Desde el barrio del Gancho al cielo de Berlín

El barrio del gancho no deja indiferetne a quien nació o vivió en él. Le pasó a Manuel Alvar, que se hizo mozalbete a la somra de la torre mudejar de San Pablo, y le pasó a Lorenza Pilar García Seta (Zaragoza, 1928- Berlín 1996) quien pasó a la historia de la lírica internacional como Pilar Lorengar.

ILUSTRACIÓN:
Desde el barrio del Gancho al cielo de Berlín
VÍCTOR MENESES

Pilar Lorengar solía declarar tras más de 30 años viviendo fuera de España que era "española, aragonesa y del Gancho", tal y como recuerda uno de sus estudiosos, Miguel Ángel Santolaria. En realidad, nació en el Hospital Provincial pero pronto se instaló en la calle Las Armas. Su padre, Federico García, desapareció, y su madre, Francisca Seta, que tenía dos chicos más, creyó en los poderes de su canto más que nadie. Una monja, sor Presentación, se dio cuenta de que tenía una voz especial y la hizo solista del coro escolar; casi por entonces el profesor Asensio Pueyo, padre de dos compañeras, le dio lecciones de canto y solfeo. 


Muy joven aún decidió participar en el programa ‘Ondas infantiles’ de Radio Zaragoza, que conducían Pilar Ibáñez y Ángel López Soba. Antes fue a comprar un vestido a la tienda Créditos Remacha, en la que trabajaba Berta Martínez. Hablaron, la muchacha le cantó un tema, quizá fuese ‘Ojos verdes’, que interpretaría en las ondas, y la dependienta le dijo que su hermana Margarita tenía una academia de canto en el Coso. Acudió a sus clases para perfeccionar su voz; durante algún tiempo actuaría, en distintas salas de Zaragoza como Alaska, Ambos Mundos, Avenida, El Oasis y el Teatro Argensola. La artista de variedades Loren Garcy, ese era su nombre, destacaba por su belleza ("la valquiria de la parroquia del Gancho", la llama Javier Barreiro en su libro ‘Voces de Aragón’, Ibercaja, 2004), por su encanto, por su sencillez y expresividad, y por algunos rasgos que la iban definir hasta el final de sus días: la humildad, la capacidad de trabajo y la gratitud hacia sus primeras maestras, a las que les escribiría cartas emotivas en los años 50. Capacidad y técnica

Hacia el año 1940, Pilar Lorengar –que acabaría adoptando ese nombre artístico en su carrera– se trasladó a Madrid con su madre y estudió con Angelia Ottein; luego cursaría dos años en el Conservatorio del Liceo de Barcelona. Regresaría a Madrid y ahí, peldaño a peldaño, empezaría a desarrollar su talento: una donosura vocal en la que destacaba la limpidez de su ‘vibrato’. El musicólogo Arturo Reverter, en el colectivo ‘Diccionario de la música española e hispanoamericana’ (SGAE), dice que poseía "el timbre de una lírica pura dotado de una no despreciable anchura de un vigor y una potencia muy estimables; también de una extensión de más de dos octavas, con una zona sobreaguda fácil y coloreada, y de una igualdad muy notable gracias a una emisión nítida, recta, sin fisuras"; también elogia su "depuradísima técnica" y la elección de "un amplísimo repertorio inteligentemente escogido". Pilar Lorengar se sintió identificada con la literatura mozartiana, con la lírica alemana romántica y con los recitales de ‘lieder’.


En Madrid pronto cosecharía sus primeros premios, como el ‘Ofelia Nieto’. Y allí entró en contacto con los críticos Antonio Fernández Cid y Enrique Franco, que le presentaron a uno de los grandes maestros del momento: Ataúlfo Argenta. Bajo su batuta, debutó en 1950 en ‘Maruxa’ de Amadeo Vives en la Ópera de Orán y llegaría a grabar alrededor de una veintena de piezas; su colaboración fue especialmente fértil y actuó en diversos teatros de Madrid, en París y en Aix-en Provence, donde encarnó a Cherubbino de ‘Las bodas de Fígaro’ de Mozart. Por esa época, especialmente intensa, también participó en dos películas: ‘Último día’ (1952) de Antonio Román, donde fue elogiada por "sus excepcionales méritos" vocales, y ‘Las últimas banderas’ (1954) de Luis Marquina, cinta que transcurría en Perú y en la que compartió cartel con Fernando Rey, Eduardo Fajardo y Elisa Montes, entre otros. 


En 1955, empezaría a fraguarse su condición de figura: actuó en ‘La Traviata’ de Verdi en el Covent Garden, grabó para la televisión británica ‘Madame Butterfly’ de Puccini. Apenas dos años después, conocería al maestro alemán Carl Ebert que la dirigió en ‘La flauta mágica’ de Mozart. Este contacto sería determinante en su vida: él la arrastró al Teatro de la Ópera de Berlín. Se trasladó a Alemania, pidió tiempo para mejorar la lengua, para estudiar los papeles y en 1960 se casó con el odontólogo Jürgen Schaff. Éxito internacional

Cantó en los más grandes teatros del mundo con un éxito indiscutible. En 1967, por ejemplo, tras un sonado triunfo en el Metropolitan con ‘La flauta mágica’, con decorados de Marc Chagall, vino a Zaragoza para cantar en el Teatro Principal ‘Madame Butterfly’. Lola Campos, en su libro ‘Mujeres aragonesas’ (Ibercaja, 2001), cuenta la siguiente anécdota: "En muchos de sus viajes le acompañaba su madre, a quien Alfredo Kraus, gran amigo de Pilar, recordaba ya mayor recorriendo las tiendas de Broadway en busca de pescado frito". Recibió distinciones en Berlín (el Teatro de la Ópera la nombró miembro de honor vitalicio), pero también en España y en Zaragoza de la que fue Medalla de Oro; una calle recibió su nombre. En 1991 –con grandes amigos suyos como el citado Kraus, José Carreras, Plácido Domingo, Teresa Berganza, Victoria de los Ángeles y Monteserrat Caballé– recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y fue pregonera de las fiestas del Pilar. Antes del adiós, realizaría un antiguo sueño: cantó el ‘Ave María’ de Gounod en la Basílica. 


Fue un anticipo de su retirada. Murió en el año 1996 de un cáncer de huesos que llevó en secreto. Pidió a su marido que arrojase sus cenizas al mar del Norte. Este, tal como cuenta Santolaria, accedió con inmenso dolor. Dijo: "La soledad es difícil de llevar cuando no hay una tumba donde visitar al ser querido".