PERSONAJES ZARAGOZANOS

Agustín Sánchez Vidal, un narrador que se asoma con erudición al Canal Imperial

El autor de 'Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin' alterna sus trabajos de cine de arte con los textos de ficción como 'Quijote Welles'

Retrato de Agustín Sánchez Vidal, que lleva más de medio siglo viviendo y trabajando en Zaragoza.
Retrato de Agustín Sánchez Vidal, que lleva más de medio siglo viviendo y trabajando en Zaragoza.
Oliver Duch.

Hay personas que aunque no sean de Zaragoza o aragoneses de nacimiento parece que siempre hayan estado ahí, en las aulas, en las calles, en la Universidad de Zaragoza o en múltiples ocupaciones y foros. Agustín Sánchez Vidal, zaragozano de Cilleros de la Bastida (Salamanca), donde nació en 1948, y joven riojano luego, como Rafael Azcona, pongamos por caso, es un buen ejemplo de ello. Llegó a estudiar a Zaragoza, se instaló en el Colegio Mayor Cerbuna, colaboró con el Teatro Estable de Mariano Cariñena -recordaría el dramaturgo y escritor que era tan curioso, que quería saber tantas cosas, que lo llamaban cariñosamente ‘Preguntín’- y se especializó en un montón de saberes: Miguel Hernández, de entrada, la narrativa de Joaquín Costa luego y más tarde Luis Buñuel. Pero no se quedó ahí: firmó estudios sobre García Lorca y Salvador Dalí, y se dedicó en cuerpo y alma a las investigaciones de cine. Editó la obra literaria de Luis Buñuel, al que visitó en México y con el que convivió un tiempo, y la publicó en HERALDO con la complicidad de Joaquín Aranda. Antes, había traducido a Simon & Garfunkel y Los Rolling Stones, y ya deslumbraba en las aulas por su curiosidad, su modernidad y su capacidad de generar sinergias con los alumnos, entre ellos Fernando Aramburu, que siempre le ha dedicado palabras de cariño y de gratitud.

Luis Buñuel se convertiría en una auténtica obsesión para él. Lo editó, analizó sus claves cinematográficas y en 1988, cuando ya era una referencia en la vida intelectual de Zaragoza, ganó el Premio Espejo de España con ‘Buñuel, Lorca, Dalí. El enigma sin fin’, donde mostraba sus conocimientos asombrosos y algo más: consiguió que Pepín Bello, el inadvertido entonces de la Generación del 27 y de la Residencia de Estudiantes, le dejase leer y reproducir su espléndido epistolario. Aquel hombre, oscense, que superaría los 100 años, en teoría el ágrafo del grupo, era una especie de incitador y un fabricante de ideas surrealistas que desarrolló la idea del carnuzo o de la putrefacción, y que regaló sus ideas e intuiciones a sus amigos los creadores. Tuvo bastante que ver con ‘Un perro andaluz’ y con ‘La edad de oro’ del cineasta calandino.

Firmó estudios sobre García Lorca y Salvador Dalí, y se dedicó en cuerpo y alma a las investigaciones de cine. Editó la obra literaria de Luis Buñuel, al que visitó en México y con el que convivió un tiempo, y la publicó en HERALDO con la complicidad de Joaquín Aranda.

Aquel libro fue todo un acontecimiento, y no se puede decir exactamente que fuese la clave del éxito posterior: Sánchez Vidal ya tenía bagaje, ya había oído gritar en el Cerbuna a un alumno arrebatado “Voglio una donna” varias veces, tras ver ‘Amarcord’ de Fellini, y lo leía casi todo. No solo la literatura y el arte, sino que también se aficionó a la ciencia, materia que desde distintos puntos de vista fue incorporando a su obra, a sus ensayos, como se vería muchos años después en su primera novela: ‘La llave maestra’, donde mezclaba la historia de Felipe II con otra más contemporánea que transcurría en Zaragoza.

Desde los años 70, Agustín Sánchez Vidal realizó una inmersión profunda y muy metódica en la historia del cine aragonés. La CAI, gracias a la generosidad y la inteligencia de Paco Egido, le encargó un curioso proyecto de libros de cine: publicó biografías y estudios de nuestros grandes cineastas: ‘El cine de Carlos Saura’ (1988), ‘Borau’ (1990), ‘El cine de Florián Rey’ (1991), ‘El cine de Segundo de Chomón’ (1992) y ‘El cine de Luis Buñuel’ (1993), que en el fondo era una inmersión en la carga simbólica y del poder de las imágenes del cineasta de Calanda. Y era también un paso adelante en su copiosa bibliografía buñuelesca. Esos títulos eran trabajos llenos de novedades, especialmente en el caso de Florián Rey: contó entre otras cosas que, tras sus grandes éxitos y sus grandes películas, cayó en el olvido y ni tenía un lugar digno en el cementerio de Alicante. Era un gran olvidado en el mezquino franquismo al que habían arrojado a la fosa común.

