LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

Carlos Castán: "Me interesa lo que le sucede a la gente, su manera de soñar, resistir o romperse"

El escritor recopila sus libros de relatos en el libro 'Cuentos' en Páginas de Espuma, compuesto por 47 narraciones de amor, sueño, dolor y fragilidad

Carlos Castán publica sus 'Cuentos' en Páginas de Espuma.
Carlos Castán es un escritor de culto que ha hallado en el cuento su mejor expresión.
Virginia Barbancho.

Carlos Castán (Barcelona, 1960) publica en el sello Páginas de Espuma, de Juan Casamayor y Encarni Molina, el volumen ‘Cuentos’, de 500 páginas y 47 relatos, donde se recogen cuatro libros suyos: ‘Frío de vivir’, ‘Museo de la soledad’, ‘Sólo de lo perdido’ y el relato largo ‘Polvo de neón’. Castán, que vivió muchos años en Huesca, es un escritor de culto: Lorenzo Silva dijo de él que “era el mejor narrador de las letras españolas”.

¿Qué fue primero el amor a la literatura o el amor a su profesora Marita?

El amor a la literatura fue anterior, el placer de escuchar historias de labios de mi madre que nos leía una rato antes de apagar la luz, los libros juveniles y de aventuras que nunca faltaron en casa, la necesidad de vivir otras vidas estaba ya cuando apareció Marita, mi profesora de lengua en el instituto, cuando yo tenía dieciséis años. Ella me enseñó a leer de otra manera al tiempo que alentaba mi propia escritura. Una buena profesora es eso: hacer caso, estar, saber mirarte, abrir ventanas al mundo a los alumnos que se quieren asomar.

En esos años de silencio, que fueron bastantes, ¿escribía prosa o poesía?

Escribía. Era de noche y yo escribía. Al principio fue poesía, luego poemas en prosa; textos breves, como viñetas, más tarde fragmentos desordenados de lo que se suponía iba a ser una larguísima novela, y finalmente relatos. Llenaba cuadernos con lo que me dolía, sin disciplina alguna ni un norte claro.

¿Cuál fue la relación con su tío Rafael Andolz y cómo le influyeron su tarea, sus libros, su pasión por el lenguaje?

La relación fue estrecha porque vivimos juntos varios años y hablábamos muchísimo, fumando y tomando café. Añoro todavía aquel tesoro que eran su biblioteca y su conversación. Íbamos un montón al cine. Le acompañaba en muchos de sus viajes etnográficos, de ayudante y copiloto y luego le ayudaba a corregir las galeradas. También discutíamos, sobre todo de política. Nunca sabré escribir lo que nos quisimos.

Carlos Castán publica sus 'Cuentos' en Páginas de Espuma.
Carlos Castán busca la luz y encuentra la poesía, las heridas y la melancolía.
Lydia Solans.

Debutó en 1997 con ‘Frío de vivir’… ¿Cómo se había gestado ese libro?

Los textos más antiguos de ese libro son de 1992. Se fue haciendo despacio, de noche, comprometido con la autenticidad y con una cierta idea de belleza. Lo escribí como probablemente se escribe todo, recordando. Era un periodo estable de mi vida y me atreví a caminar a tientas y a asomarme a algunos pozos.

"¿Mi tío Rafael Andolz? Añoro todavía aquel tesoro que eran su biblioteca y su conversación. Íbamos un montón al cine. Le acompañaba en muchos de sus viajes etnográficos, de ayudante y copiloto y luego le ayudaba a corregir las galeradas"

¿Por qué había tanto dolor en el conjunto, tanta fragilidad, de dónde venía?

No sabría decirlo porque en el fondo yo deseaba escribir sobre la esperanza pero fue como si se abriesen unas compuertas y se viniera encima todo el dolor reprimido de años. Hay relatos en ese libro muy diferentes entre sí, en primera y en tercera persona, urbanos y rurales, pero al final todos hablan de la pérdida, de seres a la intemperie que no se rinden en su búsqueda de un lugar en el mundo y un sentido. Ese tono que lo tiñe todo tiene que ver con la época inmediatamente anterior en la que tuve que afrontar enormes despedidas.

¿Cómo se pintan las atmósferas?

