VIAJEROS POR ARAGÓN

Richard Ford, un inglés en el paisaje más pintoresco

Hijo de la artista Marianne Booth, vivió y recorrió España entre 1830 y 1833, y era un gran dibujante y amaba «este país inesperado» y los toros

Viajeros por Aragón: Richard Ford.
Así, retratado como majo, pintó José Domínguez Bécquer a Richard Ford.
J. D. Bécquer.

Richard Ford (Londres, 1796-Heavitree, Devon, 1858) encarna al viajero romántico como muy pocos, dado al desafío y a la polémica. De buena familia, abogado, profesión que nunca ejerció, fue periodista, coleccionista de arte y dibujante. Estuvo en España entre 1830 y 1833 e hizo más de 500 dibujos de cuanto veía, y lo definió como «este curioso país, que oscila entre Europa y África, entre la civilización y la barbarie». Fue un contador de historias, un sociólogo en algunos aspectos y, sobre todo, un andariego al que le gustaban la arquitectura, la historia y la naturaleza. Algunos lo llaman "el fotógrafo antes de la fotografía". Tenía una percepción especial para contar los secretos del camino y sus gentes.

Nació en Londres en 1796, se casó en 1824 con Harriet Capel, con la que tuvo seis hijos. Enferma esta, le recomendaron que se trasladasen a España. Se asentaron en Sevilla durante los inviernos y vivían en el palacio del Generalife, en Granada, en el verano. Le apasionaba el arte (su madre era la artista Marianne Booth), no le importaba arriesgar en valoraciones estéticas, admiraba a Goya, y posó de majo para José Domínguez Bécquer, padre del poeta. En el fondo, fue, como Próspero Merimée, uno de los creadores del mito de la España pintoresca; expresión que a él, como recordaba la estudiosa Esther Ortas Durand hace años, le atraía tanto y le sugería una mezcla de "belleza y fantasía". Poco después de instalarse a orillas del Guadalquivir empezó sus viajes.

Solía hacerlos acompañado de arrieros y en mula, y los publicaba en la revista ‘Quarterly Review’; los recogería en un libro que le encargó el editor John Murray: ‘Manual para viajeros por España y lectores en casa’ (1841), que gustó mucho y se reimprimió en lengua original y en su versión española. Hace más de 30 años ya, los libros de Richard Ford, editados por Turner, fueron muy leídos en España: con ellos, por decirlo así, redescubríamos el país.

A Richard Ford le interesaban las ciudades, por supuesto, pero sobre todo fue un cantor del paisaje. Y le atrajeron mucho los enclaves montañosos, los pueblos del Alto Aragón, las gargantas y precipicios, las construcciones históricas. De Aragón le incomodaba el desierto, y le deslumbraban los Pirineos. Se atrevía a sugerir unas rutas a seguir, a la vez que ponderaba la belleza de la naturaleza y elogiaba la majestuosidad de las rocas, las dificultades de acceso a una cumbre y la exaltación puramente romántica de algún lugar que le conmovía.

Activaban la sensualidad de su pluma pueblos y valles como Ansó, Canfranc, Biescas, Broto, Gistáin y Benasque. Escribía: "La ruta comienza por llanuras desnudas y monótonas, con aromáticos baldíos que se extienden a la derecha, mientras el Gállego va abriéndose paso a mordiscos a la izquierda".

"La ruta comienza por llanuras desnudas y monótonas, con aromáticos baldíos que se extienden a la derecha, mientras el Gállego va abriéndose paso a mordiscos a la izquierda"

Si toma otra dirección, hacia Fanlo o Torla, anota que es "una excursión muy pintoresca, de dos horas, que pasa después de dos millas por una soberbia garganta; luego se continúa media hora hasta Broto y cuatro horas más hasta Fanlo, una aldea situada detrás de la Brecha de Roldán, desde cuya cima hay una bajada de cinco horas. A la derecha se mira abajo a un barranco vasto y tortuoso, excavado por los torrentes de nieve fundida que caen desde Las Tres Sorores".

Luego, anota: "Cerca de Fanlo hay una estrecha grieta en una roca, como formada por un terremoto, a través de la cual un torrente desgasta su cauce; suba y mire abajo este tajo y las copas de los árboles; el río corre allá abajo, oído pero no visto. Se puede bajar hasta él por medio de una escalera de cuerda. Al este de Fanlo se levanta además la angular y salvaje montaña de San Victorián, y alrededor de cinco millas más allá se alzan filas sobre filas de precipicios de bosques oscuros". Poesía y exactitud.

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