LITERATURA. ARTES Y LETRAS

María Zambrano y Ramón Gaya: este lugar donde tú debías estar

La correspondencia, la amistad y la complicidad de dos grandes artistas: la pensadora y premio Cervantes, y el pintor y poeta y teórico del arte

Retrato de madurez de María Zambrano, tras su regreso del exilio.
Retrato de madurez de María Zambrano, tras su regreso del exilio.
Rtve.

"Hay que arder para convertirse en lámpara. Hay que quemarse lentamente para convertirse en pan». (María Zambrano).

En 1990 María Zambrano felicita con mano temblorosa a su amigo Ramón Gaya por la inauguración de su museo en Murcia. «Y así nos entendimos», le escribe. Cuatro palabras sobrias y lúcidas que agradecen y revelan la profundidad de la amistad que les unió durante toda su vida. Se habían conocido en 1932 cuando participaban en «ese hermoso huracán que se llevaba prejuicios y sembraba porvenires» que fueron las republicanas Misiones Pedagógicas. En 1939, poco antes de perder la patria, Gaya había dibujado las viñetas que acompañaban dos publicaciones de María (‘Pensamiento y poesía en la vida de España’ y ‘Filosofía y Poesía’) en la revista ‘Hora de España’. Después, «barcos y siglos» les llevaron a recorrer el mundo (México, Cuba, Italia) a lomos de un trágico exilio cuya melancolía solo se podía combatir con amistad y olvidos y recuerdos compartidos. Atrás, en la otra vida soñada y perdida, quedaban los amigos comunes: Maruja Mallo, Miguel Hernández, Concha Méndez. En el presente, otros nombres (Lezama Lima, Octavio Paz) que se iban abriendo paso al mismo tiempo que la vida.

Cuando en 1980 preguntaron a María por qué no volvía a España, respondió que a un exiliado no solo se le arrebata el espacio, sino, sobre todo, el tiempo, «ese gran abismo que se interpone entre el sueño y la voluntad». Zambrano y Gaya vivieron tiempos convulsos que intentaron entender y resistir con la fe común que profesaban en su propio trabajo: el pensamiento, el arte y la pintura. Estaban «prometidos con la vida», pero se les interpuso «la inexorable realidad de la Historia», como diría Ortega, el maestro. Por su condición de exiliados, ambos vivieron «a destiempo», en un peregrinaje forzoso que les obligó a llevar su vida en su memoria. Como Sender, María Teresa León, Rosa Chacel y tantos otros, necesitan ser recordados para que no se olvide el drama que su exilio representa.

En 1953, cuando las hermanas Zambrano llegaron a Roma, María escribió a su amigo que seguía en México: «Esto, Ramón, se parece a la vida», la Piazza del Popolo, el café Greco, los museos, la Vía Appia. Él llegó en 1956 y durante los casi diez años siguientes compartieron las alegrías y sinsabores de la vida cotidiana.
El pintor, poeta y teórico del arte, tan reivindicado por Andrés Trapiello y el sello Pre-Textos.
El pintor, poeta y teórico del arte, tan reivindicado por Andrés Trapiello y el sello Pre-Textos.
Juan Ballester.

María Zambrano, «esa dama misteriosa y genial», desde la mirada del poeta José Ángel Valente, fue una mujer independiente, apasionada y libre que quiso volar por todas las cosas de la vida hasta saciarse del espíritu. Su amor franciscano por todas las criaturas la hizo vivir siempre rodeada de gatos y tener una inmensa capacidad de escuchar, contemplar e intervenir en el permanente diálogo con la vida. De Ramón Gaya decía generosamente su amigo José Bergamín que era uno de esos pocos españoles «salvados del destierro y la dispersión», un hombre hecho, maduro y sereno que sentía, al contemplar los canales de Venecia, que la pintura venía del agua, esa pintura suya que María amaba porque subyugaba y se podía contemplar en plenitud. Pero María, sobre todo, amaba su compañía, «honda y delicada», en la que ninguno se quitaba la soledad que necesitaba el otro para pensar, pintar o escribir. En 1953, cuando las hermanas Zambrano llegaron a Roma, María escribió a su amigo que seguía en México: «Esto, Ramón, se parece a la vida», la Piazza del Popolo, el café Greco, los museos, la Vía Appia. Él llegó en 1956 y durante los casi diez años siguientes compartieron las alegrías y sinsabores de la vida cotidiana.

Citas, lecturas, complicidades

Ella le buscaba para leerle trozos «impresionantes y llenos de talento» de los libros que escribía, y él la acompañaba con los frecuentes problemas económicos y altibajos emocionales. Conversaciones interminables, cenas apresuradas para recordarse el cariño mutuo cuando Araceli estaba postrada en cama y María no podía abandonarla mucho tiempo. En 1964, por problemas con las autoridades italianas, las Zambrano tienen que marchar a Francia y el amigo, que comienza a exponer en España y a pasar allí largas temporadas, deja un hueco irreemplazable en la vida de María que añora su torrente de afecto y energía y su presencia como si en su equipaje él se hubiera llevado consigo «la esencialidad del mundo».

María, después de haber cedido toda su biblioteca y objetos personales a su Fundación en Vélez Málaga a cambio de una pensión vitalicia, murió en 1991. Ramón, en 2005. Se llevaron «el secreto de las cosas, el silencio de las vidas, lo que no puede decirse»

María Zambrano, filósofa de pensamiento fértil y creador, volvió a España en 1984, doce años después de la muerte de su hermana y de mucha soledad, a tiempo de que su país, borroso ya e irreconocible, le buscara un pisito cerca del Retiro madrileño y le concediera unos premios (el Príncipe de Asturias y el Cervantes) que, en ningún caso, podían reparar el silencio y el olvido que había sufrido toda su obra durante los tantos años de exilio. En 1989, con motivo de la entrega del Premio Cervantes a su amiga, Ramón Gaya publicó en ‘ABC’ el hermoso artículo ‘He podido pintar este momento’ que dedicó al recuerdo de los años vividos con ella en Roma.

A lo largo de los años 80 y 90 recibió la Medalla de Oro a las Bellas Artes, el Premio Nacional de Artes Plásticas y el Premio Velázquez de las Artes. María, después de haber cedido toda su biblioteca y objetos personales a su Fundación en Vélez Málaga a cambio de una pensión vitalicia, murió en 1991. Ramón, en 2005. Se llevaron «el secreto de las cosas, el silencio de las vidas, lo que no puede decirse». Eso es lo que hay que pintar, eso es lo que hay que escribir.

Mar Mata López

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