Con palabras, claro. Jugando con las imágenes mentales que cada una de ellas hace surgir como de la nada. Los relatos suceden en la mente del lector, mezclados con su vida. Se trata de evocar en él las imágenes que se necesitan, que acuda a rescatar de su propio recuerdo lo que le piden las grafías de tinta. No las palabras por sí solas, con lo que denotan y lo connotan, sino el modo en que están combinadas, la velocidad o lentitud de la prosa. No es sencillo, se trata casi de poner un mundo en pie.

¿Por qué eligió el monólogo interior?

No siempre lo utilizo, pero recurro a él con cierta frecuencia porque me interesa mucho reflejar el hilo del pensamiento, cómo unas ideas conducen a otras, toda esa especie de danza interior que se va produciendo en función de lo que ocurre, de lo que hay alrededor. Me parece muy eficaz para hacer entrar en juego la memoria, los deseos, el miedo, toda esa confusa madeja que se revuelve en un cerebro.

¿Cómo vivió el impacto del libro, como pasó de Zócalo, el sello de Fernando Jiménez Ocaña, a Salamandra?

Zócalo había sacado una tirada bastante limitada. Tuve la suerte de que Soledad Puértolas lo leyera y comenzase a hablar de él en una fiesta, días más tarde, en la que también estaban los editores de Salamandra, quienes llegaron a un acuerdo con Zócalo para que éstos retirasen la edición de librerías y publicarlo ellos con un alcance mucho mayor. Lo viví con ilusión porque suponía poder llegar a bastantes más lectores.

Era por otro lado un libro muy literario, estaba llenos de ecos: Sábato, Julio Cortázar, Pessoa...

Uno nunca está del todo solo cuando escribe, lo leído forma parte de nosotros, está ahí mezclado con el resto de contenidos de nuestra conciencia, otra cosa es que esos influjos puedan rastrearse de una manera precisa. En cuanto a las referencias literarias que hay en alguno de mis cuentos lo que intento es que sirvan a la historia con naturalidad. Hablo de autores que forman parte de mi mundo y creo que sería artificial e incluso inverosímil fingir, o que los personajes fingieran, que no ha habido antes literatura.

Carlos Castán publica sus 'Cuentos' en Páginas de Espuma.
El autor de 'Polvo de neón' reedita la novela 'La mala luz' en las PUZ.
Asís G. Ayerbe.

¿Cuál cree que fue el paso que dio en ‘Museo de la soledad’, su segundo libro, aparecido primero en Espasa, (2000) y luego en Tropo (2007)?

Si ‘Frío de vivir’ fue como una búsqueda disparada en distintas direcciones, ‘Museo de la soledad’ podría entenderse como la exploración más sosegada de un territorio ya hallado. En mi opinión es un libro más maduro, más pensado, podríamos decir. Pero se lleva poco tiempo con aquél y continúan compartiendo un mismo clima. La distancia entre éstos y 'Sólo de lo perdido' (Destino) es posible que sea más pronunciada.

Hablaba de un Antonio Machado de Huesca. ¿Qué nos puede contar?

En su libro 'De un cancionero apócrifo', Machado escribe una serie de poemas que atribuye a heterónimos de los que incluye unas líneas de presentación. Uno de ellos, al que atribuye un par de poemas, se llama exactamente igual que él y se nos dice que “Nació en Sevilla en 1875. Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en Huesca en fecha todavía no precisada. Alguien lo ha confundido con el célebre poeta del mismo nombre autor de ‘Soledades, Campos de Castilla’, etc.”. No pone nada más. Mi punto de partida para escribir el cuento ‘Cenizas en los labios’ fue preguntarme por este ser imaginario y por qué pudo ir a morir a Huesca.

Recuérdenos cómo nació el cuento que inspiró el título del libro.

Hay un cuento titulado ‘El aroma de lo oscuro’ en el que aparece un museo de la soledad ideado por ser enloquecido. Se desarrolla en un pequeñísimo pueblo del Pirineo llamado Ballabriga en el que alquilamos unas casa cuando quedaban apenas tres o cuatro habitantes. Me impresionó mucho ese mundo en derrumbe, higueras creciendo en lo que fue la cocina de una casa, ortigas y ruinas. Pensé que ese museo que aparece en el cuento podía ser un buen título para el libro ya que éste puede concebirse como una galería o muestrario de diferentes formas de soledad.

