POESÍA ESPAÑOLA. 'ARTES & LETRAS'

Paseo con mar por la obra de Paco Brines

El autor de 'Las brasas' y 'El otoño de las rosas' recibía esta semana el Cervantes a los 88 años por una obra íntima, metafísica, llena de amor y luz

Francisco Brines gana el Premio Cervantes.
El autor de 'El otoño de las rosas' en su casa de Oliva.
Natxo Francés.

Francisco Brines acaba de ganar el Premio Cervantes, un reconocimiento a una larga trayectoria que culmina todo un esfuerzo por encontrar la luz en la poesía. Su obra tiene como influencias la belleza del mundo de Cernuda pero también de Juan Gil-Albert, Cavafis y Aleixandre. En Brines, el pasado y la infancia se convierten en un edén al que no podemos volver pero que añoramos siempre.

Desde ‘Las brasas’ (1960) hasta ‘La última costa’ (1995), la obra de Brines se cimenta en el tiempo, en su búsqueda, en la existencia y su devenir, crea a través de otro yo a un ser que mira al niño que fue para volver al ayer y recobrar la luz que el tiempo ha destruido. Ese afán ha sido siempre una constancia, sin prisas, porque el poeta valenciano siempre ha escrito una obra reposada, que ha ido macerando lentamente el verso, espaciando los poemarios, para que cobre así mayor altura y su eco viva en el tiempo.

De ‘Las brasas’ cito el comienzo de este poema dedicado a Abelardo Linares cuando dice: "Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido / la inclinación del sol, las luces rojas / que en el cristal cambian el huerto, y alguien / que es un bulto de sombra está sentado".

"Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido 
/ la inclinación del sol, las luces rojas 
/ que en el cristal cambian el huerto, y alguien
 / que es un bulto de sombra está sentado"

El niño, el espejo y el paraíso

Ese alguien es siempre el poeta que se refleja en un espejo, donde ve pasar el tiempo, ese fulgor que se ha ido perdiendo, ya es un mero «bulto», ha despersonalizado al ser que yace sentado. La idea del ‘huerto’ expresa también esa invocación a la Naturaleza en su esplendor, el exterior sigue gozando del tiempo pero el hombre ya no, está en un interior donde solo queda esperar la muerte.

De ‘Palabras a la oscuridad’, (1966), queda el niño que gozaba con los juegos, idea que ya se veía en ‘El barranco de los pájaros’, final de ‘Las brasas’, ese niño que no conoce el dolor adulto, envuelto en su inocencia: "Al terminar los juegos / nos quedábamos todos tan cansados / que se olvidaban de mi corto nombre. / Me retiraba entonces de la casa / al secreto lugar"

Ese ‘secreto lugar’ es el espacio no mancillado por la vida, donde la infancia se debe guardar para que no la empañe el mundo adulto. El poema se titula ‘Después de la infancia’ y ya expresa ese descubrimiento que supone la existencia de los hombres y mujeres donde el sufrimiento entra ya en la conciencia y afecta a los actos cotidianos.

Vuelve a esa idea en libros posteriores como, por ejemplo, en ‘Insistencias en Luzbel’, (1977), donde el poeta sabe que la dicha perdida queda en algún rincón, aún queda el eco de algo que fue felicidad, como expresa en unos versos del poema ‘Respiración hacia la noche’: "No pude soportar el clamor de la dicha. / Y un generoso dios / me quebrantó el oído. / Mas está la memoria, sabe / que hubo el ofrecimiento: / la vida pudo ser. / Por ello la amo tanto". El poeta sabe que la vida "pudo ser", en definitiva, todo es fracaso, la tentativa de vivir la vida sin dolor es imposible y renuncia a esa felicidad fácil del que no sufre. Ya está presente el dolor, el niño ha desaparecido para siempre y queda el eco de la celebración pero nada se ha completado, nada ha llegado a su culminación.

Otro libro esencial en su trayectoria es ‘El otoño de las rosas (1986), que fue premio Nacional de Poesía en 1987. En este poemario Francisco Brines ya sabe que solo queda el amanecer del mundo, el esplendor de la Naturaleza que ha de perdurar ante el avance inexorable del tiempo y de la muerte. En el poema del mismo título expresa esa recapitulación que es sentencia: "Vives ya en la estación del tiempo rezagado: / lo has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete. Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio del mundo".

Obra meditativa esencial

La labor de la contemplación, en la senda de Juan Gil-Albert, ese ocio contemplativo que nos enseña el sentido de respirar, queda aquí presente, ese "silencio del mundo" nos habla ya del eco que deja el tiempo y su inexorable transcurrir. La rosa como metáfora de la existencia expresa la brevedad de todo nuestro camino hacia la nada final.

Termina su labor creativa con ‘La última costa’, (1995), donde sigue la idea del tiempo que huye. Francisco Brines ha creado una obra meditativa y existencial, de gran calado humano, que ahora se reconoce con el máximo galardón de nuestras letras. El poeta que mira al Mediterráneo desde su Oliva natal ya pudiera estar dichoso en ese otoño de su vida.

En 2018, Alianza Editorial publicaba una ‘Antología poética’, prologada por Ángel Rupérez, que dice: "Ningún lector de Brines deja de integrarse con comodidad en cualquiera de sus escenarios favoritos, y muy especialmente en el que recrea lo que yo llamo su paraíso perdido, es decir, el escenario de su infancia siempre recuperada". Un maestro abrazado al corazón del mar.

UN POEMA DE PACO BRINES

CON QUIÉN HARÉ EL AMOR

En este vaso de ginebra bebo

los tapiados minutos de la noche,

la aridez de la música, y el ácido

deseo de la carne. Sólo existe,

donde el hielo se ausenta, cristalino

licor y miedo de la soledad.

Esta noche no habrá la mercenaria

compañía, ni gestos de aparente

calor en un tibio deseo. Lejos

está mi casa hoy, llegaré a ella

en la desierta luz de madrugada,

desnudaré mi cuerpo, y en las sombras

he de yacer con el estéril tiempo.

Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada

sino la luz que cae en la ciudad

antes de irse la tarde,

el silencio en la casa y, sin pasado

ni tampoco futuro, yo.

Mi carne, que ha vivido en el tiempo

y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún

hasta la consunción de la propia ceniza,

y estoy en paz con todo lo que olvido

y agradezco olvidar.

En paz también con todo lo que amé

y que quiero olvidado.

Volvió la hora feliz.

Que arribe al menos

al puerto iluminado de la noche.

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