Agustín Sánchez Vidal no ha dejado de trabajar jamás. Siguieron llegando sus libros, alguno tan excepcional como ‘Sol y sombra’ (Planeta, 1990), lleno de sutilezas, de ingenio, de narrativas aproximaciones sobre las especias, el anís del mono o el futbolín, que inventó el gallego Alejandro Finisterre, poeta y editor. Si hay un libro que muestre el inmenso cariño de Agustín Sánchez Vidal hacia la ciudad, su ciudad, son los dos tomos de ‘El Siglo de la Luz’ (1997), que es un completo viaje por la cartelera zaragozana y contiene a su vez una pequeña historia del cine y de las salas con profusión de datos y de anécdotas. A ese inventario razonado, hay que sumarle la monografía sobre los Jimeno, autores de ‘Salida de misa de doce el Pilar’, cuya ejecución fijó en 1899 y no en 1896 como siempre se había pensado.

Sumamente brillante y un agudo intérprete o hermeneuta del torrente de imágenes, también ha sido muy constante como divulgador infatigable. Tras residir en Vía Pignatelli, luego en Menéndez Pidal, finalmente se instaló con su mujer Ana Marquesán, directora de la Filmoteca de Zaragoza, sección Documentación y Archivo, en la calle África y desde allí no ha dejado nunca de escribir ni de participar en un sinfín de propuestas: íntimo amigo de Carlos Saura, de quien dijo alguna vez que era “el mejor retratista de España”, publicó un libro ilustrado sobre él en Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg y firmó con el realizador el guión de la película ‘Buñuel y la mesa del rey Salomón’, que se estrenó en 2001.

‘Quijote Welles’ (Fórcola, 2021) es el libro de una vida, de una obsesión y de una honda herida española: la atracción que sintió por Cervantes y el Quijote ese genio irreductible que fue Welles 
Agustín ha estudiado a Miguel Hernández, Buñuel, Lorca, Dalí y a los grandes cineastas aragoneses.
Agustín ha estudiado a Miguel Hernández, Buñuel, Lorca, Dalí y a los grandes cineastas aragoneses.
Aránzazu Navarro/Heraldo.

Jamás ha dejado atrás su obra ensayística, cabría decir que se especializó en la lectura visual y sus códigos secretos y no tan secretos; a partir de 2005, con la citada ‘La llave maestra’, dio un paso hacia la narrativa. No tardaría en ganar el Premio Primavera con ‘Nudo de sangre’ (Espasa, 2008) y luego publicaría ‘Viñetas’ (Harper Collins, 2016), un libro que era su particular homenaje al cine, a los tebeos y al despertar a la cultura, o ‘Quijote Welles’ (Fórcola, 2021), que es el libro de una vida, de una obsesión y de una honda herida española: la atracción que sintió por Cervantes y el Quijote ese genio irreductible que fue Welles, marido de Rita Hayworth, enamorado varios años de Dolores del Río, aficionado a la fiesta taurina y autor de algunas obras maestras como ‘Ciudadano Kane’ y ‘Sed de mal’, entre ellas. En esa novela abierta, concebida casi como un reportaje o una cadena de entrevistas, Sánchez Vidal le hace decir al actor y director y guionista: “Yo me considero, por encima de todo, un contador de historias, como esos que frecuentan los zocos árabes. Esa es mi inclinación natural”. Como apuntó la profesora Amparo Martínez, quizá sea su mejor autorretrato.

La obra de Agustín Sánchez Vidal sigue en marcha. El pasado 2022 publicó ‘La vida secreta de los cuadros’ (Espasa, 2022), su visión distinta y muy narrativa del Museo del Prado. Ese libro en el fondo explicaba muy bien el gran homenaje que coordinó la citada Amparo Martínez Herranz. ‘Imago Mundi. El álbum del tiempo’ (PUZ, 2021), 80 miradas muy libres sobre asuntos que le habían interesado del arte, del cine, de la literatura, de la ciencia, del cómic, de la pedagogía. Y ese hombre laborioso, centrado en su mundo, amigo de la tertulia, Premio de las Letras Aragonesas de 2016, contador de historias, amigo y editor de Julio Alejandro de Castro (nos e olviden de su antología poética ‘Singladura’), el guionista oscense de Luis Buñuel, siempre ha estado ahí. Con un montón de amigos, de discípulos, de lectores y de seguidores, asomado al Canal Imperial a su paso por el barrio de Torrero.

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