El aullido eterno de Little Richard

Una biografía repasa la dura juventud y el triunfo de este mito abiertamente gay, que marcó la excentricidad y el ritmo del género rockero.

Little Richard, en un concierto en París el 7 de junio de 2005.
Little Richard, en un concierto en París el 7 de junio de 2005.
STEPHANE DE SAKUTIN/AFP

Richard Penniman, el salvaje Little Richard, tenía la pierna derecha más corta que la izquierda, caminaba cojeando y arrastrando los pies, su cabeza era muy grande respecto a su cuerpo y uno de sus ojos destacaba sobremanera sobre el otro.

Al cantante de temas tan singulares y de tanto alcance como ‘Tutti Frutti’, con su famoso «a-wop-bom-a-loo-mop-a-lomp-bom-bom», o ‘Lucille’, le llamaban en la escuela «nenaza, capullo y monstruo», según recordaba uno de los reyes del rock y la ‘reina’ indiscutible del género, que nunca ocultó su identidad gay. Se maquillaba y perfumaba con lo que tenía su madre en el cuarto de baño, e imitaba su voz chillona, un aprendizaje vocal que se convirtió en una de las señas destacadas de su personalidad como cantante.

El periodista Mark Ribowsky acaba de publicar en español ‘La extraordinaria vida de Little Richard’ (Libros Cúpula), un minucioso relato biográfico y discográfico del músico que le dio al rock un sello imborrable. Como tantos otros cantantes negros, creció en las iglesias escuchando e interpretando góspel. Pero en los años cuarenta ya empezaban a soplar los vientos del 'rythm and blues'. De ahí al rock solo había un par de pasos.

Vivía en Macon, una ciudad de unos 70.000 habitantes de Georgia (hoy el doble), de mayoría negra descendiente de esclavos, y de la que también salieron Ottis Redding y James Brown, así como posteriormente The Allman Brothers. Pensaba en ser predicador para contentar a su padre, muy cabreado por la excentricidad de su hijo. Desde los diez años se presentaba como sanador y visitaba enfermos, a los que ofrecía su espectáculo. «Muchos juraban que se sentían mejor y a veces me daban dinero», dijo el cantante sobre sus inicios infantiles.

A los 17 años ya estaba en la carretera, buscándose la vida en los clubes nocturnos. Incapaz de pagarse una habitación en el hotel más barato, terminaba durmiendo en las campas del sur profundo. «Solían darme palizas por nada. Me golpeaban la cara con palos. La policía me paraba para que me limpiara la sangre. Yo intentaba que no me afectara. Sabía que había un camino mejor y que el Rey de Reyes me lo mostraría. Yo era un hijo de Dios y sabía que Dios me abriría la puerta».

Una revolución en camino

Al final de su adolescencia, su físico había dado un vuelco. Medía más de un metro ochenta, estaba muy delgado y sus pómulos altos hacían que su sonrisa destacara por debajo de su fino bigote. Llevaba un tupé engominado de varios centímetros de alto y seguía sin reconciliarse con su padre, Bud, que tenía un club en Macon y que no soportaba nada que se saliera del blues canónico. Solo le aceptó cuando empezó a tener éxito, y no vivió para ver los momentos más álgidos de su hijo, ya que murió a los 41 años en un tiroteo con uno de sus clientes.

En 1951, Little Richard firmó su primer contrato discográfico, que no llegó muy lejos. En los estudios de grabación no era ni la mitad de bravo que en los escenarios del ‘underground’ gay y del circuito ‘chitlin’, exclusivo para artistas afroamericanos en tiempos de la segregación.

En esa década se estaba fraguando la revolución del rock. De Broadway salía Bill Halley, con sus matices rockabillies; y de Chicago, un todavía poco conocido cantante y guitarrista procedente de St. Louis, Chuck Berry. En el sur de Estados Unidos estaba Elvis, y también el pionero Fats Domino. Mientras tanto, Little Richard trabajaba para sobrevivir en la cocina de la estación de autobuses de Macon, fregando platos y escribiendo canciones a partir de las conversaciones que oía, porque sus discos no terminaban de cuajar.

Con ‘Tutti Frutti’ fue distinto. Todos los productores vieron en la canción un ‘hit’, si se eliminaban las referencias al sexo homosexual, lo que efectivamente se hizo. Durante la grabación, Richard manejó el piano a su manera. En vez de tocar los acordes melódicos con la derecha y las notas graves con la izquierda, tocó toda la melodía con las dos manos, aporreando las notas más altas, con lo que reforzaba el ritmo de la canción. Para hacerse una idea del éxito del tema, la persona que modificó su letra, Dorothy LaBostrie, recibió cheques de 50.000 dólares dos o tres veces al año hasta su muerte en 2007.

En lo más alto de su carrera, pasada la mitad de los años cincuenta, decidió hacerse predicador, Después de un ‘affaire’ homosexual en la universidad donde se preparaba para su nuevo oficio, optó por casarse. Empezó una relación con una mestiza de 18 años, Ernestine, su futura mujer. «Si era gay, me lo ocultaba muy bien», dijo su mujer. Pasaban el día rezando y leyendo la Biblia.

Poco a poco fue volviendo al mundo del espectáculo. Después de su gira con The Beatles, ya en Estados Unidos, se metió de nuevo en el estudio de grabación. Su mujer, con la que había tenido un hijo, entendió que, al contrario de lo que había prometido, no estaba hecho para una vida sencilla.

Little Richard se encontró con que una nueva generación de músicos, entre ellos Mick Jagger, Keith Richards y Jim Morrison, le adoraban, si bien Jimi Hendrix resumía así su experiencia dentro de su banda: «Mal pagado, mala vida y quemado». De lo que no hay duda es de su legado: «Antes me llamaban marica, bicho raro, sarasa, porque me vestía así. Ahora todos los grupos se visten de esa manera y se ponen maquillaje», observó el gran mito del rock. 

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