Diario de Suiza y de la Alta Saboya: Ginebra

El escritor Ricardo Lladosa ofrece la segunda etapa de su viaje por tierras suizas y de la Alta Saboya.

El Palacio de las Naciones de Ginebra.
El Palacio de las Naciones de Ginebra.
Ricardo Lladosa.

Ginebra, 10 de julio de 2018

Ginebra. Se cumplen los pronósticos meteorológicos, hace un sol radiante y el termómetro sube por encima de los 30 grados. Advierto que los ginebrinos son una población cosmopolita y variada. Por las calles del centro observo africanos, asiáticos, europeos… sin una marcada distinción social. Más bien se distingue a los ginebrinos de los turistas. Los primeros visten con cierta elegancia, con chaqueta y, a veces, también con corbata. Los más “casual” llevan polos y pantalones, siempre bien planchados. Resulta divertida la combinación entre locales y turistas en el Jardin Anglais y en la Promenade du Lac -un bello parque frente al lago al más puro estilo británico-. Los ginebrinos, a la hora del lunch, se aflojan la corbata y se tienden en la hierba, o se sientan en los bancos a la sombra de los árboles a comer ensaladas, sushis o arroces orientales con palillos de madera, me sorprende no ver apenas hamburguesas o pizzas. Descansan de sus trabajos, todos sonríen. Un indio de tez morena bromea con dos compañeros de trabajo rubios, mientras turistas japoneses hacen fotos al busto de un prócer local con mostacho.

Frente a la desembocadura del Ródano, los edificios burgueses de principios de siglo exhiben en sus azoteas grandes letreros con marcas de relojes: Rolex, Patek Philippe, Baume Mercier… No hay ni un solo papel o plástico en el suelo, nada parece fuera de su lugar; sin embargo, todo muestra un matiz sureño, que evidencia que no estamos todavía en el norte de Europa: el calor, la afabilidad de la gente…

Quien no es demasiado afable es la coreana que nos guía a través de las Naciones Unidas. Hemos esperado fuera, bajo el sol abrasador, más de una hora. He tenido que salir a la avenida de la Paz a cambiar la hora del aparcamiento, ya que en Ginebra solo se permite aparcar gratis durante una hora y media. Dejas en el parabrisas un reloj con la hora a la que te has ido y deben volver antes de noventa minutos a llevarte el coche o a cambiar el reloj.

Al fin, dos guardias de seguridad latinoamericanos, con chalecos antibalas y pistolas colgando del cinturón, nos franquean el paso y nos encontramos frente el Palacio de las Naciones, un bello edificio racionalista inaugurado en 1929. Lo están rehabilitando y una tela verde cuelga sobre parte de la fachada, sin embargo el interior permanece como en los años veinte: mármoles de color beis, verde, burdeos, blanco, gris; lámparas art decó en los pasillos; gigantescos ventanales rectangulares. Nuestra guía coreana me ha mirado adusta tras pedirme las entradas: sin darme cuenta le he entregado el ticket de la panadería y me mira como miran las personas rigurosas a quienes carecen de rigor. “This is not the ticket…” -afirma con sequedad, mientras comienza a caminar por los pasillos infinitos. Todo cuanto nos rodea son donaciones de países del mundo, desde las baldosas de mármol hasta los cuadros que cuelgan de las paredes. Fotografío uno de ellos para enviárselo a mi amiga Irene Vallejo, escritora y colaboradora de Heraldo de Aragón. El cuadro es un mosaico romano donado por Túnez, que representa al poeta Virgilio escribiendo acompañado por dos musas.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya. La Civilización/2

En la sala de la Alianza de las Civilizaciones, cuya bóveda decoró en 2008 Miquel Barceló, Richi y Marina -mis hijos pequeños- cogen sendos teléfonos y ríen tratando de comunicarse con las cabinas de los traductores simultáneos. Aprovechan un despiste de nuestra coreana, que es una chica bajita, con zapatos planos y falda y blusa ceñidas. De pronto se me ocurre una idea para un cuento satírico que nunca escribiré: un decreto del Cantón de Ginebra prohíbe los zapatos de tacón por considerarlos poco prácticos, malos para la salud, pertenecientes al pasado… El decreto, en su exposición de motivos, compara la malignidad de los zapatos de tacón con el tabaco o el alcohol e impone severas multas por su uso, que solo las mujeres más ricas pueden pagar. Se crea un mercado clandestino; surgen mafias con Al Capones a la cabeza que comercial ilegalmente con zapatos de tacón de aguja. Cuanto más altos son los tacones, mayores son las multas; los tacones de aguja acarrean penas de prisión y ya solo se usan en fiestas privadas… “The visit is finished, thank you for your assistance” -dice nuestra guía coreana y se pierde, ahora irremisiblemente, por los pasillos infinitos.

Hemos pasado tanto calor que Marta, mi mujer, propone que vayamos a bañarnos al lago Leman, cristalino y de fondo rocoso. El agua no está demasiado fría y los niños se cambian rápidamente y se lanzan al agua. Frente a nosotros, en la lejanía, se divisa la villa Diodati de la primera jornada de nuestro viaje. Cuentan los cronistas que cuando Lord Byron vivía en ese lugar, en el hotel d´Anglaterre, residencia ginebrina de los veraneantes británicos del XIX, se alquilaban telescopios para tratar de espiar la vida del famoso poeta, que había tenido que abandonar Gran Bretaña tras los escándalos de su divorcio y su posterior relación incestuosa con su hermanastra, Augusta Leigh.

Ahora mismo, un anciano como el abuelito de Heidi, con slip negro y barbas blancas, se ha acercado a Marina y la saluda en castellano sonriente. “Buenas tardes, señorita” -le dice, y se adentra a nado en las aguas del lago. Aquí casi todos hablan en castellano -me digo, mientras observo las nalgas perfectas de otra chica del sureste asiático, que viste un tanga rojo y se acerca al lago de la mano de su novio europeo.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya. La Civilización/2

Por la noche, en el apartamento de Annemasse, Laura -mi hija mayor- está muy atareada. Su profesora del cole le ha pedido que aproveche que su padre es escritor para escribir un diario de viajes, pero en realidad es Marta y no yo quien la ayuda, quien se sienta a su lado y escribe junta a ella un segundo diario, para que los lugares visitados queden grabados en la mente de la niña.

De modo que este diario mío es un tercer diario, que se escribe a primera hora de la mañana, cuando Marta y Laura han escrito ya el suyo la noche anterior y todavía duermen, mientras el ruido de las hormigoneras penetra por la ventana entreabierta. Concluyo esta segunda etapa de nuestro viaje con la idea de que en Suiza y en la Alta Saboya casi todo está en obras. Suizos y saboyanos reforman permanentemente los edificios, las calzadas, el alcantarillado… Todo son reformas, apenas hay obras nuevas…

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