Ocio y Cultura

Gran estocada sin recompensa para El Tato en San Sebastián

TOROS

Morante de la Puebla se llevó una bronca y pagó el enojo del público en una tarde con toros flojos y descastados.

Gran estocada sin recompensa para El Tato en San Sebastián
J. E./EFE

Una mala tarde de toros, en el sentido literal, es decir, peores toros que toreros, ayer en San Sebastián, terminó pagándola el nombre de más relevancia en el cartel, Morante de la Puebla, abroncado inexplicablemente. Fue injusta la bronca sobre todo porque, a pesar de los despropósitos, que también los tuvo el de La Puebla, el toreo más loable por bello y exquisito lo hizo él.

No dio opción la corrida de Juan Pedro Domecq para otra cosa que no fuera la firmeza y el empeño que puso El Tato en los dos de su lote. Algún natural suelto, limpio y de gran estética, en el que abrió plaza, pero hay que insistir en que fueron muy de uno en uno, sin ligazón por la falta de 'motor' en el toro. Y otra vez la perseverancia del maño frente al cuarto. Y que a los dos los mató muy bien, sobre todo al primero.

Con Daniel Luque quedó el personal encantado, muy agradecido a su enorme insistencia. Aunque tantas ganas terminaron teniendo expresiones algo toscas y desde luego violentas. Muchos retorcimientos y trallazos en las dos faenas del joven torero de Gerena, que en el colmo de la laboriosidad llegó a escuchar un aviso antes de montarle la espada al borrico sexto.

El toreo es otra cosa, como explicó Morante de la Puebla. O como intentó explicar, pues en realidad no le dejaron ni la incapacidad de los toros ni la impaciencia del público. Mas ahí quedó el encanto de una verónicas de muñecas rotas y cintura quebrada al segundo; otros buenos lances por el pitón derecho en el saludo al quinto; y a este todavía dos trincherazos con mucho sabor en la apertura de faena -en realidad no hubo faena como tal, más bien trasteo, que suena a menos- y por la derecha unos apuntes de mentón hundido y dos 'cositas' por la cara cuando ya el animal se negó en redondo doblando las manos.

Morante de la Puebla se fue a por la espada encogiéndose de hombros como aquel picador de la historia que en situación parecida se preguntaba «¿qué quedrán?». Pues eso, que no había nada que hacer.