Imágenes de la capital del cierzo / 17. 'artes & letras'

El memorial a Pignatelli, ante su gran obra, el Canal Imperial de Aragón

Desde Torrero se le canta "Don Ramón de Pignatelli es un hombre muy severo, da la espalda a Zaragoza y los cojones a Torrero"

Imágenes de la capital del cierzo / 17
Estatua dedicada a Don Ramón de Pignatelli en el parque homónimo, 1904. Colección Moncho García.
Colección Moncho García.

DE UN CANÓNIGO HIPERACTIVO

Don Ramón de Pignatelli y Moncayo era más zaragozano que la Torre Nueva, La Lonja y los adoquines con envoltorio de la Virgen y letras de jota. Además, tan ilustrado como los futuros clásicos juveniles de la editorial Bruguera.

Segundón de noble familia, estudió con los jesuitas en Roma y luego en la Universidad de Zaragoza, doctorándose en Cánones. Resulta abrumadora la lista de todas las dignidades que desempeñó a lo largo de su vida adulta: canónigo del Cabildo Catedralicio, miembro de su Junta de Hacienda, regidor de la Junta de Gobierno y Administración de la Real Casa de Misericordia, miembro fundador de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, rector de la Universidad en diferentes periodos… Y todo ello concentrado en unos cuarenta años.

A pesar de sus enormes méritos, la obra que le ha hecho pasar a los anales de la historia local es sin duda alguna el Canal Imperial de Aragón. Nombrado primer protector del mismo en 1772 por el presidente del Consejo de Castilla, Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, X Conde de Aranda, su tío político, y apoyado incondicionalmente por el Conde de Floridablanca, secretario de Estado, bajo su guía se construyó el cauce y la obra civil de tan magna obra, consiguiendo que sus aguas llegasen a la capital de Aragón en junio de 1784.

Fue una llegada gradual, primero tímidamente a través de un canal de madera y posteriormente en noviembre de 1786 ya “con todos los sacramentos” con la inauguración del Puerto de Casablanca, sus dos esclusas y un molino harinero que aprovechara la fuerza de las aguas. Y todo ello a pesar del escepticismo inicial de muchos, a cuya memoria nuestro canónigo mandó construir junto al conjunto portuario la llamada Fuente de los Incrédulos.

De un aniversario y una estatua.

-Pues habrá que hacerle algo a Pignatelli para conmemorar el septuagésimo quinto aniversario de la llegada de las aguas del Canal. Que solamente faltan dos años y nos va a pillar el toro, carape –dijo alguien un tanto redicho en uno de los salones de la alta burguesía zaragozana.

-Una estatua. Algo bonito a la par que elegante –coincidió un segundo. Y barata, sobre todo barata. Que los politicastros no tiene un clavel y luego nos pedirán que paguemos el pato a los de siempre.

-Una estatua, ¡qué pereza! –terció otro al tiempo que apuraba su segunda copa de cognac.

Estamos en 1857. La Diputación Provincial de Zaragoza, encabezada por su presidente José Osorio, impulsa la propuesta y encomienda al escultor murciano Antonio Palao, a la sazón director de la Escuela de Bellas Artes local, un diseño acorde a la importancia del personaje.

Se inspiró el artista para ello en el retrato de cuerpo entero del homenajeado atribuido a Goya, una de cuyas copias, realizada por Narciso Lalana, se conservaba en las llamadas Casas del Canal, en la actual Plaza de la Santa Cruz, y hoy se exhibe en el Museo de Zaragoza.

Cumplido el cometido, Manuel Albareda Cantavilla, alumno y seguidor de Palao, reprodujo la obra a tamaño superior al natural, haciéndose fundir en bronce en París, «chez» Durand, al año siguiente.

El 24 de junio de 1859 se inaugura con gran pompa y boato en la anteriormente anónima pero que a partir de entonces va a ser conocida como Glorieta de Pignatelli, hoy Plaza de Aragón, la escultura que debe inmortalizar a su ilustre epónimo.

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Don Ramón de Pignatelli en la glorieta a la que le daba nombre, hoy Plaza de Aragón.
Archivo Hernández-Aznar, postal coloreada de Cecilio Gasca, circulada en 1903.

La primera piedra del memorial había sido colocada por la Infanta María Luisa de Borbón y Borbón, segunda y última hija de Fernando VII y de su esposa María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Consta de un primer basamento en piedra y, sobre él, otro menor, prismático, sobre el que descansa la figura, grave y opulenta, del festejado dirigiendo su vista hacia el exterior de la ciudad. Una notable verja de hierro rodea todo el conjunto.

Ocupó este emplazamiento cuarenta y cinco años, durante los cuales vio transformarse radicalmente su entorno. Desde su privilegiada atalaya el bueno de Don Ramón fue testigo de los fastos de la Exposición Aragonesa de 1868 y del posterior embellecimiento de aquel espacio de paseo y esparcimiento ciudadano con la construcción de diversos hotelitos burgueses, los nuevos edificios para la Capitanía General de Aragón y la Facultad universitaria de Medicina y Ciencias y la llamada Tercera Puerta de Santa Engracia.

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Tercera puerta de Santa Engracia, y tras ella la Glorieta de Pignatelli.
Archivo Hernández-Aznar, postal coloreada de Cecilio Gasca circulada en 1903.

DE UN PARQUE Y UNA MUDANZA

- Don Ramón.

- Usted dirá, mozo.

- Que dice el alcalde que vaya haciendo las maletas que nos lo llevamos a otro sitio. A un parque que estamos construyendo en su honor junto al Canal. Ya verá qué bien va a estar en su nueva casa.

- Pues bueno, pues vale.

Fiestas en Honor a Nuestra Señora del Pilar. Año 1904. El día 11 de octubre es colocada sobre su pedestal la estatua broncínea original de Francisco Vidal y Castro, fundida en los talleres de “Averly”, que representa al que fuera Justicia de Aragón Juan de Lanuza V. Ocupa el conjunto, inaugurado once días después, el lugar exacto del monumento a Don Ramón de Pignatelli.

A éste se le había trasladado durante la primavera y verano de ese año a "las inmediaciones del Canal", a un espacio que todavía se está aterrazando y que será denominado después, "parque de Torrero” y más tarde aún “de Pignatelli". Es a este periodo de tiempo, el de la colocación del memorial en su nueva ubicación, al que corresponde la maravillosa fotografía de autor desconocido de la colección de Moncho García.

Los árboles, recién plantados, son todavía tiernos y presentan el follaje propio de los meses centrales del año. Los movimientos de tierra están a la orden del día en aquel espacio de forma triangular que, en palabras del periodista José García Mercadal, era todavía en 1908 una llanura polvorienta y poco apropiada para el solaz y disfrute de nuestros antepasados.

La avenida del Siglo XX, posterior paseo de Cuéllar, cuyo trazado ciñe el parque por el norte y el este era a principios de la centuria un espacio de ensanche relativamente poco urbanizado, recorrido por el tranvía recientemente electrificado. Al fondo de la imagen, a la derecha, se aprecia uno de sus primeros edificios, todavía sin rematar.

Al monumento le falta todavía su verja, hoy sustituida por una fuente, que no está pero que no tardará en colocarse y que lucirá sus mejores galas metálicas el muy ventoso día 17 de octubre de 1904, fecha en la que la imagen de nuestro orondo canónigo es reinaugurada.

Hay quien afirma que sus ojos, enfrentados al flamante puente de América y a la dársena y las mansas aguas del Canal Imperial de Aragón, parecían humedecidos. ¡Los había echado tanto de menos!

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