¿Cómo entiende el cuento? Carlos Castán es un escritor del silencio, de la paciencia, de la pulcritud, de las frases hilvanadas en metáforas…

Intento escribir historias que arrojen algo de luz acerca de la condición humana, de lo que nos pasa, lo que tememos y lo que perseguimos. Y hacerlo con una determinada intención estética, un compromiso con la belleza sin el cual no sería literatura. Mi obsesión tiene más que ver con el ritmo del lenguaje que con la observancia de códigos y decálogos, en los que no creo en absoluto.

"Intento escribir historias que arrojen algo de luz acerca de la condición humana, de lo que nos pasa, lo que tememos y lo que perseguimos"

Explíquenos algo que dice en el prólogo: “Nada sucede si no encuentro las palabras”.

Me refiero a tener la sensación de haber vivido mucho en silencio, buscando las palabras, necesitándolas para explicarme, buceando a veces hasta el fondo del idioma para poner nombre a una punzada. Están las emociones más primarias, claro, pero pensamos con palabras. Dentro de nosotros, en esa oscuridad, aparte de las vísceras todo es lenguaje. Somos también relatos andantes, la forma en la que nos contamos nuestra historia.

¿Diría que el tercer libro, ‘Solo de lo perdido’, un verso de García Calvo, es más luminoso…?

En realidad todos son luminosos a su manera, hay muchos tipos de luz. El conocimiento, por ejemplo, en contraposición a una vida inauténtica, es luz. De hecho, he querido que la mía fuese una narrativa lúcida, lo cual a menudo se confunde con el pesimismo. Pero las tinieblas, para mí, tienen más que ver con las visiones pueriles y edulcoradas del mundo que con una literatura atenta a lo que de verdad nos ocurre por doloroso que sea. En ‘Sólo de lo perdido’ está más trabajada la contención que en los libros anteriores, pero vuelve a estar el tema de la tremenda distancia entre el deseo y la realidad, la tragedia del tiempo, las luchas de los seres humanos, la fragilidad de los débiles y la presencia en nuestras ganas de todo cuanto se perdió.

¿Qué le ha impulsado más como escritor, la realidad o los sueños imposibles?

Me he inspirado siempre en la realidad, en la calle, en la vida, como punto de partida. Algunas historias son verdaderas, otras están construidas a partir de un recorte de periódico y en algunas ocasiones he introducido elementos fantásticos que, por paradójico que parezca, me ayudaban a dar cuenta de este mundo real. Me interesa el suelo que piso y lo que le sucede a la gente, también por dentro, su manera de soñar, resistir o romperse.

500 páginas. 47 cuentos. ¿Cuál es el balance?

Es extraño releerse después de tantos años. Incluso siniestro. Muchos de los cuentos hoy no los abordaría así. Probablemente el yo que soy ahora lo escribiría todo de otra manera. Creo que eso es inevitable. Pero honestamente predomina la sensación de logro en la medida que he conseguido una voz propia y hallado las palabras para contar cosas que, de otro modo, se hubieran quedado para siempre en silencio.

¿Qué significa para usted publicar sus ‘Cuentos’, a los 60 años, en Páginas de Espuma?

Una ilusión y una satisfacción enorme. Por catálogo, por criterio, por valentía y por entusiasmo, Páginas de Espuma es para mí la casa del cuento en lengua castellana y algo así como el lugar natural para mis cuentos, no para que reposen sino para que sigan dando toda la guerra posible. Esta edición ha sido para mí como, tras un largo viaje, llegar por fin a Casa.

"Páginas de Espuma es para mí la casa del cuento en lengua castellana y algo así como el lugar natural para mis cuentos, no para que reposen sino para que sigan dando toda la guerra posible"

¿Por qué siente tanta inclinación por los cuentos?

Como lector, los mayores momentos de verdadero placer estético han sucedido siempre con un libro de cuentos en las manos. En su momento consideré este género el idóneo para construir el tipo de historias que yo quería contar. Cada historia exige, entre otras muchas cosas, su propia extensión. Y la mayoría de las que yo he concebido, por la intensidad o por el tipo de prosa que quería poner en pie, tenían que ser cuentos.

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