Imágenes de la capital del cierzo / 35. 'Artes & Letras'.

El modernísimo Coso de los años 50

Las postales de García Garrabella, en la bisectriz del siglo XX. Los edificios del Banco de Aragón y de La Adriática presidirán este tramo

El Coso de Zaragoza en los años 50
El Coso con sus edificios, con el imponente de La Adriática.
García Garrabella/AMZ.

Quizá el fotógrafo desayunase en el Habana antes de recorrer ambas aceras en busca del mejor encuadre y una determinada luz.

El provincianismo generaba cientos de productos susceptibles de ser llevados a postal, pero si las producciones de García Garrabella destacaban era por convertir al paisaje urbano, brutal a veces, en puro arte. En torno a 1951, habiendo revocado la ONU su condena al régimen franquista, con los embajadores regresaron también los dineros foranos, paliándose carencias tales como la de cemento. Con él se acometerían las obras que alterarían la fisonomía de un gran número de espacios centenarios. Era el caso. La editorial debía llevar ese universo transformado a una tarjeta postal, que llegaría tan lejos como pudiera franquearla el remitente, asombrando al familiar destinatario. Ese era el plan.

Asomado a uno de los miradores del Casino Mercantil toma la primera fotografía. Están a punto de ser las diez y media en el reloj del nuevo edificio del Banco de Aragón, levantado sobre el solar de la que fuera residencia palaciega, luego hotel y hasta cine. El conjunto resultante se adecuó a los tiempos imperiales y a una estética bancaria consonante.

La Adriática

Volviendo atrás, la entidad procedía del edificio vecino de Coso 42, parisino edificio en cuyo ático tuvo en tiempos su estudio fotográfico Gustavo Freudenthal. Construido para el banco en 1913, por orden de uno de sus directores fue afeado una docena de años después con la colocación de la famosa sirena anunciante de las doce del mediodía, que en 1959 fue reinstalada en la azotea colindante, donde nunca sonará. Cuando en unos meses el banco haya completado su traslado, en los bajos desocupados abrirá el restaurante Savoy. A España le quedaba todavía un año de cartillas de racionamiento.

Más allá, también está a punto de rematarse el edificio de La Adriática, dispuesta en su 8º piso la cornisa donde se acomodará el león de San Marcos, emblema de la aseguradora. Lo que no ocupen las oficinas será dado en arriendo y los locales los estrenará Calzados América, con unos espectaculares escaparates. En una de las ventanas se anuncia Hnos. Alonso, responsable de la instalación eléctrica.

Entre las do#s moles recientemente alzadas, desnuda pero libre tras siglos de encierro, hacía poco que la plaza de San Roque se asomaba al Coso. Del recio arco por el que antaño se accedía a ella ya solo oiremos hablar a los viejos. La calle de Valenzuela se alargará hasta aquí y la plaza será repoblada por colegialas, pues Teodoro Ríos acaba de reformarles el colegio a las madres Escolapias.

Aparte de lo nombrado, ya no busquemos más similitudes con la actualidad. Al cabo de dos décadas casi todas las fincas de esa acera, hasta la embocadura de Azoque, se habrán convertido en enrona. Marcharán al cielo de los edificios el de la relojería de Manuel del Amo, los de las zapaterías de Meléndez y Muro, el de la antigua farmacia de Ramón Puig y el de La Ciudad de Londres. Desaparecerá del ‘skyline’ ese bello templete del número 8 del Coso. Sobrevivirá solo, tal cual, la casa de la Franco Helvética.

El Coso de Zaragoza en los años 50
Un hermoso y literario contraluz en el Coso de los años 50.
García Garrabella/AMZ.

Cafés, cines, semáforos

Se aproximan las once. El fotógrafo se halla ahora donde antes situó el punto de fuga. Capta el desplome del sol sobre la plaza de España y cómo los negocios han extendido sus toldos. Tres años más y el Café Moderno, esquinado con Alfonso, dejará de ser café para convertirse, durante otros diez, en unos grandes almacenes homónimos. Después, sin apoteosis, hará mutis. A su izquierda, el Cine Coso acaba de ser inaugurado y luce ufano la marquesina que le hizo José de Yarza. La zapatería Segarra en cambio no se decide a adquirir la suya. En el bazar de Blas Latre era probablemente donde Don Pantuflo adquiría la bicicleta «a plazos» prometida a Zipi y Zape. Llegando a la plaza, en 1946 se habían instalado los dos primeros semáforos de Zaragoza. Los aquí retratados son pues discípulos de aquellos. No obstante, diríase que la densidad del tráfico hace la regulación semafórica insuficiente, debiendo ser complementada con los servicios un «urbano». A contraluz, vertical el letrero del Hotel Oriente.

El año anterior los herederos del ferretero José Alfonso, prescindiendo de la fachada que en 1900 Bravo Folch creó para su comercio, apostaron por una inmensa vidriera. Lo que exigían los nuevos criterios comerciales. En adelante su rótulo sólo rezará, con letras mayúsculas, José Alfonso. Soportemos las pérdidas estéticas y admitámoslo, los americanos saben más de esto que nosotros.

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