María Bastarós: "Se nos vende la normalidad como sinónimo de felicidad"

La escritora zaragozana presenta este miércoles su nuevo libro, 'No era esto a lo que veníamos', en el que reúne una serie de relatos que ponen en solfa la idea de lo normal como algo aspiracional e impuesto.

La escritora zaragozana María Bastarós.
La escritora zaragozana María Bastarós.
Heraldo.es

En su nuevo libro, 'No era esto a lo que veníamos' (Editorial Candaya), María Bastarós (Zaragoza, 1987), pone a prueba las costuras de la normalidad, esas estaciones vitales -una pareja, un trabajo, una casa, un hijo...-, que a menudo, dice, "se venden como sinónimo de la felicidad". Lo hace en un conjunto de relatos situados en ambientes cotidianos, domésticos, familiares, que la escritora zaragozana convierte en hostiles o incómodos cuando no abiertamente terroríficos. Siempre inquietantes. Las mujeres son las protagonistas de todos ellos, las que, a juicio de Bastarós, más tienen que soportar la presión de cumplir ciertas expectativas impuestas. En sus historias hay mujeres que tratan de huir o lidiar con la opresión de esa normalidad, otras que se desesperan por alcanzarla, contadas desde muy diversas aproximaciones que van desde la ternura a lo directamente gore, perverso o morboso.

El libro es, además, un catálogo de paisajes naturales, mayormente desérticos aunque también verdes, muchos reconocibles para los aragoneses: los Monegros, las Bardenas o el Valle de Tena.

Esta tarde, a las 19.00, 'No era esto a lo que veníamos', que va ya por su segunda edición, se presenta en la librería Cálamo de Zaragoza con la autora, que conversará con Marta Armingol.

Sus relatos tienen en común la puesta en solfa del concepto de normalidad. Precisamente la pandemia le ha dado una buena cornada.

La normalidad es un modo de vida, un objetivo al que todos aspiramos o al que nos enseñan a aspirar y con cuyas pautas vamos cumpliendo. Pero si la observamos de cerca no aguanta de pie. Si le miramos la costuras a la pareja monógama y estable, a la familia o el trabajo asalariado, rara vez son sinónimo de felicidad. Y sin embargo así se nos vende. Una prueba de que la normalidad esconde muchas cosas dentro que no funcionan ha sido precisamente la pandemia. Escribir este libro ahora no ha sido algo consciente, pero sí que veo cierta relación. Sobre todo con la parte de los relatos que tiene que ver con lo inquietante y con la necesidad de huir hacia la naturaleza.

Una naturaleza aragonesa y con mucho desierto. ¿Por qué?

El desierto forma parte de mi imaginario infantil. Yo veraneaba en Nuez de Ebro y aunque no estaba en el desierto sí camino de los Monegros. Atravesábamos esos no lugares, polígonos, gasolineras... Espacios construidos por el hombre, pero que resultan hostiles y poco familiares. Y el desierto, con esa falta total de coordenadas, me gusta porque parece que allí puede suceder cualquier cosa. Sitúo ahí a mis personajes para enfrentarlos con su conflicto: una huida, una revelación, sus deseos o el reverso de ellos.

Aunque en el libro también hay espacio para una naturaleza más benévola,  por lo menos aparentemente.

Durante la pandemia, mucho urbanita ha soñado con una casa en el campo. A mí me pasó. Estaba enloquecida con ello. Es una necesidad que nos sobreviene de vez en cuando, entendiendo lo natural como una panacea que no tiene sentido porque en realidad siempre hemos vivido en la ciudad. En realidad es algo simbólico: encontrar un lugar al que llamar hogar cuando lo que ha construido el hombre lo vemos como precario y decepcionante. Hablamos de volver al bosque, pero no es real porque nunca estuvimos ahí.

Dice que pone a prueba las costuras de la normalidad. Pero en algunos cuentos va más allá: la convierte en algo directamente terrorífico.

