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María Valenzuela: "He hecho todo lo que he podido por todos y no temo a la muerte"


A sus 99 años, con una mente lúcida y toda la pasión de vivir, recuerda sus sueños y su vida con el exalcalde de Zaragoza, Luis Gómez Laguna

MARIETA GOMEZ VALENZUELA / 04/02/2018 / FOTO : OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]
María Valenzuela, Marieta, vivió con Luis Gómez Laguna desde 1943 a 1995.
Oiver Duch

"Mi padre Rafael de Valenzuela se murió en África en junio de 1923. Lo llamó el rey Alfonso XIII y, como Millán Astray estaban tan estropeado ya, quería que fuera a mandar el tercio. Fuimos a Ceuta para estar con él. Creo que fue en mayo de ese año. Yo tenía tres años y medio…". Así arranca este diálogo con Marieta Valenzuela (Zaragoza, 1919), viuda de Luis Gómez Laguna (1907-1995, alcalde de Zaragoza entre 1954 y 1966 y montañero y bibliófilo), madre de diez hijos, y una mujer vitalista, entusiasta, que no ha dejado de ir a la montaña hasta hace muy poco y de viajar por Europa y el mundo hasta los 90 años. Memoriosa y serena, le apasionan las series de televisión. Encarna la naturalidad, la elocuencia y la pasión de contar.

¿Se acuerda de su padre?

De mi padre no me acuerdo de nada. De nada. En cambio me acuerdo del patio de la casa de Ceuta y de la vuelta en barco, de las claraboyas que teníamos en el camarote. Éramos cuatro hermanos, mi hermano mayor, Joaquín, y tres hijas… Pero mi madre se quedó embarazada, sin saberlo, tras nuestra estancia allí, hacia mayo de 1923. Vino una hija más luego, difunto ya mi padre, y dijo el Rey que la apadrinaba, por eso la niña se llamó Victoria Eugenia.

¿Dónde vivían aquí?

En la calle de San Jorge, 3 y 5, en la casa que era el antiguo Correos, modernista, grande, frente a Ibercaja. Mi primer recuerdo es del bautizo de mi hermana. Vino el capitán general y hubo mucho jaleo.

¿Su padre estuvo con Franco?

Sí. Algunos años después, cuando mi futuro marido Luis Gómez Laguna era alcalde, Franco comía con nosotros, y él sabía quien era yo y me decía: «Tu padre era el mejor jefe que he tenido». Me lo decía siempre y me preguntaba por mi madre.

¿Vio muchas veces usted a Franco?

Durante esos doce años en que mi marido fue alcalde, de 1954 a 1966, mucho. Pero primero, cuando era director general de la Academia General Militar de Zaragoza, sí, vino a ver a mamá a la calle de San Jorge varias veces.

Vivía en la calle Costa y tenía una novia zaragozana a la que le mandaba cartas donde le decía: «Le ordenó que me quiera».

Ja, ja, ja. ¡Madre mía! Eso no lo sabía. Mi padre murió en África, en una emboscada. Fue un mandato absurdo desde Madrid, dijeron que había que recuperar una posición y llevar agua a unos que estaban en Tizzi Assa. Y era una cosa peligrosísima, a loma descubierta, con los árabes situados en fosos y zanjas…

¿Dónde estudió?

En el Sagrado Corazón, pero como era una niña muy flojita, luego me arreglé bastante, mi madre me llevó un poco tarde. Tenía una profesora en casa que me daba clases de francés y del curso del colegio. A los ocho o nueve años.

¿Cómo fue su juventud con Miguel Primo de Rivera y con la II República?

La Segunda República la recuerdo con la voz de mi madre diciendo: "Ahora nos van a quitar las finca". Ja, ja, ja. He visto la serie de ‘La República’ porque me recuerda aquellos días. Nosotras le contestábamos: «Mamá, pues ya trabajaremos». Y ella respondía, alborotada: "¿De qué vais a trabajar?". Ya trabajábamos, ya. Yo daba clases de francés en el colegio, íbamos a Acción Católica, no cobrábamos una peseta, pero eso creo que ya fue después de la II República.

Y después llegaría la Guerra Civil...

Sí, yo tenía 16 años. Estábamos en Azcoitia, porque mi madre tenía la casa familiar de mi abuelo allí. Era de los Alcíbar. Era el lugar de nuestro veraneo. Vinieron a liberarnos los soldados del Ejército nacional, y nosotras, felices. Los invitamos a todos a que vinieran a comer. Y aquella noche pusieron un hospital de primera sangre, en una escuela Azkoitia. Una señora de allí, también de Madrid, pero que tenía casa allí, vino a buscar a mamá y le dijo: "Manolita, déjame a una de tus hijas que se quede conmigo en el hospital. Esta noche nos toca guardia".

Y fue usted, claro.

Sí. Yo era la tercera, tenía 16 años, y mamá me dijo: "Tú, María, ¿no querías ser enfermera? Pues, ponte el delantal blanco y vete". Allá me fui. Pasé la noche del loro. Estábamos horrorizadas por si volvían los milicianos. Me pusieron de ayudante en el improvisado quirófano, y me daban las piernas y brazos que cortaban. Ayudaba a sujetar las cabezas de los heridos; no había mesa de operaciones.

