entrevista

Miguel Serrano: "Nos hemos caído del caballo pero seguimos cabalgando desde el suelo"

La crisis del Covid-19 le ha pillado a este talentoso escritor zaragozano estudiando y dando clases en Iowa City, en la misma universidad por la que pasó Manuel Vilas.

Miguel Serrano Larraz, en Iowa City, donde está terminando una novela que puede salir en octubre.
Miguel Serrano Larraz, en Iowa City, donde está terminando una novela que puede salir en octubre.
HA

¿Cómo está viviendo estos días en los que le supongo también más o menos confinado?

A veces aburrido, a veces preocupado, casi nunca las dos cosas a la vez. En este mundo de conexión permanente, el miedo puede llegar a ser muy entretenido.

Reside desde 2018 en una ciudad universitaria, de pequeño tamaño, en el Medio Oeste norteamericano. ¿Es muy estricto el control allá?

No, no demasiado. Las tiendas están cerradas, y hace ya tres semanas que la universidad en la que doy clases decidió cancelar el resto del curso, pero muchos restaurantes siguen abiertos (aunque solo sirvan comida para llevar), se puede pasear por la calle, y en las tardes primaverales, que cada día son más, las canchas de baloncesto están llenas, y en los parques se ven grupos de jóvenes que hacen yoga, o que leen, o que se lanzan un ‘frisbee’. 

¿Y cómo vivía antes su experiencia americana?

Con perplejidad permanente. Siempre estamos aquí (no sabemos estar en otra parte), y sin embargo muchas veces ese aquí nos sigue sorprendiendo. Creo que la experiencia de ser extranjero es muy enriquecedora, especialmente si no eres un extranjero con demasiados privilegios. 

Se suele decir que los españoles son muy prejuiciosos hacia los estadounidenses. En su caso, ¿ha cambiado alguna de las ideas que llevaba consigo?

Muchas, claro. He descubierto, por ejemplo, que en algunos pequeños supermercados el pan es bueno, incluso muy bueno. Y que se pueden comprar acelgas: saben igual, aunque se llamen de otra forma. Los estadounidenses son aún más amables de lo que esperaba, y creo que en general tienen menos prejuicios respecto a algunos asuntos: la ropa, el sexo, las rozaduras de los coches, la necesidad de limpiar las ventanas. De todas formas, mi experiencia es muy limitada, vivo en una ciudad pequeña y muy aislada y me relaciono casi exclusivamente con personas del ámbito universitario, en unas condiciones que me permiten mantener algunos prejuicios.

La lejanía respecto a su entorno anterior ¿pesa estos días en los que España está siendo muy castigada por una pandemia?

Es una sensación extraña, porque aunque estuviera en Zaragoza no podría ir a ver a mis padres, ni quedar con mis amigos, hablaríamos exactamente igual que ahora, con la misma frecuencia y con los mismos problemas de conexión. Y sin embargo... 

El próximo verano, en junio o quizás julio, según evolucione la situación sanitaria, vuelve a Zaragoza. ¿Su estancia en Estados Unidos le ha sido propicia para la escritura?¿Cuándo le podremos leer un libro nuevo?

Estoy terminando una novela, que en principio se va a publicar en octubre. Pero la situación ha hecho que me replantee, una vez más (es una constante en mí, desde hace años), la utilidad de la literatura, o al menos de lo que yo escribo. Por desgracia, no sé hacer otra cosa. Hace unos años tenía al menos la sensación de que era muy hábil haciendo algo muy inútil. Pero ya ni eso tengo claro.

"En el mundo de la cultura nos resistimos a hablar del dinero. Si no se habla de él, con cifras individuales concretas, no se puede tener un debate serio"

Muchas gentes de la cultura se dedican estos días a compartir sus creaciones en red, adaptándose a la nueva realidad, más virtualizada, que se abre camino. ¿Qué opina del fenómeno?

Cada uno hace lo que puede. Yo llevo muchos años trabajando en el mundo de la cultura, algunas veces en pequeños callejones del centro y otras veces en los arrabales más sórdidos. Todos los debates teóricos son muy entretenidos, pero nos resistimos a hablar de dinero. Si no se habla de dinero, con cifras individuales concretas, no se puede tener un debate serio. Y nadie parece dispuesto a desnudarse de esa manera, el tabú del dinero parece capaz de resistir a cualquier pandemia.

¿Y qué papel cree que deben tener esos trabajadores, los que antes se llamaban intelectuales y artistas, en los cambios que se avecinan en la sociedad? Porque parece que todo va a ser distinto después de estos días del coronavirus.

Es una pregunta demasiado amplia, pero tal vez todo lo que ha pasado debería hacernos recordar que no puede llamarse intelectual a nadie que no sepa un poco de ciencias, especialmente de matemáticas. Las puertas de todas las redacciones de noticias y de todas las tertulias políticas deberían tener un cartel como el de la Academia de Platón: «Aquí no entra nadie que no sepa geometría». 

¿Usted cómo se imagina el futuro?

Me gustaría creer que vamos a aprender algo de todo esto, que los neoliberales se van a dar cuenta de que la autorregulación de los mercados y la supuesta igualdad de oportunidades son dos farsas de proporciones cósmicas. Pero no lo creo. Leo los comentarios en los periódicos, en mis redes sociales, incluso en algunos grupos de amigos y familiares en WhatsApp, y no veo en ningún lado ninguna señal real de cambio. Nos hemos caído del caballo pero seguimos cabalgando desde el suelo. Si al menos mejorásemos el presupuesto de sanidad y el prestigio de los investigadores, no sé. No tiene pinta.

¿Alguna experiencia cultural –libro, canción, película…– que recomiende para estos días?

Creo que no tengo una tendencia natural a la necrofilia, pero estos días me he descubierto escuchando a los músicos que han ido muriendo desde que comenzó el encierro, no todos por culpa directa del coronavirus. En este ‘memento mori’ continuo me resulta extrañamente consolador escuchar a Bucky Pizzarelli, a Penderecki, a Rafael Berrio, a Aute, los distintos grupos de Adam Schlesinger...

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