relato
El futuro raro e inhumano de Pío Gil Cano, el ballenero enano al que se le fue la mano
En un porvenir no tan lejano, las rimas internas y la toponimia dominarán el mundo y poblarán las ondas cada verano. La corporación Gee Stein Ltd., siempre un paso por delante, dirigida por un tunante, busca el modo de recuperar la alegría de vivir.
Esta semana soy asesor. Financiero. Es miércoles. Acaba de abrir Nueva York, aquí son las tres y media de la tarde. Hoy tocaba la campana de Wall Street un tataranieto de Alexander Graham Bell: claro.
La cosa pinta fea, hay guirigay en el parqué. En días así, el trabajo principal es preparar al cliente para el bofetón y explicarle que aguantar (o vender, o comprar) en vez de piafar cual jamelgo rabioso no es un error, que así es el negocio bursátil. Mañana, la llave de la confianza cambia de barrio: todos mirarán al Nikkei, ese índice que es todo corazón, aunque no siempre alza pulgares y meñiques como hacía Ronaldinho cuanto metía un gol.
Soy un devoto de las tontadas plurilingües. ¿Lo pillan? Bell, campana, Nikkei, ni llave, cito dos dedos que sirven para muchas cosas. Qué malos son los chistes cuando ni explicándolos hacen gracia.
La semana que viene cambio de profesión. Gee Stein Ltd es una corporación pionera en la motivación del trabajador. Desde su fundación en 2054, allí entendieron que no se debe trotar sin andar antes, y aplican esa máxima a su esquema laboral. Este año Puedo elegir entre ser zar, mecánico dentista, censor de canciones, responsable del ‘catering’ en un rodaje de bajo presupuesto u otorrino en Barbados. Trabajar en futurismo es lo que tiene. La formación específica se inyecta al llegar a la oficina el lunes, y los viajes son instantáneos: desplazarte por el mundo en el supertubo resulta maravilloso.
En vez de moverse en 2074, el año actual, la empresa vive en 2132. Cuando estamos dentro sabemos cosas que vosotros no imagináis, pero no podemos contarlas porque nos nublan la memoria cuando abandonamos las instalaciones. Si hubiera fallos en el proceso de borrado e intentáramosmos revelar historias que rompieran el espacio-tiempo, nuestra voz o escritos se encriptarían con el ‘software’ Aleator, y nadie entendería un carajo.
Antes de asignarte un proyecto concreto, monitorizan tus capacidades en este orden: originalidad en la resolución de problemas severos, orden en la resolución de problemas nimios, facilidad para desoír el Método sin merma de rendimiento, fuerza de voluntad en la nutrición, resistencia a la ingesta de absenta, control de la adjetivación, conservación del acento regional y pureza del alma, dato este último que se confía a la intuición del androide de recursos humanos.
A final de mes seré otorrino: lo de titiritero corresponde al plan de 2075. La música y la poesía serán imprescindibles para completar con éxito este periodo. En Gee Stein son cartesianos, pero en modo artesano; si partes la palabra en dos (toponimia facilona, sí) tu salud lo agradece con una palmadita en el hombro y la interjección ¡artista!, que en mi cabeza suena con la voz de Antonio Garisa.
Además de titiritero (en diciembre iré e Abizanda para aprender con los Paricio) en 2075 también seré maestro coctelero especializado en mojitos de guavaberry, sicario de guante blanco, esquivador de balas, corrector en una editorial, político arrinconado, ejecutivo arribista, contable, profesor de bable, contramaestre en un carguero y funambulista de los buenos: cruzaré el Niágara sobre una soga con zapatones de payaso. Visitaré Suiza, Nauru, Madridejos, Ushuaia y Vaduz.
Soy Pío Gil Cano, otrora ballenero, y enano. Mi jefe conoció al primer Gee Stein y cree que tengo potencial para reeducar adultos en Irkutsk, pero lo ha dicho en verano, y el tipo pierde estivalmente la razón: no puedo fiarme de su palabra. La recupera en octubre, cuando suelo extraviarla yo; el resto del año miente con aplomo, y nunca me entero a tiempo. Qué contrariedad