Fue toda una lección de medicina y de horror.

Fue horrible. Y luego mi hermana, la que luego sería monja, y yo nos quedábamos a velar muchas noches. Se oían los gritos. Después de esa experiencia, me metieron interna. Y al año siguiente, quitaron el internado porque pusieron el hospital, y mamá dijo que no quería que yo anduviese suelta, por coqueta, y que me mandaría a Algorta interna. Y yo le dije que no y a mi tía, que era madre superiora de una congregación, le expliqué: "Tía, estoy de monjas hasta la coronilla".

¿Qué hizo?

Marieta Valenzuela escala el Aneto en 19423 con su futuro marido.
Marieta Valenzuela escala el Aneto en 19423 con su futuro marido.
Archivo Gómez Valenzuela.

Volví al hospital, pero como les parecimos muy jóvenes no nos dejaron ir con los heridos, y nos metieron en una oficina de información. Después estudié un poco de enfermería, habría querido ser médico pero mi madre no me dejó estudiar una carrera. Yo era muy libre y pensaba que, de haber estudiado, ya no me vería el pelo. "Ni hablar, María, tú no estudiarás". Estudié corte y confección, tomaba lecciones de alemán, y daba clases, muy baratas. Tuve un profesor y a la vez fui a clases nocturnas.

En 1939, hace ahora 80 años, concluyó la guerra. ¿Cómo se divertía usted?

Las chicas entonces por la noche íbamos al paseo de la Independencia, arriba y abajo, veíamos a los ‘pollos’, los chicos, los saludábamos. Yo coqueteaba todo lo que podía. Las estrellas del paseo eran Rosita Forés, hija del doctor Forés, y una chica de Huesca, Blanca Bescós. Eran unas chicas monísimas, guapísimas y altas, iban en pareja y nos gustaban mucho a todas porque lucían la mejor moda. Y a los chicos, ni le cuento.

¿Iban al cine y al teatro?

Sí, pero con María Pilar Comín, hija del político Jesús Comín, diputado y muy carlista, fundamos una asociación que se llamaba Las Pemanistas, por José María Pemán. Y recitábamos sus poesías, le escribíamos a Pemán, y una vez que vino a estrenar una comedia a Zaragoza, malísima por cierto, lo invitamos a comer. Nos hizo una poesía preciosa. Lo invitamos a La Posada de las Almas. Éramos catorce o así. Nos reuníamos en la casa de María Pilar Comín, que vivía en Independencia, encima del Teatro Argensola.

Por ahí, enfrente casi, estaba el café Ambos Mundos. ¿Usted llegó a ir?

Muchísimo. De novia fui allí muchas veces. Era un lugar espectacular. Y luego también iba a los tés del Gran Hotel. Había bailes los domingos, y valían cinco pesetas. Había orquesta. Nos veíamos con los chicos y nos dábamos citas. Allí se reunía lo mejor de Zaragoza. Después de Don Juan de Aragón, nos metimos a vivir en el palacio de Goicoechea y sus hermanas, en el entorno de la calle de Santiago. Se tiró todo cuando se hizo el Gobierno Civil. Curiosamente le tocó tirarlo a mi marido, aunque eso no lo aprobó él. Allí antes todo eran callejuelas y había un cacharrero. Un día va y me dice: "Ah, ¿sabe cómo la llamamos a usted? La llamamos la Festejadora". Tenía sentido: para que no se enterase mi madre, me citaba con los ‘pollos’, los chicos, allí, abajo. Y él me veía.

¿Qué hacían, de qué hablaban?

Marieta en la montaña en 1942 con Luis Gomez Laguna y Fernando Almarza..
Marieta en la montaña en 1942 con Luis Gomez Laguna y Fernando Almarza.
Archivo Gómez Valenzuela.

De todo. Yo siempre he sido muy habladora. ¿De sexo? No, por Dios. ¡Cómo íbamos a hablar de sexo! Ja ja ja. A veces caía algún beso en la mejilla, muy escondido, pero poco, eh, poco. Leía a Rafael Pérez y Pérez, que era un cursi tremendo. Decía: «La maternidad redondeó sus formas hermoseándolas». Ja ja ja. De José María Pemán sabíamos todas las poesías. En aquella comida nos leyó un romance. "Vosotras, mis pemanistas / sois mi flor más lograda", decía. Lo sé entero.

Vayamos con Luis Gómez Laguna.

Yo lo conocí porque era muy amiga de su hermana María Teresa, la más pequeña. Iba mucho a su casa, que parecía un laberinto, lleno de estancias oscuras, y le tomaba el pelo. Me rondaba así como quien no quiere la cosa. Me decía: "Si alguna vez tienes un blanco de novio, un hueco, avísame". "Ya te avisaré, pero Luis, si tú eres muy mayor para mí". A su madre yo le gustaba mucho. Decía. No es que Luis fuera tímido, es que no se quería comprometer, que no es lo mismo. Después de la Guerra Civil los chicos vinieron muy trastornados y no querían comprometerse. En mi época casi todas las chicas nos casábamos con hombres mucho mayores que habían vivido la guerra. A él lo llamó el coronel Portolés, lo mandó a Sevilla porque sabía alemán para ayudar al responsable de la Legión Cóndor. Era intérprete y enlace. Vivía en un hotel.

