La azafata zaragozana que aterrizó como librera: "Es bonito que una historia que cuentas cambie la vida de otra persona"

Laura Riñón Sirera ha presentado esta semana en Zaragoza ‘Amapolas en octubre’, novela homónima del nombre de su librería madrileña.

Laura Riñón, en la plaza del Pilar de Zaragoza.
Laura Riñón, en la plaza del Pilar de Zaragoza.
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Laura Riñón Sirera nació el 11 de enero de 1975 en la clínica Montpellier de Zaragoza, a las 11.30. El mismo día y a la misma hora, pero de 2019, levantó por primera vez la persiana de Amapolas en octubre. Es una librería madrileña a la que ella prefiere llamar “hogar” porque “no son cuatro paredes y un techo”. De aquello solo hace tres años, pero ya se ha hecho un lugar en la sociedad de Madrid y allí compran anónimos de todo el mundo y famosos –aunque no alardea de ello-.

Para ella la librería -perdón, ese “hogar”- era un sueño. Laura dejó de ser azafata y pasó de volar entre nubes para poner los pies en la tierra y hacerlo realidad. Esta semana ha estado en Zaragoza para presentar en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés ‘Amapolas en octubre’, novela homónima y cimiento de su librería, además literalmente porque se construyó sobre uno de los ejemplares.

Laura Riñón Sirera ha presentado esta semana en Zaragoza ‘Amapolas en octubre’, novela homónima del nombre de su librería madrileña.

Está de vuelta por Zaragoza, ¿qué siente al regresar a su ciudad natal?

Tengo una relación muy romántica porque es un lugar en el que apenas viví tres años porque el destino quiso que naciera aquí y, aunque realmente no he pasado mucho tiempo, saco los galones para presumir de ello. Dicen que los maños son muy cabezotas y en mi casa siempre bromean con que para tres años que viví se me quedó. Me hace mucha ilusión porque es el primer lugar donde vi la luz, es mágico volver. Los vínculos no siempre son recuerdos, sino también lugares donde has estado alguna vez aunque no recuerdes. De aquí, fui a Murcia y luego a Madrid.

¿Le han marcado esas mudanzas a la hora de escribir?

Los viajes que más me han marcado han sido los de mi trabajo como azafata de vuelo durante 22 años. Al final escribimos de lo que conocemos, sabemos y vivimos. De alguna manera, gracias a todos los viajes que he hecho alrededor del mundo me he creado como persona. Sin duda, viajar es lo que hace que ahora mismo cuente historias, porque a mí me gusta observar y no es lo mismo hacerlo desde una ventana de tu casa que desde los distintos lugares del mundo.

¿Qué le viene a la memoria de su trabajo como azafata?

Volar no es un trabajo, sino que es una forma de vida y, aunque parezca raro, el trabajo se convierte en algo secundario. Lo que te condiciona es estar cada día en un lugar distinto, con la maleta a cuestas y, como todo en la vida, depende de cómo lo enfoques. Todos los trabajos son buenos o malos depende de lo que tú te quedes de ellos y yo con volar me quedo con toda la gente que he conocido, los lugares en los que he estado y las experiencias que he tenido. Hubo días malos y malísimos, pero esos ya nos los recuerdo.

De los pasillos del avión a los pasillos de una librería, ¿cómo fue ese viaje?

Pasé de estar en unas nubes a estar en otras nubes. No sé muy bien por qué, pero la vida es sabia y no te pone nada en bandeja hasta que no estás preparado. Un día decidí que había llegado el momento de poner los pies en la tierra y abrir la librería, que era mi sueño desde hacía mucho tiempo. En un mes me despedí y abrí la librería.

¿Por qué Amapolas en octubre?

Es un poema de Sylvia Plath que se menciona en el libro. En el momento que mencioné ese poema supe que eso era el título del libro. Me pareció muy poético y paradójico porque eso de amapolas en octubre tiene mucho que ver con la protagonista, con Carolina Smith que es una mujer paradójica en sí misma.

¿Qué ha querido transmitir con este libro?

El amor a la literatura y, sobre todo, que cuando la vida nos golpea a pesar de todo siempre hay una oportunidad para salir adelante. Las cosas cambian en la vida, cambian en un instante y, de repente, crees que todo se ha acabado, pero siempre hay una puerta o una ventana que se abre para volver a empezar de nuevo, una oportunidad.

Hay que saber ver esas oportunidades...

