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Millás y Arsuaga, dos sabios salen de viaje con la ciencia, con humor y literatura

El escritor y el paleontólogo dialogan de la vida, la inmortalidad y los animales en el libro 'La muerte contada por un sapiens a un neandertal'

Juan Luis Arsuaga y Juanjo Millás son dos en la carretera en la senda de la ciencia.
Juan Luis Arsuaga y Juanjo Millás son dos en la carretera en la senda de la ciencia.
José Miguel Marco.

Si la política tiene la facultad de reunir a extraños compañeros en la cama, qué no podrán hacer la literatura y la ciencia. Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, de entrada, parecen la noche y el día. Millás tiene un sexto sentido para percibir los rincones enigmáticos de lo cotidiano, la extrañeza súbita de existir, y parece ante todo un observador que mira el mundo como en una continua alucinación o con la retina de la perplejidad. Siempre quiere saber. Arsuaga, paleontólogo, es aventurero, indómito y también un gran narrador. Posee la facultad de mezclar cosas y de aislarlas, y de analizar la evolución de la vida de un modo transversal y desde una perspectiva humanista.

Ambos, tan complementarios, coinciden en varias cosas: les gusta jugar y viajar, son vitalistas de modos distintos (o con diferente grado de escepticismo) y a la vez profundamente curiosos. Acaban de publicar ‘La muerte contada por un sapiens a un neandertal’ y ya están repitiendo el éxito de ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’.

Ahora, con el ingenio acostumbrado, los dos se enfrentan a asuntos muy graves: la muerte del título, la vejez, el sexo y el vigor sexual, la selección natural, la longevidad de algunos animales, la vida breve de otros (las moscas, por ejemplo, dice Arsuaga, apenas viven un mes) e incluso la eternidad. O la inmortalidad, que es un tema de diálogo o debate en el arranque del libro –en Sevilla, ante la imagen exuberante y luminosa de La Giralda y una lubina a la sal– y también en el segundo capítulo.

Arsuaga y Millás se desplazan, comen, acuden a la universidad, a los laboratorios, contemplan fenómenos de la naturaleza o los oyen, contados por diversos científicos. A veces, como atosigado (quizá teatralmente, o de veras, quién sabe), Millás le recuerda que él es un novelista de pocos personajes y que se olvida de los nombres. Con todo, en su constante deambular de aquí para allá en el interior de ese personaje-coche que es el Nissan Juke –como todo sirve: van a cambiarle el retrovisor exterior a un cementerio de coches y Arsuaga ofrece una lección ‘in situ’ sobre la decrepitud y la memoria de los recambios– hay nombres, amigos, especialistas, estudiosos, y todo el libro respira variedad y riqueza. Mucha ironía. Y asistimos a una suerte de lecciones ambulantes, dialécticas, vivimos un libro de viajes y ‘una road movie’ donde es posible hasta ver la eyaculación de un caballo garañón.

Millás quiere saber, ahora que se adentra en ese país extranjero que se llamaba vejez, cuánto le queda de vida. Arsuaga le calcula doce años y tres meses. Millás, que insufla dinamismo a su relato todo el tiempo, apunta: «Doce años y tres meses, bien aprovechados, pueden cundir». Por si Arsuaga se viniese arriba, le para los pies: «Por si acaso, que quede esto claro: no somos amigos. ¿Te apetece un postre?».

Arsuaga, nuestro hombre de Atapuerca, es vertiginoso y vehemente. Y siempre esconde un as en la manga. Si el tema es la eternidad, avanza: «...te enseñaré la eternidad, y creo que no te va a gustar». Acertó: «Llevaba razón: no me gustó. La eternidad se llamaba ‘rata topo desnuda’ y se trataba, en efecto, de una especie de rata delgada, de unos dos centímetros, que vivía en galerías subterráneas y cuya carencia absoluta de pelo parecía el resultado de una quimioterapia agresiva, aunque supe enseguida que el animal era inmune al cáncer, además de otras enfermedades».

Millás pregunta: «¿Y dices que este bicho es inmortal?». Arsuaga responde: «Es lo más aproximado a la inmortalidad que te puedo mostrar. Un ratón casero vive unos tres años. La rata topo desnuda vive en torno a treinta. Diez veces más, lo que constituye una barbaridad para su tamaño». Algo más tarde abordan el ajolote que inspiró un gran cuento a Cortázar en París. «Quizá te interese saber que este animalito lo estudió un biólogo muy importante, Julian Huxley, hermano del novelista Aldous Huxley (…) Julian Huxley descubrió que inyectándole al ajolote la hormona estimuladora de la tiroides producía otra hormona, la tiroxina, con la que acababa el desarrollo y se convertía en salamandra». Millás responde a su modo: «Todo esto me lo creo porque sucede –dije–, pero resulta completamente inverosímil». Y así, y así, y así...

Se podrían poner otros muchos ejemplos. Es un libro divertido, lleno de ángulos, de digresiones, de citas, de sabiduría científica, de dialéctica y de sorpresas deliciosas. Y por supuesto de distintos niveles de intimidad melancólica o hipocondriaca. La camaradería es obvia aunque no se presuma de ello.

LA FICHA

'La muerte contada por un sapiens a un neandertal'. Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga. Alfaguara. Madrid, 2022. 306 páginas.

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