Roca Rey escribe una página épica

Cogido por un sobrero violento, y herido en costado y rodilla, sale a matar el sexto por decisión propia y se entrega en una faena de muy tensa emoción. Tres orejas de recompensa. 

Dos orejas para el diestro Roca Rey con el segundo de los de su lote durante el festejo taurino de la Feria de Bilbao
Dos orejas para el diestro Roca Rey con el segundo de los de su lote durante el festejo taurino de la Feria de Bilbao
Javier Zorrilla

Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. Bochorno, nublado. 12.500 almas. Dos horas y cincuenta minutos de función.

Seis toros de Victoriano del Río. El tercero bis, sobrero.

El Juli, ovación tras aviso y gran ovación tras aviso. Manzanares, ovación tras aviso en los dos. Roca Rey, una oreja y dos orejas.

El tercer toro de Victoriano del Río galopó de salida, pero arrastrando una pata. No llegó a trastabillarse ni a caerse. Sonaron unas protestas y el palco tomó una decisión precipitada: pañuelo verde. Al enfilar corrales volvió a galopar el toro. Entró en liza como sobrero, un toraco disparatado de alzada inmensa. 630 kilos. Un zambombo. 

Roca Rey pudo haber corrido turno, pero apostó por el sobrero, que cobró al relance y sin sangrar un puyazo y todavía dos lanzazos más de poco castigo. En banderillas, entero, persiguió. A plaza casi llena, de fondo un runrún de frontón, la corrida venía discurriendo sin relieve. El Juli despachó un primer toro dormidito que no se empleó y solo pasó por allí. Manzanares anduvo monocorde y plano con un segundo terciado que tuvo claro son. Faena larguísima. En manos de Roca Rey estaba volcar el ambiente.

A pies juntos, en tablas, Roca abrió faena con cinco estatuarios sin rectificar, ajustados y tragando viajes en tromba. Después del quinto, un cambio de mano para abrochar con el de pecho mirando al tendido, y coserlo con un natural enroscado y un segundo de pecho igual que el primero. Puro descaro. Y de pronto pareció otra la corrida. Todos y cada uno de los ocho aldabonazos de esa primera tanda se subrayaron con encendidos olés. Y ahora el runrún fue de asombro.

En los medios y de frente esperó de largo Roca al toro para una segunda tanda, ahora en redondo, de mano baja y ligada. En los cuatro ataques pesó el toro, pero al torero limeño no se le movieron ni las uñas de los pies. Una pausa, y otra tanda de corte casi idéntico. Todo eso fue como una sacudida. Se arrancó la banda con el Zacarías Lecumberri, que solo se escucha en Bilbao. 

Por la mano izquierda, toro violento, Roca tragó sin inmutarse dos primeros derrotes, y un tercero. Y volvió a la diestra. En corto sufrió un desarme. Se resolvió el apuro con una solución temeraria habitual: circulares, obligando al toro por la mano mala, péndulos y un último alarde que pudo ser fatal. 

De espaldas y muy cruzado fue a buscar el pitón contario, pero el toro se arrancó de improviso, lo cogió de pleno y, encunándolo, le pegó una voltereta terrible, y en el suelo lo buscó y pisoteó. Tardó un rato Roca en reponerse, lo refrescaron y despojaron de la chaquetilla y al cabo volvió a la cara del toro para rematar con cuatro manoletinas de gran emoción, un desplante y una estocada hasta la mano. Épico. La vuelta al ruedo fue un clamor. Todo el mundo de pie. El palco, que denegó la segunda oreja, fue abroncado.

Tres cuartos de hora pasó Roca en la enfermería. A pesar de ir herido en brazo, costado y rodilla, decidió salir. Al pisar el ruedo Roca, se rompió la gente a aplaudir, y a partir de entonces vino a ser la segunda epopeya, todavía más emocionante y accidentada que la primera, de unas agallas espeluznantes y una firmeza impecable. 

Brindada al público, abierta de largo y de rodillas con un pase cambiado resuelto en desarme y caída, otra vez a merced del toro Roca y perseguido por él cuando se puso en pie, la faena fue de las de verse de pie, el corazón en un puño, diez mil personas de los nervios, gente que no quería ni mirar. 

Y Roca, tranquilo, descolgado de hombros, firme el pulso, templado en dos tandas ligadas de muy buen dibujo. Al ponerse por la izquierda, en un acostón del toro perdió pie y volvió quedar tendido y a merced otra vez del toro. Cuando volvió al tajo, lo hizo con la zurda, ligó el de pecho sin enmendarse y, cuando el toro amagó con irse, cambió de espada, cuadró y en corto y por derecho atacó, pero quedándose en la cara y a punto de ser empitonado. Un mar de pañuelos y un coro insólito en Bilbao: "¡Roca, Roca, Roca.!"

El Juli le había hecho al bravo cuarto una faena de temple y poder nada comunes, pero mal rematada con la espada. Manzanares repitió la jugada del segundo. Pero con Roca en acción ya nada contó.

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