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Robert Frank, el artista solitario que captó la América más descarnada

Ha fallecido a los 94 años el gran fotógrafo y cineasta judío que alcanzó la fama con su libro 'Los americanos' (1958) y litigó con Los Rolling Stones por la película 'Cocksucker Blues' (1972)

El fotógrafo suizo Robert Frank (1924-2019).
WALTER BIERI

Robert Frank, que falleció en Inverness (Nueva Escocia, Canadá), a los 94 años, aceptaba con cierta delectación su condición de ‘outsider’: era un maestro a contrapelo que vivía a su aire, lejos de la fama. Tranquilo, sin nostalgias de casi nada, ni siquiera de su éxito de antaño ni de la aureola que le rodeó tras publicar ‘Los americanos’ (París, 1958), el trabajo de casi una década de viaje de Estados Unidos, quizá con un aroma de displicencia y de displicencia.

En ‘Los americanos’ hizo casi 28.000 fotos, recorrió más de 15.000 kilómetros y visitó 30 estados, y el resultado final fue tan sombrío como inesperado y deslumbrante. Robert Frank, con su mezcla de visión y realismo, atrapó el reverso de la ‘american way of life’ y destapó paradojas, soledades, reveló un país inquietante, esclavo de sí mismo, que le mereció críticas y consideraciones ácidas: fue llamado «antifotógrafo» y «antipatriota».

Una de las imágenes de 'Los americanos'.
Robert Frank

Siempre pareció un poeta deslavazado, muy libre, capaz de subvertir el canon o el concepto de belleza. Con todo, se nacionalizaría norteamericano en 1963.

La carrera de Robert Frank, nacido en el seno de una familia judía burguesa en Zúrich en 1924, empezó pronto. Quiso huir de las amenazas nazis que se cernían sobre la empresa familiar y de su futuro destino de hombre de negocios, y se inclinó por la fotografía. En 1946, con poco más de 20 años, publicó ‘40 fotos’. Al año siguiente emigró a Estados Unidos, se instaló en Nueva York y trabajó en moda para ‘Harper Bazaar’ y más tarde para ‘Life’. Entre sus maestros hay una figura clave: Edward Steichen, uno de los fotógrafos más exquisitos y técnicos de la historia. Viajó a Perú, el Perú del gran fotógrafo Martín Chambi, y le dedicó dos libros. Consta en varias de sus biografías que vivió cuatro meses de 1953 en las inmediaciones de la playa de Malvarrosa de Valencia: allí lo retrató, bailando con su primera mujer Mary, otro gran fotógrafo como Elliott Erwitt.

Fue a su vuelta cuando decidió retratar a ese país sombrío y solitario, casi inabarcable que es Estados Unidos, en una obra documental, despojada de amabilidad. Gracias a su amigo Walker Evans, maestro de la fotografía social, recibió la beca Guggenheim. 

El compañero de los ‘beatniks’

Conocería la prisión, casi por azar, en su peregrinación americana. En 1958 se publicó en París ‘Los americanos’ (hay edición reciente publicada en Madrid por La Fábrica), ese gran acontecimiento para la fotografía, con prólogo de su nuevo amigo Allen Ginsberg, y al año siguiente en Estados Unidos. Entró en contacto con los poetas de ‘beat generation’ (el citado Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Grigory Corso, etc.), y en 1962, reconocido y elogiado, expuso en el MOMA de Nueva York.

Pensó que era el momento de colgar la Leica. Dio el paso al cine y rodó varias películas, como ‘Pull my Daisy’ (1959), escrita y contada por Jack Kerouac, con Allen Ginsberg como actor, todo un ejercicio de improvisación; al año siguiente haría ‘Sin of Jesus’, donde contaba la historia de una joven que trabajaba en una granja de pollo. Haría ‘Cocksucker Blues’, centrada en una gira de los Rollings Stones de 1972, que asustó al propio Mick Jagger; le dijo que si la veían, con sus excesos sexuales y su amoralidad, no lo dejarían entrar en el país, y se prohibió la reproducción.

Más tarde, pero sin excesivo entusiasmo, Robert Frank volvió a la fotografía y ha hecho videoclips, algunos para Patti Smith. Sufrió algunas tragedias personales:se le murió una hija en un accidente aéreo; un hijo padecía una enfermedad mental que le ocasionó numerosos trastornos.

Dijo: «El blanco y el negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y la desesperación a la que está atada la humanidad». Por otro lado, el par de Cartier –Bresson, Capa o Kertész creía que sus fotos debían contener «la humanidad del momento».

Podía ser descarnado porque se atrevía a mirar. Tenía todos los honores, entre ellos el premio PhotoEspaña Baume et Mercier, que recibió en 2007 en Madrid.