Es la esencia de mi libro. Se habla de que mis relatos son de terror, pero yo más bien los veo inquietantes. Es un término que se refiere a lo que nos es familiar pero lo miramos desde otra perspectiva. Algo que se revela de manera distinta y aparece a nuestros ojos como terrorífico. Por ejemplo, el relato 'Hambre de qué' refleja el trabajo asalariado en una oficina como una película de terror. Hay mucho de terrible en esa exigencia de disponibilidad constante, en ese encierro, falta de comunicación, de contacto con la naturaleza... También la figura del padre puede ser tétrica, como sucede en 'Huevas de trucha', donde un progenitor al uso que quiere lo mejor para su familia queda de repente expuesto a ojos de sus hijas... Esa es la base del libro, la exploración de lo que hay de verdad dentro de esa cotidianidad

En el libro aparecen mujeres presionadas, obligadas a tomar partido o a pasar por el aro. No son situaciones a priori especialmente violentas, pero lo resultan leyéndolas en el libro.

Todos tenemos momentos de crisis en esta vida tan pautada que llevamos. Tenemos claras cuáles son las estaciones en las que debemos parar pero no siempre las hemos decidido nosotros. En el caso de las mujeres esto es mucho más flagrante. Sucede con la pareja estable, la maternidad y toda una serie de cuestiones que se entienden que forman parte de la vida de una mujer realizada. Muchos de los relatos van sobre mujeres que llegan al punto vital en el que están por inercia.

Hacen lo que se espera de ellas.

Sí, pero identificando además esa expectativa con su propio deseo. Nunca se han preguntado a sí mismas lo que verdaderamente desean. Es una idea que se repite mucho a lo largo del libro, el deseo como algo de lo que nos vamos separando conforme nos hacemos adultos. Y cómo determinados deseos cuando salen a la superficie desmontan toda nuestra identidad, porque es algo que no esperábamos de nosotros mismos.

La frustración del mundo adulto.

Quizá por eso muchos de los relatos del libro están protagonizados por niños o preadolescentes. En esa etapa estamos mucho más conectados con lo que queremos. Incluso lo demandamos, porque no nos da vergüenza, no sentimos que haya cortapisas. No sabemos inhibir los deseos, lo cual también puede engendrar crueldad por conseguirlos a toda costa. Conforme crecemos nos vamos adaptando más a eso que se espera de nosotras. Vamos generando una vida, una narrativa y una identidad que muchas veces nos separan de quienes deberíamos ser. Empezamos a escuchar las voces ajenas.

Usted recurre al morbo o, directamente, a la perversión en algunos de los relatos. Son conceptos que el tópico no suele atribuir a la imaginación femenina.

Creo que sorprende. Pero también que cada vez se da más y que es por alguna razón. Tenemos a Mónica Ojeda, a María Fernanda Ampuero a Carmen María Machado... Hay muchas mujeres que están explorando los territorios de lo perverso o el terror. También en el cine. Pienso que es por la más reciente explosión del feminismo. Muchas mujeres creativas o creadoras de historias identificamos la vida de mujer con el género del terror y lo perverso, porque al final vivimos situaciones que van de la mano: ¿qué mujer no ha pasado por momentos en los que se la ha intentado pervertir?

El miedo al coco lo tienen muchas mujeres ya adultas volviendo a casa por la noche.

Eso es. Creo que todos esos miedos que se pueden experimentar viviendo una vida de mujer luego quedan expresado en la literatura, en el cine... Cuando tengo que escribir sobre mi propia experiencia, porque al final uno siempre escribe sobre sí mismo, siento que lo inquietante y lo perverso es lo que me sale. Aunque el amor romántico está absolutamente presente en el libro.

Siguiendo en esa parte más luminosa. ¿Cree que, pese a todo, se ha avanzado algo en el papel de la mujer en sociedad?

Para empezar hay una conciencia de la mujer sobre su papel impuesto en la sociedad, sobre las diferencias de trato a todos los niveles: emocional, laboral, institucional... Pero aún hay cosas que se pasan por alto porque la mujer sigue siendo muchas veces oprimida por el hombre, quizá no por una voluntad expresa desde su nacimiento, sino por los papeles que se otorgan en sociedad. Además muchas de nosotras vivimos enamoradas de los hombres, los idealizamos por el sentimiento romántico, motivo por el cual es muy difícil superar ciertas dinámicas. Y esto pasa no solo dentro de los hogares, un campo de batalla importante para cambiar las cosas, sino también en el trabajo, en las instituciones, en una sociedad que sigue muy estructurada por las dinámicas que implica el patriarcado.

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