LITERATURA GALLEGA. OCIO Y CULTURA

En el adiós a Darío Xohán Cabana: de la plaza de los Sitios, en Hesperia, a la Costa de la Muerte

El poeta, narrador y ensayista, uno de los escritores más vendidos de Galicia, también fue el traductor de Dante y Petrarca al gallego

Darío Xohán Cabana en un acto de la Real Academia Gallega.
Darío Xohán Cabana en un acto de la Real Academia Gallega.
Europa Press.

A principios de los años 80, cuando quería ser escritor gallego desde Zaragoza y redactaba poemarios con ecos de Lorca, de Lois Amado Carballo y del barrio del Gancho (vivía en la calle Las Armas 138), di con la librería Hesperia, que estaba en la plaza de Los Sitios. Ya conocía librerías de viejo como Pérez e Inocencio Ruiz, y en Hesperia, tan ordenada y con tantos libros excepcionales, te sentías un poco intimidado. Con poco dinero en el bolsillo, pasé a una dependencia interior donde había de todo: una síntesis de la cultura española, ensayo y narrativa del exilio, poetas del 27, monografías de Luis Buñuel y Goya, etc., pero la revelación para mí fue un estante en el centro que estaba llena de libros gallego: de Akal, de Galaxia y, sobre todo, de la editorial Castrelos, de Xosé María Álvarez Blázquez. Eran libros económicos de todo un poco, pero también estaban las obras de Celso Emilio Ferreiro, el citado Amado Carballo (el Lorca gallego: profesor en tierras de montañas, murió con 28 o 29 años de una enfermedad pulmonar), Feliciano Rolán, etc. Y por allí también me encontré con libros de poesía popular, tradicional, algo que entonces me interesaba mucho.

Uno de los libros de la colección O Moucho, llevaba un prólogo de un poeta, Darío Xohán Cabana, y me impresionó un comentario suyo: seleccionaba una estrofa, “acórdome ben, miña nena, / daquelas noites de vran, / ti contabas as estrelas, /eu contaba as areas do chan”, y decía que era una de las formas más elegantes y poéticas de describir el acto sexual. Ya sabía quien era Darío Xohán Cabana: procedía de una familia campesina, era esencialmente poeta, y veneraba literalmente a Miguel Hernández. De hecho en sus primeros poemarios se percibía su pegada, la huella de una poesía enérgica, nerviosa, telúrica, vinculada al trabajo y a la mudanza de las estaciones, que se acomodaba muy bien a los sonetos en alejandrino.

"En sus primeros poemarios se percibía su pegada, la huella de una poesía enérgica, nerviosa, telúrica, vinculada al trabajo y a la mudanza de las estaciones, que se acomodaba muy bien a los sonetos en alejandrino"

Pocos años después, hacia 1985 diría yo, surgió en Galicia, en mi municipio natal, la posibilidad de trabajar de bibliotecario, que en aquella época era un auténtico sueño para mí. Conseguí una beca para hacer un curso de dos meses en La Coruña, que está a once kilómetros de mi casa. Las clases las impartía un gran poeta, con amplia presencia en ‘La Voz de Galicia’: Miguel González Garcés, no solo poeta, sino también crítico de arte. Y el primero día que acudo a clase veo allí a alguien que se parecía mucho al Darío Xohán Cabana que había visto en las revistas gallegas de la época, como ‘Teima’, ‘A nosa terra’ o ‘Mancomún’, y en periódicos como ‘La Voz de Galicia’ o ‘El ideal gallego’. El primer día no le dije nada, pero el segundo ya lo abordé. Además tenía una coartada galleguista para vencer la timidez: en 1983 había ganado el Pedrón de Ouro de relatos.

Me impresionó su humildad y su sentido de pertenencia a la tierra, Roás allá en Cospeito. Me hablaba de su familia, de sus padres, de su pasión por la poesía y por la traducción al gallego, y de algo más: había trabajado en el sello Castrelos y se reconocía en tres grandes personajes: Manuel María, el poeta de Terra Chá, en Lugo; Xosé María Álvarez Blázquez, poeta y editor y padre de grandes escritores gallegos como Pepe Cáccamo y Alfonso Álvarez Cáccamo, entre otros; y Xosé Luis Méndez, el gran narrador fantástico de ‘Crónica de nós’ (libro que se tradujo al castellano en Xordica) o ‘Amor de Artur’, entre otros títulos.

Darío Xohán Cabana y yo nos hicimos muy amigos. Él venía todas las tardes con su coche a La Coruña desde Corcubión, donde era policía municipal, y me recogía en Arteixo y me devolvía por la tarde

Darío Xohán Cabana y yo nos hicimos muy amigos. Él venía todas las tardes con su coche a La Coruña desde Corcubión, donde era policía municipal, y me recogía en Arteixo y me devolvía por la tarde. Era un policía municipal apacible, que cumplía con sus obligaciones, iba de tasca en tasca para el café y sabía mirar el mar como nadie. Que fuese policía municipal, me resultó raro, pero aún hubo algo que me resultó mucho más excepcional: me invitó a su casa un fin de semana, con su mujer Amelia y sus hijos Alexandra y Martiño, y lo pasé de maravilla: fue el embajador de aquellos lugares de la Costa de la Muerte, y me habló de las leyendas de navegación, de naufragios, de sirenas, de sus lecturas, de la tradición que había allí de la pesca de ballenas, que coordinaban expertos japoneses. Y no sé en qué momento, en su despacho, me mostró dos de los secretos de su vida: traducía al gallego los 14.000 versos de ‘La Divina Comedia’ de Dante y el ‘Cancionero’ de Petrarca.

