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Amelia Pérez de Villar: “Traducir es como leer, pero a lo bestia”

La escritora madrileña, especialista en versiones del inglés y del italiano, publica ‘Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio’ (Fórcola) y lo presenta el martes 18 en Antígona

Amelia Pérez del Villar
Amelia Pérez de Villar lleva más de 30 años en el oficio.
Celia Corrons

¿En qué consiste traducir?

Traducir es siempre un acto de comunicación: llevar un texto escrito en un conjunto de signos inteligibles solo para algunos, a un destinatario que desconoce ese código. El paso, el trasvase, hay que hacerlo con cuidado, con mimo y con elegancia, entendida ésta como discreción y contención.

¿Cuál sería la importancia de los traductores, cuál es su misión en el ambiente cultural y en la comunicación?

Su importancia es vital como facilitador de la comunicación, como mensajero. Vital e inevitable. Su misión en el ambiente cultural es la de dar diversidad, brillo y esplendor a la lengua y a la producción literaria. Me parece muy enriquecedor que un lector decida qué traductor le gusta más, o qué traducción de una determinada obra (por ejemplo, de un clásico) prefiere. En la variedad está el gusto. En un país donde se publican tantas traducciones, los traductores no solo contribuyen a la difusión de la cultura, convirtiendo en universales lo que antes eran literaturas nacionales: que haya variedad de traducciones es síntoma de buena salud editorial y crítica. Una pena que se sigan sacando al mercado ediciones excelentes con traducciones antiguas que convendría revisitar...

¿Y qué buscas usted, como traductora? ¿A dónde quiere llegar?

Me dan ganas de responderte que a la lista Forbes... Pero hay objetivos más inmediatos. Sigo queriendo llegar a vivir, no a sobrevivir a duras penas, de la traducción literaria. A que la actividad de los traductores literarios alcance el mismo respeto que tiene en otros países, en Francia o en Estados Unidos, por parte de las instituciones, del mundo cultural y del público. Por desgracia ese, que era un objetivo que no hace tanto me parecía alcanzable, cada vez se revela más lejano. Creo que el ejercicio de la profesión se ha masificado y se ha abaratado tanto, llevado por un halo de romanticismo que nos perjudica y del que se aprovechan los que cortan el bacalao, que hemos vuelto a alejarnos. Yo quisiera que siguiéramos por la senda de conseguir mejores tarifas, un sistema de cotización realista y, por supuesto, visibilidad. Hay quien piensa que solo con la visibilidad ya estamos pagados. Y lo piensa quien paga y quien “cobra”.

Amelia Pérez del Villar
Portada de su libro.
Archivo Heraldo.

Dices que intenta que “la lengua de partida brille por su ausencia”, hasta llegar con el nuevo texto a la transparencia. ¿Se puede lograr eso?

Sin duda. No hay más que leer ‘Mientras agonizo’, de Faulkner, traducido por Jesús Zulaika. Hay miles de ejemplos más, pero creo que este, por repercusión y fama, estará al alcance de todo el mundo. Pero para lograrlo hay que ser buen traductor, como lo es Jesús. Como lo son tantos.

¿Qué es más importante dominar bien: la lengua a la que traduces o el idioma original? Es como un viejo debate.

Ambas son importantes. Si no dominas la lengua de partida no entiendes el original y no puedes trasladarlo bien. Si no dominas la lengua de llegada el resultado no puede ser bueno. Hacen falta ambas cosas. Por eso no basta con ser bilingüe para traducir. De hecho, muchos bilingües encuentran naturales algunos vicios con los que ellos han crecido en el ámbito doméstico, y no tienen la objetividad necesaria para pulirlos. Ojo, digo muchos bilingües. Si saben bien ambas lenguas, lo hará tan bien un bilingüe como otro que no lo sea. Pero lo que prima es el conocimiento.

¿Por qué se define como “un soldado de fortuna”?

Llevo 30 años en esto. Más de diez en traducción literaria. Más de 30 libros publicados, algunos de autores muy complicados de traducir, como Henry James o Kipling. Sigo teniendo que ir por ahí buscando trabajo si no quiero quedarme desocupada. Todo el mundo te conoce y se acuerda de ti, pero a veces no es posible empalmar un proyecto con otro, y la cadena se rompe. Eso es una tragedia, lo entenderá muy bien el ciudadano de a pie: nos quedamos en paro. El bagaje profesional no tiene el peso que debería. Hay libros que no se pueden traducir a toda prisa. Solo se sale adelante si traduces, mínimo, un libro al mes, y eso es harto difícil. Y no me ocurre sólo a mí, claro está. Es uno de los gajes del oficio, y de difícil solución, por la manera en que desempeñamos nuestra tarea y porque aún sucede que quien adjudica un proyecto se deja llevar por la tarifa más barata que ofrece otro o porque es más conocido que tú. Y va a peor.

