PINTURA. ARTES & lETRAS.

Pepe Cerdá, la modernidad nace del clasicismo

El pintor de Buñales (Huesca) ofrece en ‘Semejanzas’ una visión de la naturaleza, de los perros y de los oficios de la vida

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Uno de los paisajes de Pepe Cerdá en óleo sobre lienzo. 2020.
Columna Villarroya.

"Un pintor no elige su oficio, un pintor lo es desde que nace". Así de asertivas son las palabras de Pepe Cerdá (Buñales, Huesca, 1961), publicadas en un texto que acompaña el catálogo de la exposición que tiene lugar en el Museo Goya. Colección Ibercaja-Museo Camón Aznar. Cerdá es un pintor que como Goya considera que a la modernidad se llega desde el clasicismo. Las obras reunidas en esta muestra están fechadas en 2020 y realizadas durante este periodo de pandemia.

Se distribuyen temáticamente en las dos salas. Una dedicada al paisaje y otra al retrato. Pero ambas están enlazadas por este periodo en el que la cercanía era la balsa sobre la que refugiarse. Recorrer los parajes cercanos para tener certeza del horizonte, de los amarillos Nápoles que se cuelan entre la fila de chopos cuando el sol esta bajo y reconocer en el color y la figura a quienes han estado próximos, manteniendo el espíritu de una anormalidad extraña y feroz en el ánimo.

Paisaje

Dos óleos sirven de antesala a la exposición. Son anteriores, de 2018, cuando el artista es invitado a participar en una actividad pintando en el jardín de la Casa Museo de Sorolla. Un preámbulo que incita a descubrir como de lo singular –de un pequeño lirio– se llega a lo universal, del detalle a la gran composición paisajística. Del estudio de los claroscuros a la impresión diáfana de la luz. Pepe Cerdá aborda los espacios naturales basándose en los valores visuales de la realidad. Sopesa los cromatismos atmosféricos en atardeceres violáceos y utiliza la cálida embriaguez luminosa de la tarde para convertir los árboles en esculturas vivientes. En cada obra las pinceladas van dando cuerpo a los cambios de tonalidad, luz y forma.

Los paisajes se convierten en un conjunto de muchas realidades, plasmadas en un momento elegido por el artista que lo trasforma en una imagen subjetiva y sin embargo reconocible. La obra se abre en perspectiva al igual que el trazo del camino, hasta que se detiene en la formulación de la imagen concreta.

Cerdá conoce bien los mecanismos de la representación que va modificando para obtener la profundidad del espacio, pero siempre enfrentándolo a una dimensión humana. En este sentido recuerda las palabras de Le Corbusier cuando hablaba de un «pacto de solidaridad entre el ser humano y la naturaleza».

Del horizonte a la figura

A veces utiliza un tratamiento pictórico en el que la línea de horizonte esta muy baja, aquilatándose a una mirada que se sitúa tan lejos –diríamos– como llega la vista. Un espacio que permite abordar con libertad los celajes que trasmiten la tradición de los grandes pintores paisajistas pero también la de fotógrafos como Ansel Adams. Cerdá tiende a hacer inmortal lo fugaz, lo transitorio, fijando la imagen de lo existente y atrapando con maestría lo mutable. El valor de la consciencia de la mirada del pintor.

En la pintura de Pepe Cerdá la figura ha ido emergiendo de las masas que lo cubrían desde principios de los años 90, hasta convertirse en protagonista.

Las resinas y transparencias han ido dejando paso a la rotundidad de la línea, del dibujo y el color. Gustave Flaubert dijo de ‘Madame Bovary’, tras trabajar dos años en su novela, que había conseguido su propósito que consistía en escribir un diálogo directo, es decir escribir sobre la vida cotidiana como se escribe historia o poemas épicos pero sin falsear el tema. Esa es la emoción que se percibe en sus retratos. Comerciantes de proximidad, inexcusables autores de un diálogo necesario en un tiempo de incomunicación social. Esa presencia humana, real, cercana, se transcribe en figuras con un tratamiento naturalista que configuran un crisol de autenticidad. La figura humana y los objetos adquieren una presencia pictórica individualizada, dentro de un tiempo que se convierte en eterno, en una silente presencia visual.

Pepe Cerdá se sumó a una iniciativa para retratar a los sanitarios que le enviaran su imagen fotográfica. De la misma manera que el pintor de Lucien Freud pintaba seres anónimos otorgándoles un gran sentido de dignidad, el pintor aragonés traza la vulnerabilidad y al mismo tiempo la fuerza de quienes están representados. No hay posturas forzadas sino naturalistas.

El poeta Novalis decía que por medio de la apariencia se revela lo mas profundo del mundo interior, el ‘aquel’ en los retrato de Rafael. Por separado cada retrato es una biografía personal condensada, una vivencia personal, todos juntos un compendio, el resumen de un momento histórico, el índice de la sociedad.

PINTURA

'Semejanzas'. Pepe Cerdá. Museo Goya. Colección Ibercaja. Hasta el 17 de junio. 

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