literatura

¿Era un joven héroe o un idiota?

La muerte de una bielorrusa que pretendía emular al malogrado Chris McCandless reabre el debate sobre la búsqueda de aventuras a las bravas en un entorno hostil

Mucho antes de que se popularizara el selfi, en la cámara del joven había una película llena de autorretratos.
Mucho antes de que se popularizara el selfi, en la cámara del joven había una película llena de autorretratos.
Inés Gallastegui

Christopher McCandless es, para miles de jóvenes en todo el mundo, un icono. Un héroe que se buscaba a sí mismo en mitad de la naturaleza, en la última frontera de América, y encontró la muerte. Su aventura quedó plasmada en 1996 en el libro ‘Into the wild’ (‘Hacia rutas salvajes’), de Jon Krakauer, recomendado en muchos colegios de todo Estados Unidos, y la película homónima de Sean Penn en 2007. Para muchos habitantes de Alaska, en cambio, Chris es el joven inconsciente que se internó en un paraje desierto y hostil sin mapa, hacha, botiquín ni la más remota idea de cazar o pescar y se dejó morir de hambre, pese a que estaba a 30 kilómetros de la carretera plagada de turistas del Parque Nacional de Denali. Para ellos, es el causante de que decenas de imprudentes peregrinen cada verano hasta estas tierras remotas, en ocasiones con resultados trágicos. La última, Veranika Nikanava, una bielorrusa de 24 años de luna de miel que murió arrastrada por la corriente de un crecido río Teklanika mientras trataba de encontrar junto a su marido el autobús en el que aquel robinsón de tierra adentro vivió sus últimos días en agosto de 1992.

McCandless nació en 1968 en una familia de clase media. Tras graduarse en Historia y Antropología en Emory (Georgia), quiso seguir el ejemplo del pensador estadounidense Henry David Thoreau, que vivió dos años aislado de la civilización en una cabaña en un bosque de Massachussets donde cultivaba sus alimentos y escribía sobre su experiencia. El joven, que despreciaba las leyes y el dinero, donó a Oxfam los 24.000 dólares de su fondo para estudios y viajó por el interior del país haciendo trabajos esporádicos y amistades fugaces. En abril de 1992 llegó a Fairbanks, Alaska. El hombre que le llevó de la ciudad a Stampede Trail intentó disuadirle de sus planes al ver lo mal equipado que iba –una bolsa de arroz eran todas sus provisiones–, pero Chris desoyó sus consejos y solo le aceptó un par de latas de atún y unas botas viejas.

En medio de aquel paraje solitario, el joven convirtió en su hogar un autobús abandonado que la compañía encargada de asfaltar la carretera había usado en los años 60. Durante 113 días anotó en un diario sus peripecias, que firmaba con su seudónimo, Alexander Supertramp. Se alimentaba de patatas silvestres y bayas y, con su rifle semiautomático pero sin permiso ni experiencia como tirador, abatió piezas pequeñas como ardillas, puercoespines y pájaros. Cazó un alce, pero no supo cómo ahumarlo: aquel magnífico animal se convirtió en 700 kilos de carne podrida.

Hambriento y enfermo, en julio intentó cruzar el Teklanika para volver a la ciudad, pero con el deshielo de abril el arroyo se había convertido en un torrente. Si hubiera tenido un mapa, habría sabido que a pocos kilómetros existe un puente colgante sobre el cauce, o que en la zona hay refugios con víveres de emergencia.

El 6 de septiembre de 1992, un grupo de cazadores encontró una nota de socorro en la puerta del vehículo. Ya era tarde. Su cadáver estaba dentro, en el saco de dormir que su madre le había cosido. Junto a él había otro mensaje: "He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor". Tenía 24 años, pesaba 30 kilos y llevaba tres semanas muerto. No está claro si pereció de hambre, envenenado por unas semillas que no conocía o ambas cosas.

Ni fácil ni romántico

Cuando aún faltaban años para el selfi, en la película sin revelar de su cámara se encontró un puñado de autorretratos que muestran a un joven sonriente, barbudo y desastrado posando con sus trofeos. La difusión de su historia por Krakauer convirtió al chico en objeto de culto y al autobús 142, en lugar de peregrinaje.

A muchos lugareños no les hace gracia el ‘fenómeno McCand-less’, como lo llama Peter Christian, guarda forestal de Denali y autor de un famoso artículo que resume los sentimientos de buena parte de la población. "Alaska está poblada de gente que huye de algo o se busca a sí misma", explica. De ellos, muy pocos logran adaptarse a vivir en este territorio agreste. La mayoría constatan que no es ni fácil ni romántico, sino mucho trabajo duro. Y unos pocos, como Chris, actúan sin el menor respeto a la tierra, los animales y la historia de Alaska y sucumben a la naturaleza salvaje. "Lo que hizo no fue valiente, sino estúpido, trágico y desconsiderado", concluye el guarda, quien recuerda que los excursionistas insensatos ponen en riesgo a los equipos de rescate y cuestan mucho dinero a las arcas públicas. Antes de la joven bielorrusa, una turista suiza murió en 2010, pero las alertas por excursionistas perdidos o heridos se cuentan por docenas. "¿Era un héroe o un idiota?", se preguntaba en el ‘Anchorage Daily News’ la psicóloga Judith Kleinfeld. 

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