina para ver cómo me quitan / las vendas de las manos y los pies /… Morir / es un arte, como todo. Yo lo hago extraordinariamente bien». (‘Lady Lazarus’ 23-29 de octubre de 1962). Ingresa en el McLean Hospital de Belmont. Un psiquiátrico de clase alta, donde al principio no mejora y es sometida a otra tortura experimental, la cura de Sakel que consistía en provocar comas hipoglucémicos mediante la administración de insulina subcutánea tres veces al día, y que fue ineficaz. Tratada con Thorazine que la deprimió aún más, otras seis sesiones de electrochoque conseguirían tal vez acercarla a la orilla. Poco importa el diagnóstico con los criterios que dominaban entonces: «Trastorno psiconeurótico, reacción depresiva».

Coeficiente intelectual de genio

En realidad, Sylvia Plath, que poseía un enorme talento (su coeficiente intelectual era de 160 que se consideraba en rango de genio), padecía un Trastorno Bipolar II. En esta electrizante montaña rusa, se graduó con honores en el Smith College, y logró una beca Fulbright para realizar su postgrado en Cambridge. Buscó la independencia que no se les permitía a las mujeres, la ambición de llegar a lo más alto en su arte, y la libertad sexual, un tabú que era el exponente más claro del doble rasero moral. Una mujer podía ser una alcohólica degenerada, un hombre en cambio un macho ardiente, un don juan libertino. «De las cenizas/ surjo con mi cabello rojo / y me como a los hombres como aire» (‘Lady Lazarus’).

Buscó la independencia que no se les permitía a las mujeres, la ambición de llegar a lo más alto en su arte, y la libertad sexual, un tabú que era el exponente más claro del doble rasero moral.

Cuando se habla de su promiscuidad, se habla desde el prejuicio, al margen de la pérdida del control inhibitorio que se podía producir en las fases hipomaniacas del trastorno bipolar y una creatividad aumentada.

El matrimonio con el poeta Ted Hughes sería una colisión de dos planetas en llamas con luna de miel en Benidorm; acabaría en suicidio. Al margen de ser un icono polisémico, es una de las mejores poetas del siglo XX. Su poemario póstumo ‘Ariel’ es una cumbre imprescindible. «La mujer alcanzó su perfección / su cuerpo / muerto muestra la sonrisa del cumplimiento; / la apariencia de una necesidad griega / fluye por los pergaminos de su toga». (Filo, 5 de febrero de 1963).

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