30º ANIVERSARIO DEL 23-F

Aragón y sus protagonistas en el golpe

Miembros de las instituciones aragonesas y representantes de la Comunidad en el Congreso recuerdan cómo se vivió el 23-FPara el entonces gobernador civil, Zaragoza era «geográficamente determinante».

Aragón y sus protagonistas en el golpe
Aragón y sus protagonistas en el golpe

Madrid y Valencia fueron los epicentros del 23-F, pero Zaragoza también acaparó un gran protagonismo. Diputados aragoneses en el Congreso, concejales del Ayuntamiento zaragozano, el presidente de la DGA y el gobernador civil rememoran cómo vivió Aragón -o, mejor dicho, cómo vivieron las instituciones aragonesas- el golpe de Estado.

 

en el congreso

Cuando el 23 febrero de 1981 -a las 18.23, según el acta oficial de la sesión, que salió a la luz el lunes- el teniente coronel Tejero hizo su aparición estelar en el Congreso, la Cámara baja albergaba a catorce representantes aragoneses: ocho de UCD, cinco del PSOE y uno del PAR. Entre ellos, dos futuros presidentes de la DGA, Santiago Marraco e Hipólito Gómez de las Roces, y políticos aún en activo como el diputado regional Antonio Piazuelo o la presidenta del Consejo Escolar, Carmen Solano.


Estas dos personas tienen marcados, tres décadas después, los recuerdos de aquella eterna espera en sus escaños. Piazuelo acababa de regresar de presidir un congreso de UGT en Zaragoza, cita que estaba explicando a Nicolás Redondo cuando irrumpieron las metralletas. El dirigente socialista rescata sensaciones: «Primero, la de que este país no tenía remedio; me dio mucha pena. Esto se transformó en alegría más tarde, lógicamente. Por otro lado, el recuerdo de que pasé poco miedo en lo personal y mucho por lo que les podía pasar a los de fuera. Y, también, la sensación de que yo quería huir: me di cuenta de que no tengo madera de héroe. Pero con la aparición de Jiménez Blanco y José Vida Soria (no estaban en el Congreso y entraron voluntariamente tras el asalto), me dije: 'Tengo que mantener la dignidad'».


Carmen Solano -entonces en la UCD, hoy en el PSOE- fue una de las mujeres que, bien entrada la mañana, pudo salir del Congreso. Así lo atestigua, de nuevo, el acta de la sesión, que recoge un télex en el que la diputada aragonesa alienta a las familias de sus compañeros: «Todos se encuentran bien, están todos tranquilos», resumía.


Solano remarca tres momentos del secuestro del Congreso. El más «tenso»: «Cuando Tejero dijo aquello de 'al recibir un roce en el cuerpo, hagan fuego'». De hecho, la diputada hubo de tomarse un calmante a raíz de la bravata del guardia civil. El más «doloroso»: «Cuando, tumbada en el suelo (al llegar los golpistas), visualicé a mis hijos obligados a vivir otra vez como yo, sin libertad». Y el más «sentido»: «Cuando, sobre las seis o las siete de la mañana, trajeron el desayuno y Antonio Jiménez Blanco y Gregorio Peces Barba gritaron: '¡No queremos comer, queremos libertad!'», rememora Solano.


 

En el gobierno civil

Como gobernador civil -cargo equivalente en la actualidad al del delegado del Gobierno- en Zaragoza, el papel de Javier Minondo fue clave como enlace entre el Ejecutivo central y las autoridades militares radicadas en la región. En especial, con la máxima autoridad del Ejército, el capitán general Antonio Elícegui. A pesar de haber transcurrido treinta años, Minondo aún se muestra reticente a exponer con claridad todo lo que pasó aquella tarde-noche. «No quiero recordarlo, lo paso hasta mal», asegura. También prefiere pasar de puntillas sobre el contenido de su conversación con Elícegui, sobre las nueve y media de la noche, en Capitanía.


Minondo sí apunta sin embargo valoraciones importantes: «En Zaragoza se jugó más de lo que se dice en Madrid -considera-. Primero, porque geográficamente la zona es determinante: en San Gregorio estaba la 11 de la acorazada (en referencia al regimiento 'España'), la más fuerte; parte de ella estaba previsto que se desplazara a Cataluña. Y, luego, equidista con el País Vasco. En segundo lugar, por un tema psicológico: en la Academia General Militar está el sancta sanctórum del Ejército de Tierra, y en Jaca, de Montaña».


