yo de arte no entiendo. 'artes & letras'

Esa vibración emocionante del acto creativo que reconforta

La fotografía era el medio de expresión de un amigo, Vicente, el arte mediante el que hablaba su corazón

Yo de arte no entiendo. Raúl Pecker.
Igor Stravinsky, retratado en 1946. Una de las fotos más bellas de la historia.
Arnold Newman.

Quizá podría estar en este momento de siesta bajo la sombra de algún sauce, leyendo uno de esos libros en los que se puede vivir, sumergido sin esfuerzo en el agradable baño de una ficción protectora que me aislara temporalmente de la realidad más cotidiana. Pero he elegido otro tipo de emociones hoy, he elegido entrar en mi estudio, bajar la persiana para evitar el calor, enchufar un ventilador y ponerme a escribir.

Esta disyuntiva se me ha presentado en muchas ocasiones a lo largo de mi vida. ¿He venido aquí a construir canciones o sencillamente estoy para disfrutarlas como espectador? ¿Me hace sentir mejor producir o contemplar? ¿Escribir o leer? ¿Cantar o escuchar? Hay un componente inevitable en la creación que es la necesidad de expresarse, pero en el arte se vive tan bien… 

¡Qué pereza ponerse a veces a fabricar, a hacerlo bien para conseguir transmitir algo que pueda erizar alguna piel! ¡Con lo bien que se está dejándose llevar por esa vibración emocionante que te sacude cuando entras con la imaginación en ese interior infinito y subjetivo de cualquier obra de arte de esas que ofrece el mundo! Sencillamente siente. Solo experimenta lo que te están contando, interprétalo, aunque ni de lejos te acerques a lo que el autor quiso decir. ¿Qué más da eso? Se trata de una vivencia única y personal, es como un DNI, radicalmente intransferible.

¿Escribir o leer? ¿Cantar o escuchar? Hay un componente inevitable en la creación que es la necesidad de expresarse, pero en el arte se vive tan bien…

Una de las cualidades más alucinantes del arte es su capacidad para reconfortar. Puedes haber tenido un auténtico día de mierda, pero cuando te permites desaparecer y te dejas invadir por una buena historia, un cómic, una novela, un disco, una exposición, de pronto te sientes bien, te sientes feliz, protegido, al margen de esas dificultades diarias.

Mi amigo Vicente, que nació entre nísperos y naranjas, quería dedicarse a llenar de belleza el universo a base de imágenes. La fotografía era su medio de expresión, el arte mediante el que hablaba su corazón, mientras nosotros, inexpertos y estudiantes, hablábamos de grandes fotógrafos que nos conmovían como Arnold Newman, Franco Fontana, William Klein o Cartier-Bresson. Pero cuando tuvo que valerse de su técnica para sobrevivir y empezó a trabajar como mercenario visual retratando productos, que se clasificarían después en catálogos, que llegarían a las manos de los consumidores para que pudieran, por fin, hacer su elección, decidió dar un giro salvaje a su vida. 

Abandonó la creación artística para simplemente habitar en la de los otros. Abandonó el plató que había construido, vendió todas sus cámaras y trípodes, dejó caducar sus carretes, encerró bajo llave todo su imaginario creativo, para simplemente dedicarse a leer. Buscó un empleo en la caseta de un aparcamiento subterráneo, pidió el turno nocturno, y compró todos los libros que necesitaba. Y allí, bajo su propio sauce, encontró la felicidad.

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