Imagino que es muy diferente traducir prosa que poesía, y no sé si cambia también su actitud cuando se incluye el texto original.

Es diferente por completo. La poesía siempre tiene un condicionante especial y específico, y si no todo el mundo puede ser traductor, desde luego no todo el mundo puede traducir poesía. Siempre tengo presente a Jordi Doce, que me parece un fantástico traductor de poesía porque también es buen poeta, claro, y eso se nota. Pero sobre todo porque pone todo el empeño y el amor del mundo en la traducción. Yo, cuando me ha tocado traducir un poema dentro de algún texto en prosa, he hecho lo que he podido: respetar el alma del texto, el ritmo y la extensión, por ese orden. No me ha quedado mal, en general... pero no soy traductora de poesía ni creo que lo pueda ser nunca.

¿Dónde se siente más cómoda: en el italiano o en el inglés?

Amelia Pérez del Villar
Robert Louis Stevenson en un retrato de John Sargent Singer.
John Sargent Singer.

Me da lo mismo. Mi tarea es buscar una palabra en castellano que transmite lo que dice la del original. Me da igual en qué esté escrito el original.

¿Qué diferencia hay entre traducir a Stevenson, a Dickens, a Henry James o Kipling? ¿Podría contarnos algo curioso de esos trabajos que ha hecho?

Robert Louis Stevenson es un regalo de la vida. Aunque a veces me ha hecho sufrir, es sistemático, metódico, sencillo (la dificultad la pone la época, nada más, y su “escocesismo”: de modo que todo se reduce al léxico); es tan ocurrente, tan divertido y tan sensato que se le perdona todo. Hablo de ensayo, que es lo que he traducido de él: mi experiencia traduciendo ficción suya se reduce a un puñado de relatos.

¿De Charles Dickens?

De Dickens no he traducido grandes obras, solo un epistolario juvenil. Pero ya apuntaba maneras. De todos modos yo no me enfrenté a su principal dificultad: traducir un novelón de quinientas páginas, siglo XIX, que se publicaba por entregas (estoy pensando en coherencia, continuidad, respetar la misma traducción para cada término o concepto a lo largo de toda la obra...) no es tarea fácil.

Amelia Pérez del Villar
Charles Dickens ha sido objeto de una traducción y de una biografía de Amalia.
Robert William Russ

Vayamos con el estilista psicológico Henry James…

Henry James es el azote del traductor: ya debía odiarnos y se empeñó en escribir sólo para arruinarnos la vida y la salud. Escribe con una sintaxis más cercana a la del latín o el italiano y, traduciéndolo, muchas veces pensé que si no hubiera dominado el italiano me habría resultado inviable ofrecer al lector un texto legible. Traducir sus textos es un ejercicio de desmontaje, limpieza, engrase y vuelta a montar, como esos relojeros que se encargan de que sigan funcionando los relojes del Palacio de Oriente. En muchos de los párrafos que traduje tenía que apuntar la frase en una libreta, a lápiz, y desglosarla como cuando traducíamos ‘La guerra de las Galias’ para clase de latín. Así he conseguido que se le entienda cuando escribe... Kipling... mi experiencia se reduce a traducir las crónicas de guerra de un periodista y novelista que quiso hacer poesía del horror. La elipsis y la metáfora en ese medio son una trampa continua. Como las minas antipersona.

Su libro se titula ‘Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio’. Ya sé que ha hecho todo un libro sobre eso, pero resúmanos de manera sencilla esos incómodos adversarios…

El peor enemigo del traductor es, ahora mismo, desempeñar una profesión que casi todo el mundo cree que puede hacer, y que haya quien “lo compre” y encargue trabajos a estas personas. ¿Te imaginas diciéndole a alguien “oye, me tuve que operar de cadera y me lo hizo un amigo al que le encanta esto de cortar órganos y empalmar tendones... he quedado un poquito cojo, pero bueno”? Yo no. Es muy socorrido poder (¿poder?) hacer un trabajo en tu casa con un portátil, en la mesa de la cocina y con un diccionario en línea... Si al editor le cobras menos que un traductor profesional, mejor para él. Y luego ya si eso cuando encuentres trabajo “de lo tuyo”, lo dejas. Hay más, claro. Hacienda lo es, ahora mismo. Y la Seguridad Social. Y las redes sociales son un cuchillo de doble filo.

