Fernando Aramburu: "Zaragoza no podía faltar en 'Patria': en ella amé y fui amado"

El escritor donostiarra, que se licenció aquí en Filología Hispánica, publica en Tusquets la novela más ambiciosa de su carrera sobre el terror de ETA y la vida en Euskadi.

Fernando Aramburu en una imagen de archivo.
Fernando Aramburu presentó en Madrid 'Patria', calificada como la gran novela del terrorismo.
Mariscal/Efe

¿Cómo ha vivido desde lejos, o quizá no tan lejos, la existencia y la expansión de ETA?

Lo que hice fue contrarrestar la distancia geográfica con la cercanía emocional. Tengo una nutrida colección de libros sobre terrorismo, he procurado estar informado y, cuando pude, me acerqué a algunas víctimas, hablé con ellas, les pregunté.


¿En qué medida le obsesionó, como ciudadano y como escritor? Le había dedicado al menos dos libros: ‘Años lentos’ y ‘Los peces de la amargura’.

Como ciudadano, he sentido a un tiempo pena e indignación. Pena por los agredidos, indignación por los agresores. El fenómeno del terrorismo de ETA me ha acompañado desde la niñez. Me es tan cercano que me cuesta verlo como un tema al que solo puedo llegar por vía informativa o documental. Es más bien una vivencia interiorizada. Sería raro que yo no la tratase en mis cuentos y novelas. No en todos, porque mi campo de intereses se nutre de otros estímulos.


‘Patria’ parece tener vocación de totalidad: el deseo de comprender y contar el conflicto no sé si de una vez para siempre, pero con un coraje y una serenidad especiales. ¿Es así?

Si entendemos por totalidad el deseo de trazar un dibujo global de la sociedad vasca de las últimas tres décadas, entonces estoy de acuerdo con el enunciado de la pregunta. Esta vez yo no quería contar casos sueltos ni abordar aspectos parciales de la violencia terrorista, sino meter en el espacio narrativo un amplio elenco de protagonistas, de manera que al final resultase una paleta de comportamientos lo más representativa y completa posible.


¿Cómo se prepara uno para un libro así, qué lee, qué analiza? ¿Cómo mantiene el coraje y la cabeza fría, con quién habla?

Yo no habría podido escribir ‘Patria’ unos años atrás. Precede a la novela un largo periodo de maduración personal, de estudio del paisaje humano, de lecturas y reflexión. Había, además, que encontrarle a la historia el tono adecuado. Tengo la sensación de que la novela, a pesar de sus no cortas dimensiones (más de 600 páginas), me ha salido. Fue como abrir las esclusas y dejar que se derramara de golpe toda el agua narrativa que yo llevaba dentro.


Da la sensación de que buscaba un estilo invisible, una fluidez particular, sin obstáculos…

Exacto. Opté por un estilo llano y fluido que sonase auténtico. Tengo el convencimiento de que a estas historias de gentes vascas no les pega el estilo barroco. El lector advertirá que, en las intervenciones orales, reproduzco, en dosis que espero resulten razonables, ciertos usos lingüísticos populares propios de la gente común vasca.


¿Cuánto llevaba trabajando en la novela y en cuánto tiempo la ha

redactado?

No mucho. ‘Patria’ me la he levantado en poco más de dos años. Bien es verdad que de un tiempo a esta parte dedico la jornada entera a la creación literaria. Por muy tarugo que uno sea, con tantas horas por delante, al final del día algo habrá producido.


¿Cómo envenenó el terrorismo la convivencia, por connivencia con los criminales, por miedo? Tuvo la facultad terrible de volver enemigos a los que habían sido íntimos amigos con una pasmosa facilidad. Y de eso va un poco la novela...

Tal es la triste verdad. El terrorismo, combinado con la intimidación cotidiana, esa de la que se hablaba poco en los periódicos, dividió familias, rompió amistades, hizo irrespirable la atmósfera de muchas poblaciones vascas. Entiendo que la literatura ofrece un formato ideal para contar todo eso.


