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La saga de Alcalá de Gurrea que alumbró el rock español

Matías Uribe publica ‘Furia bajo la roca’, donde relata la historia de Carlos Jaime Gómez, fundador de los Rocking Boys, y de su familia procedente de la Hoya de Huesca.

Matías Uribe, autor de 'Furia bajo la roca'.
Matías Uribe, autor de 'Furia bajo la roca'.
Heraldo.es

Leído el libro, es algo más que una simple crónica de un grupo de rock’n’roll.

Así es. Se atiene al molde de crónica periodística o de investigación, pero en la forma hay un relato novelado que recoge la historia de una saga familiar de artistas que se inicia con el trío de hermanas Las Tres Rosas en Huesca, en Alcalá de Gurrea concretamente, unos meses antes de la Guerra Civil española; y luego, tras pasar por Zaragoza, desemboca en La Línea de la Concepción donde el hijo de una de las componentes de Las Tres Rosas, forma los Rocking Boys. Una historia familiar llena de turbulencias y de coraje para salir adelante en aquella España fusilada de la guerra y la inmediata posguerra…

Miguel Ríos ha dicho que el texto engancha “por una interesante técnica narrativa en forma de promesa velada de que lo mejor está por venir”.

Para mí es un elogio mayúsculo que me reconforta y agradezco. Si eso es así, este era precisamente uno de los objetivos que buscaba: narrar una historia que fuera más allá de lo musical y que interesase, como ha dicho Mariano García, tanto a los que le gusta el rock como a los que no. Por eso se desarrollan otras sub historias que perfilan el cuenco social y político de aquella España subdesarrollada en el tránsito de los 40-50 a la primera modernidad de los sesenta: la sociedad aragonesa de los años 40, la americanización de la cultura y las costumbres españolas, los efectos opresores del franquismo, la llegada de las primeras turistas nórdicas al país, el sexo abundante pese a los púlpitos inquisitoriales del nacional catolicismo… etcétera.

Pasajes, precisamente, como el las turistas nórdicas o el de las ‘chicas fifa’ de Madrid pintan un país absolutamente insólito, escandaloso, en aquellos años iniciales de los sesenta…

Obviamente no era el paisaje de la España real, en la que darle un beso a una chica en la calle, era motivo para acabar en comisaría. Yo mismo, y ya en el 68, tuve que ir a rescatar a una vecina que un policía secreta se llevó al calabozo al verla besándose con su novio en la calle. Lo de las ‘chicas fifa’ era el germen, por así decir, de las futuras ‘grupies’. Se enamoraron locamente de ellos en Madrid y ellos les correspondían debidamente en sus apartamentos de lujo. Dirigidas por un excantante de boleros, formaban un grupo que animaban, se dice, las cenas y las camas de los jugadores del Madrid y de otros equipos de fuera durante las copas de Europa. Y en Torremolinos se dieron de bruces con las nórdicas... No era lo normal esta estampa, claro, en absoluto, pero sí estaba ‘cantando’ que por el subfondo de la España oficial del franquismo corría otra forma de vida y diversión juvenil más alegre y desinhibida. No, los sesenta no fueron tan grises y aburridos como ahora los pintan las crónicas.

El libro reivindica a los Rocking Boys como el primer grupo de rock’n’roll de España. ¿Dónde hubieran llegado y cómo estarían considerados de no haber sido una banda de provincias?

Los futurismos en cualquier faceta de la vida son atrevidos, cuando no meros pasatiempos. No se sabe qué hubiera ocurrido, pero sí hay algo evidente: no empezaron a grabar discos antes que, por ejemplo, Los Estudiantes, que fue el primer conjunto en grabar un EP de rocanrol, por estar los Rocking alejados del cogollo industrial de la música, de Madrid y Barcelona; por ser, como dices, una banda de provincias.

El caso de los Rocking Boys es un claro ejemplo de la poderosa influencia musical que ejercieron las bases militares americanas allá donde estuvieron (en este caso es Morón y Rota, pero también sucedió en Zaragoza o en Torrejón).

Las bases fueron fruto de los Pactos de Madrid de 1953 entre el franquismo y los Estados Unidos. Los americanos habían ganado la Segunda Guerra Mundial y tenían que cobrarse sus piezas, entre ellas, trasladar sus productos, su militarismo y sus costumbres al continente europeo. El de los Rocking, sin ellos saberlo, claro, era el primer puente musical tendido desde los USA, vía Radio Tánger (de propiedad americana), a España para la llegada del rock, posteriormente cristalizada en la despectiva denominación progre de ‘colonización cultural yanqui’. Tanto Torrejón como Rota y Zaragoza fueron cruciales en ese objetivo.

¿Existe mejor elogio para un grupo de rock que en las bases militares americanas dijeran que eran “un grupo de USA”?

Claro, era un gran elogio. Los Rocking estaban en campo ajeno jugando con armas ajenas, pero tan genuinas que los mismos americanos los consideraban como grupo USA en gira por las bases. Para ellos era una satisfacción enorme, les dio muchas alas para seguir por el camino que habían emprendido.

Uno de sus padrinos en la música fue Manolo Escobar, al que curiosamente le dijeron “No somos foklóricos, somos rockeros”, cuando intentó contratarles. ¡Cuánta personalidad!

Es que para ellos el rocanrol era sagrado, su ‘religión’, por así decir. Y por ello, armaron el conjunto con el único objetivo de tocar aquel nuevo ritmo. No era una pose, sino un sentimiento macerado por sus escuchas reiteradas de piezas del género a través de Radio Tánger y de los discos que compraban en Gibraltar. Fueron los primeros. ¡Empezaron en 1956! Un año después de que el primer hit de la historia, ‘Rock Around The Clock’, se editara por segunda vez en los USA y llegara allí y en Inglaterra al éxito masivo. En el libro desmenuzo esta historia y cómo le llegó a Carlos Jaime, el primero en cantarlo en España.

