Diario de Suiza y de la Alta Saboya

Ricardo Lladosa, que debutó en la ficción con la novela 'Madagascar', inicia un diario de cinco entregas de su vida por Suiza y la Alta Saboya.

Mary W. Shelley, la joven esposa de Percy B. Shelleyt, autora de 'Frankenstein'.
Mary W. Shelley, la joven esposa de Percy B. Shelleyt, autora de 'Frankenstein'.
Rotherwell.

9 de julio de 2018

El viaje se hizo largo, pero al fin llegamos a Annemasse, comuna de Francia perteneciente al departamento de la Alta Saboya, lindante con el cantón de Ginebra. Al arribar no pude sino acordarme de las palabras de mi amigo, el escritor y colaborador de HERALDO Pedro Bosqued. Varías días antes había coincidido con Pedro y con Carmen Serrano en la fiesta del verano de la librería Cálamo. Carmen nos contaba su reciente viaje a Armenia. Cuando concluyó dije: “Pues yo me marcho a Suiza”. Pedro se quedó pensativo antes de responder: “Suiza es la civilización”. No recuerdo por qué cambiamos de tema, y sus palabras quedaron como suspendidas en el aire.

Aquella tarde hacía un calor en la plaza San Francisco que contrastaba con el clima fresco de Annemasse. Yo seguía pensando en las palabras de Pedro mientras observaba en los alrededores de nuestro apartamento a decenas, centenares de árabes que salían de sus trabajos y viajaban de vuelta a casa en audis, mercedes o BMW. Algunos se quedaban a tomar café, o incluso a cenar con sus familias en las terrazas del centro y se mezclaban con los europeos. A través de la ventana del apartamento, en el balcón de un edificio de los años sesenta vi a un árabe moreno frente a una mujer rubia de piel blanca. Ambos estaban sentados a una mesita metálica del Ikea y se miraban el uno al otro sin pronunciar palabra. Entre tanto, saqué de mi maleta los dos tomazos de Jean Jacques Rousseau que me había llevado de Zaragoza: ‘Las confesiones’, traducidas por Mauro Armiño para Alianza y ‘La nueva Eloisa’, editada por Cátedra a cargo de Lydia Vázquez.

Mi mujer ya nos urgía a abandonar el apartamento para ver la puesta de sol en Cologny, a orillas del lago Leman.

Pasamos la frontera, a escasos cinco minutos de donde nos encontrábamos, y nos adentramos en la misteriosa Suiza, un país en el que todos parecen ser más de lo que aparentan y saber más de lo que parece.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya

Cologny es una especie de barrio residencial en el cual desaparece por completo el espacio público, no hay parques, apenas hay aceras. Tan solo vimos un minúsculo ayuntamiento, de proporciones ridículas en comparación con las grandes mansiones que se extendían a ambos lados de la calzada. La ribera del lago hace allí pendiente, se divisa al fondo la ciudad de Ginebra con su surtidor de agua y su noria iluminada. Más allá se recorta la silueta montañosa del Jura de un color azul marino.

Al fin llegamos a lo que parece un espacio público, me sorprendió que no tuviera siquiera alumbrado. Se trataba de una parcela de hierba sin edificar que se convertía en mirador del lago. Y advertí con emoción que se encontraba junto a la villa Diodati, residencia del poeta Lord Byron durante 1816. Un cartel colocado por el ayuntamiento informa que en la actualidad se trata de una propiedad privada y pide respeto para sus dueños frente al enjambre de curiosos que, según leí en internet, tratan de cotillear por encima de los altos setos. Pero el único vestigio al alcance del curioso es una vieja lápida que informa de que en ese lugar el poeta inglés escribió ‘El prisionero de Chillon’ y el canto tercero de su ‘Childe Harold’. El cartel del ayuntamiento informaba también de la visita al lugar del matrimonio formado por el también poeta Percy B. Shelley y su mujer, Mary Shelley, quien comenzó a escribir en Diodati su famosa novela ‘Frankestein o el moderno Prometeo’.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya

Oscurece mientras caminamos por una calle sin aceras y dejamos a nuestro lado enormes villas, todas ocultas por altos setos. De vuelta en la parcela de hierba, mi mujer pregunta a unos adolescentes por la noria de Ginebra. Uno de ellos nota su acento español y llama a un amigo que emerge de la oscuridad. “Il parle espagnol…” -afirma. Se trata de un joven de padre español, residente en Cologny, que ha vivido durante años en la República Dominicana y habla con acento latino, pese a que su piel lechosa y su pelo rubio lo hacen parecer belga. El chico nos informa acerca de la noria y pronto añade: “Qué disfrutéis de vuestro viaje, adiós”, y desaparece con sus amigos en la oscuridad; algunos son árabes, otros europeos, pero todos hablan en el mismo tono bajo, discreto, como si detestaran gritar. Hubiéramos continuado hablando con el chico, indagando quizá acerca de su vida, pero él ha decidido despedirse. Y yo me quedo pensando en la curiosa combinación: un español que se traslada a la República Dominicana y más tarde a Cologny, pero no me resta más que la imaginación, el relato ficticio para completar su historia.

Suiza es un país moderno y antiguo -pienso, mientras conducimos de vuelta a Francia-. Es la civilización, como dijo Pedro Bosqued. Cuando volvemos a Annemasse vuelve a haber tiendas, y alumbrado público, y bares, y hospitales, y ayuntamientos. Tengo la impresión de volver a la realidad, de la cual salimos al entrar en Cologny, un lugar misterioso en que la vida pública no existe y la privada se desarrolla tras tupidos setos de color verde oscuro.

El escritor Ricardo Lladosa, que debutó en la ficción con la novela 'Madagascar', inicia un diario de cinco entregas de su vida por Suiza y la Alta Saboya. Es crítico literario de 'Artes & Letras' y de otras publicaciones como Zenda y 'Andalán'.

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