Lo recuerdo perfectamente, con su pipa en la boca y su mirada errante y segura; dijo: “Petrarca amó carnalmente a Beatriz. Estoy seguro. No se puede escribir así de amor sin probarlo”. Sonreí. Me enseñó aquel gran trabajo en marcha: ya tenía muchas cosas pasadas a máquina de escribir, aún no habían llegado los ordenadores, y a la vez estaba corrigiendo todo el tiempo. Yo tenía la sensación de que aquel era el trabajo de un poeta, entonces solo era poeta, que quiere ensanchar su lengua. Aún estaban frescos poemarios como ‘Romanceiro da Terra Chá’, los sonetos de ‘Patria do mar’, ‘A fraga amurallada’ e irían apareciendo otros libros como ‘Amor e tempo liso’. Siempre redactaba en folios o cuadernos grandes en tinta china, minuciosa y clara.

Lo explicaba todo. Los neologismos que inventaba, las rimas algo forzadas, las sinalefas. Todo. Era así de perfeccionista. Publicaría las dos grandes obras, a Dante en 1991 y lo reeditó en 2014, tras otros tres años de trabajo. Estuve con él y su familia al menos una vez más: allí seguía, alternaba todas sus faenas con mucho sosiego, la escritura propia, la traducción, tenía muchos diccionarios (todos los que había de gallego, por supuesto) y su faena diaria. Era meticuloso, exigente consigo mismo. Me gustaba verlo, así como distraído, con versos en la cabeza y a lo mejor con una vara de mimbre, a orillas del mar. Siempre buscaba el ritmo, la musicalidad, la belleza, la plasticidad, y sabía que ensanchaba la sonoridad del gallego.

Era meticuloso, exigente consigo mismo. Me gustaba verlo, así como distraído, con versos en la cabeza y a lo mejor con una vara de mimbre, a orillas del mar. Siempre buscaba el ritmo, la musicalidad, la belleza, la plasticidad, y sabía que ensanchaba la sonoridad del gallego.
Retrato de juventud de Darío Xohán Cabana.
Retrato de juventud de Darío Xohán Cabana.
Archivo RAG.

Terminamos el curso. Y a él, entre otras cosas, le debo la existencia de un libro en gallego y castellano, ‘A lenda da cidade asolagada’, que publicó Xerais y aquí en Aragón, Nalvay, con ilustraciones de Javier Hernández, bajo el título de ‘La leyenda de la ciudad sumergida’. Le mandé un libro a Corcubión años después, pero ya no estaba allí. Se había hecho con una plaza de técnico cultural en Lugo y allá se fue.

Nunca dejó de ganar premios con sus libros de poesía. “Todo ayuda a vivir, sabes”, decía. Algunos lo han definido como “un auténtico poeta nacional” de Galicia, y de ellos se hacía eco en ‘la Voz de Galicia’ el flamante Premio Nacional de Narrativa, Xesús Fraga, que conversará el día 29 con Miguel Mena e Ignacio Martínez de Pisón en la Aljafería. Darío Xohán Cabana era izquierdista y próximo al comunismo. Pero a partir de 1989, se convirtió en uno de los narradores más seguidos y vendidos en Galicia con ‘Galván en Saor’, donde revisitaba el ciclo artúrico, que tanto le gustaba también a su maestro Méndez Ferrín, con ‘Morte de rei’ y ‘O cervo na torre’. 

Era asiduo columnista de ‘La Voz de Galicia’ y de ‘El progreso de Lugo’ y, sin duda, se convirtió en una referencia de la literatura gallega tanto en poesía, como en narrativa o en ensayo. A muchos los había conocido y tenía muchas anécdotas de grandes escritores gallegos como Otero Pedrayo, Ánxel Fole, Álvaro Cunqueiro, Rafael Dieste, Xosé Neira Vilas, Carlos Casares... También se midió en la literatura infantil y juvenil y firmó ‘O castrón de ouro’, premio Barco de Vapor de 1993. Fue un solitario solidario. Eligió su camino y se dejó llevar por su fértil y literaria imaginación, por una mirada mítica y por ese vínculo con el paisaje, la fantasía y el misterio. Se reconocía en Álvaro Cunqueiro. En 2006 fue elegido académico de la Real Academia Gallega y se jubiló de su puesto de funcionario del ayuntamiento de Lugo, vinculado al auditorio Gustavo Freire, y coordinador de publicaciones.

Para mí, en cierto modo, Darío Xohán Cabana había nacido en la plaza de Los Sitios, en la librería Hesperia, en los años 80 y fue un auténtico maestro de la palabra y de la poesía

Ayer por la noche, mi compañero de HERALDO Óscar Nieto dijo que acababa de morir un escritor gallego: era él, Darío Xohán Cabana. Tenía 69 años y seguro que la imaginación poblada de sueños, de versos y de futuro. Para mí, en cierto modo, había nacido en la plaza de Los Sitios, en la librería Hesperia, en los años 80 y fue un auténtico maestro de la palabra y de la poesía. Galicia lo llora sinceramente, y los caminos que llevan a Lugo y a la Costa de la Muerte. Y la literatura, aunque no haya saltado del todo las fronteras de Galicia (fue galardonado en Florencia), también.

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