Ficharon por Belter en 1962 por 25.000 pesetas por cada disco. Llegaron a editar nueve. Leyendo el libro resulta muy explícita la forma en que los sellos y los productores hacían virar estilísticamente al grupo y la poca cancha que le dieron para sus propias composiciones.

Eso era no solo lo normal, sino lo impuesto, digamos dictatorialmente, para toda la música de los sesenta. En la trastienda había un boyante negocio de las editoriales musicales y las discográficas que había que alimentar con los derechos que generaban aquellas canciones, no permitiendo, por tanto, que nadie ajeno a su tinglado, el del mismo conjunto, por ejemplo, les pisara terreno. El caso más notable fue el del ‘imperio’ Algueró, padre e hijo. Todos los artistas de la época tenían que pasar por aquel cedazo, siendo más bien excepcional la inserción en los discos de composiciones propias de los solistas y conjuntos, como se decía entonces. Basta con repasar los créditos de cualquier EP de aquel momento.

El servicio militar, al igual que le sucedió a la gran mayoría de bandas de aquellos tiempos, les rompió la carrera.

Sí, pero sobre todo fue la llegada de Los Beatles. Los de Liverpool provocaron tal seísmo que cambiaron el trascurso de la música pop y de la moda e incluso de las costumbres juveniles, enterrando a todos cuantos no supieron adaptarse a aquellos nuevos tiempos. Faltan manos y pies para contar la cantidad de conjuntos y solistas españoles que por ello se fueron a la cuneta o tuvieron que cambiar de formato.

La música fue para ellos un vehículo de conocimiento y descubrimiento: el sexo y las fans, ganarse la vida por uno mismo, compartir escenario con grandes grupos, conocer a personajes como Cantinflas.

Ante todo, la música fue un vínculo de amistad y unión entre ellos, pero especialmente de la puesta en alza de un valor esencial en la vida: el esfuerzo, la tenacidad en el trabajo, la lucha a brazo partido, aun pasando mucha hambre y carencias, para materializar un sueño. Para mí es una de las enseñanzas más notables que he extraído de su historia y de la escritura del libro.

Cuentas las cosas bonitas, pero las que se escondían detrás de su crecimiento: hasta llegaron a pasar hambre en Madrid.

Ya lo he comentado. El hambre ‘carpantiana’ que durante varios meses pasaron en Madrid hasta que alcanzaron el éxito, fue una piedra muy dura en el camino, pero hubo más porque su cerebro estaba infectado por el virus del trabajo y la supervivencia, por la conquista de un sueño. Hoy en día, me temo que no hay un grupo dispuesto a pasar semejante situación de carencias en busca, no ya del éxito, sino de la misma existencia e independencia familiar, como buscaron los cuatro ‘rocking’. Aun con momentos de flaqueza, mostraron una resistencia de hierro.

Los Rocking Boys tuvieron mucha presencia en Zaragoza, desde la inauguración de la sala Cosmos, a las actuaciones en el Río Club o la compra de instrumentos en Musical Serrano. ¿Qué importancia tuvo la capital aragonesa en su trayectoria?

La tuvo el propio grupo con las presencias que citas y otras, como las veladas en el Mercado de Pescados, pero más la tuvo la familia, especialmente la madre coraje de Carlos Jaime, que se hizo a sí misma aquí, como gran diseñadora y costurera de élite en la tienda y taller todavía existente de La Parisien. Luego, tras La Línea, se instaló en Zaragoza junto al hijo Carlos Carlos Jaime, quien desde mediados de los 70 vive en esta ciudad.

Uno de los grandes personajes del libro es Josefina, la madre de Carlos Jaime, una luchadora y una trabajadora incansable. Primero con sus hermanas en Las Tres Rosas y posteriormente, siendo madre soltera por el abandono del padre, prosperando como costurera.

En efecto, Josefina es el gran hilo vertebrador de la historia. Era una de Las Tres Rosas, guapísima como las otras dos hermanas, y luchadora hasta la extenuación. En la guerra lo mismo cantaba y bailaba con el trío en el bando nacional como en el republicano. Era un medio de supervivencia para ellas en aquel país arruinado y fusilado, y al margen de ideologías, hasta el punto de que Josefina, pese a su concienciación social, llegó a confesar que “lo mismo levantaba el puño que alzaba el brazo”. Luego, al ser abandonada cruelmente antes de dar a luz, se volcó con su hijo y ahí, otro de los grandes valores que realza el libro y esta historia, el gran amor materno filial.

Otra constante de los personajes es su continuo trasiego para prosperar y sobrevivir. En el caso de la familia de Alcalá de Gurrea a Andalucía. En el caso de los Rocking Boys de La Línea a Madrid, pasando por Barcelona y Torremolinos.

Alcalá de Gurrea es un lugar que no puede pasar desapercibido en esta historia. Que allí naciera un trío femenino de claqué que luego se pateó media España no deja de ser un hecho insólito. Bien es verdad que la música ya les venía a las hermanas en los genes vía su padre, esquilador y trabajador en el pantano de la Sotonera, que tocaba la guitarra y animaba los bailes en el pueblo, y que detrás de ellas estaba el hermano mayor, Valentín, el ideólogo y un consumado experto musical que estudió aquí en Zaragoza animado por su gran amigo Don Gregorio Garcés, reputado organista de El Pilar y musicólogo, también de Alcalá de Gurrea. Aragón tiene una presencia muy destacada en la historia y en el libro, como bien podrá comprobar cualquiera que acceda a él a través de Discos Linacero o Amazon, donde está disponible en cinco formatos diferentes.

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