¿El editor es un aliado o un enemigo?

El editor siempre es un aliado. Si es un enemigo, déjalo: ¿paga mal, no se aviene a negociar condiciones económicas, de plazos, no publicita tu trabajo, no te “cuida”, dándote trabajos que sabe que tú harás mejor que otros y que serán beneficiosos para tu imagen y la de su empresa, no te consulta las correcciones, no te pide parecer sobre el título, no te muestra la cubierta, como deferencia (aunque tú no tengas poder de decisión al final)? Entonces no tienes un editor, tienes un patrón. Búscate otro, o busca otro oficio.

¿Qué es lo que más duele: la escasa remuneración, dice que no pueden ni pagar las cuotas de la Seguridad Social, o la poca atención de la crítica?

Todo eso duele. La inseguridad, la posibilidad de no tener otro encargo después, la incertidumbre... es muy difícil de gestionar. Si no fuera por eso, pagar las cuotas de autónomos sería algo que todos podríamos hacer con cierta alegría. Esta es la razón por la que hay más agentes que deberían implicarse en solucionar el problema, porque esto nos está abocando a todos a ser traductores a tiempo parcial (otro enemigo del traductor) con la consiguiente desprofesionalización de la tarea, o con el control de algunos sectores. El control de una actividad por parte de un sector ya sabemos dónde nos lleva. Lo de la crítica va por buen camino.

Amelia Pérez del Villar
Henry James, narrador, con su hermana William, pensador.
Archivo Heraldo.

¿Ah, sí? ¿En qué sentido?

Cierto que hace tres años yo lancé una campaña en redes, con una campaña que se llama como la cuenta de Twitter (@credítAME) con la etiqueta #citaaltraductor, que sigue viva y coleando. Afortunadamente, hoy en día hay muchas publicaciones en la cuenta que son agradecimientos de profesionales y lectores porque en las reseñas aparecemos citados. Y eso es enorme. Pero queda mucho por hacer, sobre todo porque necesitamos ambas cosas: retribución justa y crédito, que es la mejor forma de visibilizarnos. Te comentaré algo a este respecto: entre los blogueros, a los que puedes muchas veces dirigirte por correo electrónico o mediante comentarios en redes y que antes no nos citaban, están cambiando diametralmente esa tendencia y son mucho más respetuosos que hace cinco años. Eso es genial. Veo una tendencia preocupante, por ejemplo, en publicaciones ideológicas, por ejemplo de género: parece que lo importante es dar la noticia que nutre sus reivindicaciones, y poco importan los profesionales que contribuyen a ella. Esto no me parece bien: va contra la solidaridad que ellos mismos proclaman para sus batallas, y no es correcto.

¿Por qué le apasiona tanto la traducción? ¿En qué medida le ayuda en su faceta de escritora de ficciones?

Porque es una forma de viajar, de evadirse, de comunicarse, de conocer otros mundos, otras culturas... es como leer, pero a lo bestia. Y un poco como escribir, también. Ten en cuenta que yo caí en este agujero como ‘Alicia en el País de las Maravillas’ a principios de los 70, en una España en blanco y negro, restringida y fea. La traducción me ha dado disciplina para organizar mi tiempo y afán de corrección, de precisión. Me hace buscar la excelencia en cada frase. Ya sabemos que la perfección absoluta no existe, pero si uno no acomete la tarea apuntando a eso, no puede hacer un buen trabajo. La meta tiene que ser la redondez, sabes que en el mejor de los casos te quedarás a medio camino, pero si tu rasero está bajo desde el punto de partida el resultado nunca será bueno.

Cita a Esther Benítez. ¿Qué le debe a ella, traductora de Pavese, Calvino o Maupassant, entre otros, y quiénes serían sus maestros?

En una intervención que vi en la tele, donde oí hablar a Esther, sentí, por primera vez, que podría ser traductora literaria. Ya estaba estudiando Filología porque quería ser traductora, ya quería ser escritora desde hacía años y tenía como referente a Carmen Martín Gaite, con un pie en cada orilla (la escritura y la traducción), pero Esther me hizo creer que esto era posible. Tardé muchos años en conseguirlo, pero sigo agradeciéndoselo. Este oficio se cocina a fuego lento, no es un plato preparado para calentar al microondas.

LA FICHA

‘Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio’. Amelia Pérez de Villar. Fórcola. Madrid, 2019. Presentación: Librería Antígona, día martes 18, a las 20.00. Con Javier JIménez, editor de Fórcola, y el traductor y poeta y narrador Miguel Serrano Larraz.

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