¿Qué le contó?

Un oficial le dijo que tenía que organizar una casa de lenocinio para los aviadores alemanes. Dijo que no estaba para eso. Estuvo un año en la Legión Cóndor, quedó muy decepcionado, y se fue a esquiadores de montaña. Era muy montañero.

¿Le interesaba la montaña a usted?

Me encantaba y tenía experiencia, aunque en montañas más bajas que las de Aragón. Antes de casarnos me dijo si me iría con él al Aneto. Y yo, encantada… Iríamos con María Cruz Español, que era prima suya y amiga mía, y vivía en Anciles. Fuimos con Fernando Almarza, y nos íbamos los cuatro a subir a la Renclusa, a subir al Aneto… A María Cruz Español no la dejó su madre, y me fui con ellos sin decirle nada a mi madre. Subimos con los franceses, y estaban los de Peña Lara, que habían ido con la actriz Maruchi Fresno, pero ella era como ir con un piano. ‘Piano’ se les llamaba a los que eran pésimos en la montaña. No aguantaba nada. Se despertó un día fatal, y ellos no subieron. Como habían subido los franceses, allá fuimos nosotros. "¿Y os lleváis a la chica?", preguntaron. Subimos y estuvimos una semana entera sin parar de hacer picos. Bajé, con las piernas deshechas y se me iba la piel a tiras.

¿No era un poco raro que estuviera una chica sola con dos chicos?

Sí. Podría parecerlo, pero me hicieron un cuartito para mí sola. Llevaba unas botas con clavos. Con Luis habíamos empezado a coquetear, sí. Yo creo que, tras la aventura, se dijo: «Esta es para mí». Luego salíamos muchas tardes, nos íbamos al tenis. Jugábamos al frontón y montábamos mucho en bicicleta. En Azcoitia íbamos a Zumaya, a Zarauz, a Guetaria… Ese hábito nuestro era el gran escándalo en Zaragoza. "Las Valenzuela montan en bicicleta". ¿Se lo puede creer? Una vez mi hermana Pilar y yo fuimos a Huesca en bicicleta, íbamos a una finca, nos paramos a tomar un apetitivo en el bar Flor. Unos campesinos nos vieron y dijeron: «Han venido unas alemanotas desde Zaragoza en bicicleta».

¿Se acuerda qué le dijo Luis?

Me dijo por teléfono: "Que estoy enamorado de ti. Me quiero casar contigo". O algo así. Le contesté: "Hemos estado todo el día juntos y no me has dicho nada». Nos citamos en la ribera del Ebro a las nueve de la mañana siguiente, al lado del puente de Piedra. Nos sentamos y le dije: "Quiero estar segura, Luis. Lo pensaré en verano y tú lo piensas también. Porque lo nuestro ya es una cosa seria". El tenía 35 años y yo 23. Y yo me fui a hacer ejercicios a Loyola y también le hice una novena a la Virgen de un santuario de allá arriba. Nos hicimos novios precisamente en el café Ambos Mundos.

MARIETA GOMEZ VALENZUELA / 04/02/2018 / FOTO : OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]
Marieta Valenzuela, en el salón de su casa, donde recibe y ve series, una de sus pasiones.
Oliver Duch

¿Eso de pensárselo en verano se lo dijo un poco en broma, no?

No, no. Luis le anunció a su familia que se había puesto en relaciones conmigo. Su padre dijo: "La familia me parece muy bien. Conozco a su abuelo porque somos compañeros de la Adoración Nocturna, en el Pilar, pero me parece que esta chica ha tenido muchos novios". Luis le dijo: "Sí, padre, ya lo sé, pero espero que yo sea el último». Y así lo fue, claro.

¿Qué pasó?

Tuvimos diez hijos, y dos abortos. Y fuimos inmensamente felices. Disfruté mucho de su época de alcalde. Intenté estar en mi sitio, pero todo eso daría para una novela interminable o una serie de televisión: las representaciones, los desfiles de moda, las cenas en la Lonja, la vida cotidiana, los conciertos de piano de Pilar Bayona, a la que Luis le decía: "Tocas cosas muy difíciles, con lo que nos gusta Chopin", o el tímido Eduardo del Pueyo.

¿Tiene la sensación, a los 99 años, de que le aún queda algo por hacer?

No. Mis hijos, para mis 90 años, me regalaron un viaje a Jordania e Israel, y mis nietos me invitaron a subir en un helicóptero a recorrer las cumbres de los Pirineos. He hecho todo lo que he podido por todos y ahora solo me queda morirme. No tengo miedo a la muerte. Como dijo alguien: "Morir es una contingencia desagradable".

¿Le habla alguna vez a su marido?

No. No le hablo, pero antes del adiós me gustaría decirle: «No íbamos a tener hijos, y fíjate todo lo que tenemos detrás». Diez hijos, 22 nietos y 25 bisnietos.

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