NARRATIVA ESPAÑOLA. OCIO Y CULTURA

'La mujer de vapor', un cuento de Carlos Ruiz Zafón de su libro póstumo

El día 17 sale a la venta 'La Ciudad de Vapor', todos los relatos del autor de 'La Sombra del Viento', fallecido el pasado junio en Los Ángeles 

Aparece el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón.
Carlos Ruiz Zafón desveló el alma oculta de los libros.
David Fernández/Efe

El próximo día 17 sale a la venta el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Ángeles, Estados Unidos, 2010), ‘La Ciudad de Vapor’, en el sello Planeta, donde reúne en 224 páginas todos sus cuentos, publicados e inéditos. El autor de ‘El Cementerio de los Libros Olvidados’, que fallecía el pasado junio, concibió este volumen de relatos como “un reconocimiento a sus lectores, que le habían seguido a lo largo de la saga iniciada con ’La Sombra del Viento’".

«Puedo conjurar rostros de chiquillos del barrio de la Ribera con los que a veces jugaba o peleaba en la calle, pero ninguno que quisiera rescatar del país de la indiferencia. Ninguno excepto el de Blanca», escribe en uno de los relatos.

Algunos de los argumentos e historias son los siguientes, según informa la editorial: Uun muchacho decide hacerse escritor al descubrir que sus invenciones le regalan un rato más de interés por parte de la niña rica que le ha robado el corazón; un arquitecto huye de Constantinopla con los planos de una biblioteca inexpugnable; un extraño caballero tienta a Miguel de Cervantes para que escriba un libro como no ha existido jamás; el arquitecto Gaudí, mientras navega hacia una misteriosa cita en Nueva York, se deleita con la luz y el vapor, la materia de la que deberían estar hechas las ciudades. A esos argumentos se suma ‘La mujer de vapor’, que publica Heraldo.es por cortesía de Planeta, que narra la historia de un ‘okupa’ que a la vez es un preso y un soñador, un texto que había aparecido en un cuadernillo de Renfe con otros tres textos.

El eco de los grandes personajes y motivos de las novelas de ‘El Cementerio de los Libros Olvidados’ resuena en los cuentos de Carlos Ruiz Zafón —reunidos por primera vez, y varios de ellos inéditos— en los que prende la magia del narrador que nos hizo soñar como nadie. Son personajes, ambientes, atmósferas, aventuras, apuntes de metaficción, viajes: todo eso que configura el sello del creador de ‘La Sombra del Viento’, Carlos Ruiz Zafón.

Aparece el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón.
Detalle de la portada del libro.
Heraldo.es.

AVANCE EDITORIAL

La mujer de vapor

Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. «Me lo quedo», dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad. Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido. A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. «Debe de haber un error», dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase. Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. «Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin remedio.» Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: «Total, siempre vuelves.» Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. «Me querrás siempre, ¿verdad?», pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí.

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