No sé si impresiona más la muerte arbitraria, gratuita, inhumana (y hablamos de mil muertos) o el silencio, que es delación, una forma de infamia, complicidad desde el pánico. ¿Lo sabe usted, lo ha querido decir?

El proyecto totalitario contempla ambas facetas: la eliminación de los impuros (disidentes, opositores, forasteros) y la sumisión de las masas. No es esta una característica vasca. Tan pronto como se impone el terror, el ser humano se acoge en todas partes a las mismas estrategias de supervivencia.


Impacta como son tratadas las víctimas y su entorno, ese vacío que se les hace, y el ejemplo es Bittori, la esposa del Txato, el empresario asesinado por ETA… ¿No era una forma de decir que "os han matado porque os los merecíais" de alguna forma?

Matar no es sino la forma extrema de imponer la expulsión de la comunidad. Hay otras: forzar al acosado a exiliarse, reducirlo al silencio, aislarlo. De hecho, el proyecto no reconoce la naturaleza de víctima de los asesinados y expulsados. Se les mató y expulsó porque impedían la consumación de la Idea; en el caso de ETA, el logro de un Estado independiente vasco, algo así como el cielo en la Tierra. Un delirio.


Hay huellas autobiográficas de la novela en ese personaje que estudia que se mueve por Goya, Bretón, por Torrero… ¿Qué significó Zaragoza para usted?

Zaragoza representa uno de los episodios más felices de mi vida. En total, viví tres años en la ciudad. En ella obtuve la licenciatura de Filología Hispánica. En ella amé y fui amado. En su recinto urbano le saqué a mi juventud todo el jugo que pude. Zaragoza no podía faltar en ‘Patria’. Tampoco el gol de penalti que nos metió Chilavert en enero de 1990.


También alude a Calamocha. ¿Realizaba salidas por la Comunidad, excursiones...?

A decir verdad, mis excursiones eran más bien a los bares, los cines y las fiestas de estudiantes. Pero sí, llegué, por ejemplo, a hacerle a un profesor, en unas aldeas de la provincia de Huesca, como tarea universitaria, una encuesta para un estudio dialectal. Y en Calamocha estuve un par de veces, ya fuera de camino al cuartel de Castellón, donde hice la mili, o a la vuelta, cuando me daban permiso y cruzaba Aragón haciendo dedo.


Sorprende su serenidad. No juzga, narra, parece que trate de entender, no justifica nada… ¿Es esa la misión del novelista?

He aprendido de mis mayores. De Ernesto Sábato, de Ramiro Pinilla, de Rafael Chirbes. El novelista observa, describe, muestra y pone a convivir a un puñado de personajes. Juzgar, interpretar, sacar conclusiones es competencia de quien lee.


¿De qué manera es esta novela un homenaje a Ramiro Pinilla?

Ramiro Pinilla, al término de una cena, me dijo: "Fernando, yo he llegado hasta mediados de los sesenta" (se refería a su monumental novela ‘Verdes valles, colinas rojas’, una obra maestra) en la historia novelada de nuestros paisanos; de ahí en adelante, te toca a ti. Le he tomado el relevo, sin que esto suponga que yo le vaya a llegar a la suela del zapato.


¿Qué no hemos aprendido todavía de los nacionalismos?

El nacionalismo es una forma generalmente agresiva de egoísmo colectivo. No sé los demás, pero yo aprendí a edad temprana a ponerme a buen recaudo.


¿Cómo se aprende a entender a los otros?

No estoy seguro. Me he pasado la vida escrutando a mis semejantes. Todavía lo hago. Me interesa todo del ser humano. El color de sus ojos, los cordones de sus zapatos, la manera como se acerca el móvil a la oreja. No me considero especialista en nada. Sé poquísimo de los faraones de Egipto. No he estado nunca en Alaska. No he acariciado nunca el lomo de una cebra. En cambio, me siento en un banco público y no tengo el menor problema para asignar una historia a todo transeúnte que se ponga al alcance de mi mirada. Gracias a este ejercicio no conozco el aburrimiento.

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