También hay que estar preparados para verlas porque en un momento de duelo, por mucho que te digan y por mucho que se pongan delante de ti, no ves nada.

En el libro se escriben pasajes en las baldosas de la cocina, ¿por qué?

La única cosa biográfica del libro es eso, pero mío no de mi familia. Mi cocina es de azulejos blancos y de vez en cuando escribía una frase. Hubo un momento en el que me di cuenta que esta novela tenía que ser muy literaria. Entonces, creo que la anécdota de los azulejos era preciosa para comprender aún más ese vínculo que tiene la familia con los libros y la literatura.

¿Cómo es publicar un libro en estos momentos?

Es una aventura de riesgo, aunque pueda parecer fácil. Creo que ahora hay un problema: las autoediciones, porque todo el mundo publica, escribe... Por una parte se vive un dulce momento, porque hay muchos libros publicados, pero hay un filtro de calidad que se deja de lado, creo que deberíamos dar un toque de atención.

En esta ocasión, el arte de Fernando Vicente está detrás de las ilustraciones.

¡Qué pareja de baile me he buscado! ¡Es el mejor! Con él pasa eso de coger una ilustración y saber que es de él sin ver la firma. Además, con Fernando lo maravilloso es que la persona es igual de grande que el artista.

Abrir esta edición de ‘Amapolas en octubre’ es como estar ante un cuento.

La novela ilustrada está viviendo una época muy bonita. Creo que el libro está considerado ya un objeto joya, un objeto regalo y por eso en España se está vendiendo tan bien.

Arte y comenta que también sentimientos...

Tenemos que ser conscientes del lugar donde vivimos y lo que está sucediendo, pero creo que debemos ser quiénes somos. Si queremos cambiar el mundo, tenemos que dar ejemplo. Muchos días me voy a casa agotada, pero feliz porque tengo la sensación de que con una frase o una palabra he hecho que la vida de otra persona cambie. Eso es muy bonito.

¿Esa es la clave del éxito de su librería? En las redes sociales atesora con miles de seguidores.

Lo vivo con bastante sorpresa, esto no entraba en mis planes. Creo que los lugares tienen que tener alma, no son cuatro paredes y un techo. No quería una librería ni una tienda, es un hogar y al final creo que he creado un lugar en el que la gente entra y se quiere quedar. No sé cómo lo he hecho, sinceramente. Claro, sale de las páginas de una novela, eso ya es un punto de partida importante. De hecho, hay un ejemplar de 'Amapolas en octubre' que está enterrado en la librería: "Sobre este libro edificaré mi librería".

No olvidemos que tiene clientela famosa.

Hay mucha gente conocida que viene, creo que por las redes sociales. Si no fuera por ellas, quizás no hubieran venido. Hay muchos famosos que vienen y no se identifican, aunque sepa quiénes son, que compran sus libros y se van. Lo que pasa es que la librería es muy fotogénica. Con algunos de ellos tenemos un vínculo, una amistad. A mí me importan los lectores que vienen de cualquier punto de España o del mundo... El otro día, por ejemplo, vino una señora de Boston, eso es que cree mucho en nuestro hogar.

¿Cómo ha sido la vida antes del covid y después en una librería?

Se está leyendo más que antes. Hay un nicho de personas que no leían porque no tenían tiempo y ahora sí. Ha venido bien al mundo editorial en general y a las librerías en particular. Así que, a pesar de que ha sido muy duro reinventarse -abrir el comercio online y las redes sociales para mantener vivo el negocio-, es cierto que la literatura vive un momento dulce, que decía antes.

La ciudadanía regresó a las librerías con rapidez.

Se volvió a leer y, además, con ansiedad. ¡Se llevaban los libros de cinco en cinco! Sobre todo, fue una necesidad para quienes habían reconectado con la literatura, era recuperar la lectura perdida.

Guardará alguna anécdota…

¡Tengo un cuaderno entero porque han pasado cosas muy bonitas! No quiero ir al conocido pero para mí fue muy especial el día que vino Manuel Vicent y me firmó una foto suya. Otro ejemplo ocurrió el 2 de enero de este año, cuando vino una chica a contarme que su madre había fallecido el día 30 y me quería dar las gracias porque las últimas cosas que hizo fue pasar los últimos días en el hospital leyendo 'Amapolas en octubre' y que su madre se fue en paz. Al final, es muy bonito que una historia que cuentas cambie la vida de otra persona.

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