artes y letras

La mente original del escritor y músico Pascal Quignard

Acaba de ganar el premio Formentor que recibirá del 22 al 24 de septiembre en Canfranc

Retrato del gran escritor Pascal Quignard.
Retrato del gran escritor Pascal Quignard.
Archivo Quignard.

Reunidos en Canfranc, en la Jacetania, en los Pirineos de Aragón, los miembros del jurado del Premio Formentor de las Letras otorgan el galardón al escritor francés Pascal Quignard. Este miércoles 12 de abril salió disparada la flecha del premio y cayó justo a novecientos kilómetros. Cifra redonda para un premiado tan poliédrico. Pocas veces el premio ha recorrido menos distancia. La que separa Canfranc y Sens, al sureste de París, donde vive, toca el piano, el violonchelo ya no tanto, reflexiona y escribe una vasta obra que sobrepasa los setenta títulos.

Pascal Quignard nació en 1948, en Verneuil-sur-Avre, al oeste de la capital francesa, en la Normandía interior en una familia de músicos y especialistas en literaturas clásicas. En su adolescencia se inclinó por los estudios etimológicos, el latín, el griego, la música clásica y en especial el barroco al que tanto ha dedicado de su vida creativa. Estudió filosofía en Nanterre y su pulsión por cualquier manifestación artística fundada en algo que tuviese raíz y ramas que destilasen una esencia, ha sido lo seminal en su quehacer. Su formación musical le permitió crear bajo el auspicio del entonces presidente de la República, François Miterrand, el festival de Ópera y teatro barroco de Versalles. Pionero en el género, significó un antes y un después en esa época de gran desarrollo artístico. De ahí una de sus perlas, uno de esos libros ensayo que se convierten en lanza o línea de fuga, ‘L’Origine de la danse’ o de cómo unir las figuras pintadas en la edad de piedra con los pasos y significados de los movimientos de las extremidades de los bailarines actuales.

Adiós a la música. Ensayos

Entre sus ensayos, forman piedra angular sus ‘Pequeños Tratados’, dos volúmenes que publicara con sabio criterio la editorial Sexto Piso que conforman uno de esos cofres que no se pueden olvidar. Los textos que por más de una década no consiguieron editor en Francia, acabaron saliendo a la luz para hablar de cómo miramos desde lo alto lo que despreciamos, cuando el tesoro puede que esté en lo que hemos repudiado. Y la otra piedra angular de su obra ensayística es ‘Último reino’, que camina paso a poso, volumen a voluntad, y lleva once editados en francés hasta el momento.

Empezaron en 2002 con ‘Las sombras errantes’ o el premio Goncourt a modo de entrada en una de las series más curiosas que ha dado la literatura. Porque para escribir de forma tan personal, ha de haber detrás una mente original. La que toma la decisión un día de dejar el festival de música barroca fundado por él mismo; dar carpetazo a la dirección de la editorial Gallimard una década antes de que la misma editorial le otorgase su prestigioso premio y sobre todo, retirarse del verdadero mundanal ruido a su retiro en Sens donde lee, toca el piano, escribe, dibuja, medita, pasea y consigue lo que ensalza el jurado del premio Formentor: «Rescata la genealogía del pensamiento literario». Y aunque parezca menos: «la destreza con la que se sustrae a la banalidad textual». Y la mejor prueba de que se sustrae a la banalidad textual, es la ermitaña dedicación que ha dado una prosa de ficción que rehúye la alharaca, busca la concreción sustantiva, desvanece los adverbios y las subordinadas para dejar florecer al adjetivo destilado y el tiempo verbal que fija la acción.

Desde su ‘Todas las mañanas del mundo’, probablemente su obra más difundida. La que narra la historia del músico Monsieur de Sainte Colombe que llevase al cine Alain Courneau y con la banda sonora de Jordi Savall, disparó la venta de discos de música barroca como nunca nadie pudo prever. Ni el Quignard más desbocado podría haberlo supuesto. Ya antes ‘El salón de Wurtemberg’, una historia refinada con un triángulo de personajes, sirvió de faro de estilo de sus obras de ficción. Luego vendría ‘Una terraza en Roma’ (premio de la Academia francesa en 2000) o de cómo brillar poéticamente en la oscuridad. Villa Amalia (premio Jean Giono en 2006) o lo que se puede llegar a desencadenar en una casa junto al mar en la isla de Ischia, que fue llevada al cine por Benoît Jacquot e interpretada por Isabelle Huppert. Por no desbordar con sus títulos del cambio de siglo, su ‘Vidas secretas’ o el callado lema inconsciente de toda su obra.

En 2019 le fue otorgado el premio Marguerite Yourcenar por el conjunto de su obra. Y ya en este 2023, se acaba de editar en Galaxia Gutenberg ‘El amor, el mar’, su penúltimo pensamiento en forma de apelación de nuevo a divulgar a los músicos desplazados de su valía intrínseca. Y decimos penúltimo, porque este músico escritor impenitente laborador, no detiene su creación pasados los setenta. El libro ‘Quignard’ (Éditions de L’Herne), sin traducción todavía al español, muestra de verdad la simbología, idea artística, formal, musical del autor.

El artista integral

Con entrevistas deliciosas que son verdaderas conversaciones como con el catalán Jordi Savall, o las fotografías de sus manuscritos, partituras, las series de dibujos simbólicos y apelativos al subconsciente. Y las fotos de la infancia de pantalones cortos cogido de la mano de su madre en la fantasmagórica y demolida Le Havre tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial ayudan a ensanchar y comprender el universo creativo de uno de los raros genios de la escritura que sin proclamar nada, está gritando en silencio por la creación como medio de explicación del mundo.

Y la mejor prueba de que se sustrae a la banalidad textual, es la ermitaña dedicación que ha dado una prosa de ficción que rehúye la alharaca, busca la concreción sustantiva, desvanece los adverbios y las subordinadas para dejar florecer al adjetivo destilado y el tiempo verbal que fija la acción.

Tamaño empeño no conoce límite ni por lo que parece en el capítulo de galardones. Voces bien respetadas del mundo literario pronostican que será el próximo Nobel de literatura francés. Teniendo en cuenta que la estadística dice que no pasan muchos años sin que lo haya, puede que tras el premio Formentor poco laurel más le quede que el que se entrega en diciembre en Estocolmo. Lo que ya es seguro es que la flecha hará el camino inverso de novecientos kilómetros en septiembre, lo sacará de su enclaustramiento voluntario por gracia del jurado que preside Basilio Baltasar y que tan buen oído musical literario ha mostrado y se le escuchará en las ‘Conversaciones literarias’. Otro francés más, y van… que pisará Canfranc.

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