Reconoce las dudas del principio -«no sabías quiénes eran los buenos y quiénes los malos»-, pero apunta que, en el momento de ir a ver al capitán general Elícegui, las cosas ya estaban «relativamente claras». «Tenía que ir ahí para que me quedaran claras del todo; hacía falta coger el toro por los cuernos», relata críptico. De Elícegui dice que era «un gran tipo»: «Al haber fallecido, me callaría antes que hablar mal de él, pero no es el caso. Aunque luego había que ver sus circunstancias», valora.


Su antecesor en el cargo ocupó casualmente la presidencia provisional del Gobierno durante el golpe. De Francisco Laína, Minondo solo guarda elogios: «Estuvo impecable: tuvo suerte y buena vista de con quién se jugaba los cuartos; sobre todo, en el tema de Armada».


 

En la DGA

Al primer presidente del Gobierno de Aragón, Juan Antonio Bolea (por UCD), el golpe le cogió «en casa, viendo la televisión». «Y así seguí hasta el último momento», añade. «Primero reinó la confusión, y decidí esperar. Cuando ya tuve la información, me dije: "Esto es gordo". Y entonces me puse en contacto con el gobernador civil y el capitán general; con los dos me unía una buena amistad».


Primero, con Javier Minondo: «Le dije que si era necesario me acercaba al Gobierno Civil, pero me respondió que no. Recuerdo que era optimista». Y, luego, con Antonio Elícegui: «Estuvo muy entero. Para mí, y esta es mi impresión personal, él no estaba por la labor, y creo que los hechos lo demostraron posteriormente. Si no, me hubiera tratado como a un ser peligroso».


Bolea también recuerda la tensión que vivió por momentos: «Lo único que me pasó por la cabeza es que, si prosperaba el golpe, el primero al que detendrían sería al presidente de Aragón. Estaba temeroso, pero a la vez sereno. Mi preocupación entonces era la situación de los diputados aragoneses y sus familias; de hecho, llamé a las mujeres de algunos por si querían venir a casa a pasar la noche a casa con los hijos».

En el ayuntamiento

Jerónimo Blasco, que entonces ya ejercía de concejal en el Ayuntamiento de Zaragoza (como independiente por el Partido Comunista), y Juan Carlos Castro, gerente del Instituto Aragonés de Servicios Sociales y que por aquella época era secretario particular del alcalde, el socialista Ramón Sainz de Varanda, fueron testigos privilegiados de cómo se vivió el golpe en el Consistorio.


En la plaza del Pilar se produjo una situación surrealista: casi al tiempo de surgir las primeras noticias de la asonada, el propio Sainz de Varanda, el gobernador civil y Javier Tusell -entonces director general de Patrimonio Artístico del Ministerio- debían inaugurar una exposición sobre la Guerra Civil en la Lonja. «Minondo y Sainz de Varanda optaron por seguir adelante», recuerda Blasco.


«Un concejal me contó lo que estaba pasando. Fui directo al despacho del alcalde, que hablaba por teléfono, y le colgué el aparato: él me miró con cara de 'este se ha vuelto loco'. Y se lo expliqué», rememora Castro con una sonrisa.


Las horas fueron muy tensas. «El alcalde decidió que no se alterara la actividad municipal», apunta su ex secretario. «Nos convocó a los ediles -apoya Blasco- y decidió que permaneceríamos en el Ayuntamiento. Yo me quedé en nombre del PCE, y una de mis labores fue poner a buen recaudo todos los archivos del partido. El PSOE y los sindicatos hicieron lo mismo».


En la plaza del Pilar, Sainz de Varanda habló con su homólogo en Barcelona, Narcís Serra, con el director de la Academia General Militar, Luis Pinilla, y con el capitán general Elícegui. «La impresión que nos dio -dice Blasco sobre el máximo dirigente militar- es que estaba más bien detrás del Rey».


La situación fue tensa hasta el mensaje del Monarca, incluido entre la propia corporación, como rescata el actual concejal: «Hubo concejales de otros partidos que no fueron muy amables precisamente; uno en concreto (omite su nombre) me dijo: 'La gente de orden no tenemos nada que temer'».


Blasco y Castro destacan la figura del alcalde. «Siempre fue muy valiente y resolutivo», dice el primero. «Desde el primer momento nos transmitió mucha confianza», apunta el gerente del IASS.

 

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