El ciclo de la vida
El espectador se enfrenta a cualquier ficción suspendiendo su incredulidad y sentido crítico para amoldarse a las reglas propias de cada narración. La publicidad aprovecha esa debilidad para mentirnos sobre las virtudes de la flora intestinal, las alarmas de seguridad y la bondad del moreno terracota de un político corrupto.
La función nos apela desde un espacio diáfano y sencillo donde los mindundis sueñan con ser mejores que la caterva dirigente. Un lugar desde el que mirar y ser mirados. Un habitáculo que a veces es un loft con vistas al futuro, un contenedor con cristales de seguridad o una jaula con barrotes. El ritmo y la energía de la dramaturgia empujan un texto trenzado con una buena dosis de comedia y unas gotitas de drama.
Las interpretaciones de Leo de Bari y Xavo Giménez son una coreografía de gestos, un duelo dialéctico donde la esgrima de la ironía fina penetra en la piel para que el navajazo atormente a las entendederas, condense la hipocresía del comportamiento social hasta extraer un análisis político que conecte la corrupción de rotonda y auditorio de las élites gobernantes, con la idea de que todos somos igual de miserables en cuanto tenemos la ocasión de cacarear «que hay de lo mío» Al fin y al cabo ¿quién no ha traicionado algunos de sus principios?
El equilibrio del sistema se pone en peligro cuando un don nadie se escapa del lugar preestablecido y su aventura, tan breve como las consecuencias que la tragedia provoca, deja las relaciones de poder en el mismo lugar donde estaban: Las élites políticas se parapetan tras los señuelos catódicos que nos entretienen y el ciclo de la vida se perpetua con el Rey León en la cima del poder, mientras los Gorilas con Espaldas de Plata sueñan en sus cubículos con la sombra del jacarandá y el olor a hierbabuena.
