30º ANIVERSARIO DEL 23-F

El cabo primero que metió a Tejero en la cárcel

Aquella tarde Pacho viajaba a Madrid en un tren desde Zaragoza, la ciudad a la que llegó 21 años antes con solo un mes de vida desde su León natal.

Publio Javier Pacho, con su cartilla militar, en HERALDO.
El cabo primero que metió a Tejero en la cárcel
ESTHER CASAS

Cuando me dijeron que me tocaba atender a Tejero me temblaron las piernas». Publio Javier Pacho, cabo primero destinado en 1981 en la prisión de Alcalá de Henares, recuerda su particular 24-F. No es una errata en la fecha. Para él, el golpe de Estado cobró toda su dimensión al día siguiente cuando, frustrada la intentona, el detenido teniente coronel Antonio Tejero Molina llegó a la cárcel. Y él, como militar de guardia al mando ese día, tuvo que recibirle y encargarse de todas las diligencias. «Me llevé un gran susto», recuerda.


Esta, como todas las historias, tiene un principio. Que arranca más o menos a la misma hora en que el envalentonado golpista pronunciaba su famoso «¡quieto todo el mundo!». Esa tarde Pacho viajaba a Madrid en un tren desde Zaragoza, la ciudad a la que llegó 21 años antes con solo un mes de vida desde su León natal. Debía incorporarse a su destino a las ocho de la mañana del 24 de febrero de 1981. Iba tranquilo, desconocedor de lo que estaba ocurriendo en el Congreso de los Diputados mientras él iba viendo pasar las estaciones por las ventanillas del tren. «Sí que me chocó que en algunas de ellas hubiera más movimiento del habitual, pero tampoco le di mayor importancia», recuerda.


Al llegar a Alcalá de Henares, en un bar y delante de un café le pusieron en antecedentes y él corrió, preocupado, a su puesto. «Esa noche no dormimos nadie», cuenta. A la mañana siguiente, temprano, el capitán Tiburcio Criado Martín («le llamábamos 'Tibi', era un señor muy majo», sonríe) le informó de su cometido, aunque no de la hora a la que llegaría el convoy militar, algo para todos desconocido.


La espera se hizo eterna, especialmente para el cabo primero Publio Pacho. «El detenido llegó sobre las diez de la noche y recuerdo que Antonio León Garrido, el oficial al mando de la prisión y amigo personal de Tejero, le saludó militarmente y después, con familiaridad, le dio un abrazo y le dijo: '¿Qué tal, Antonio? De nuevo en casa...» (Tejero fue procesado en 1979 por otro intento de golpe de Estado conocido como Operación Galaxia y condenado a siete meses de cárcel).

 

Un neceser de urgencia

El oficial de guardia tomó los datos e hizo recuento de los efectos personales del detenido. «En su neceser solo había productos de Vetiver, de Puig. Gel, jabón, desodorante, colonia... Se notaba que era un neceser adquirido deprisa y corriendo y yo incluso llegué a comprar esa colonia porque me gustó», cuenta.


Publio Pacho atendió al detenido cada cinco días durante cinco meses, los que le quedaban para licenciarse, en julio. Se encargaba de llevarle los regalos y enseres que le traían las visitas, a las que también acompañaba tras cachearlas. «Aunque, ¿cómo vas a cachear a un comandante, o a un teniente coronel, de esos que vinieron?», pregunta de forma retórica. Simplemente les recogía su arma, la guardaba en una caja fuerte de la que solo el jefe de guardia sabía la combinación, y les dejaba pasar.


Visitas recibía muchas. «A nadie le gustaba presentarse voluntario para una guardia. Sin embargo, por aquella época todo el mundo se ofrecía», cuenta. ¿La razón? «Tejero era muy generoso y repartía entre todos la enorme cantidad de regalos que recibía», explica Pacho. Así, los militares destinados a la prisión solían salir de su zona de reclusión con algún cartón de tabaco, una cinta de lomo, alguna botella de licor... Al propio Pacho le regaló un reloj digital Casio. «Recuerdo una vez que llegó un señor, del Partido Comunista, con una botella de güisqui Buchanan's en la que había una dedicatoria que decía: 'Contra Franco vivíamos mejor'».


Precisamente, Tejero quiso compartir esa botella con Pacho, pero no dejó pasar la oportunidad de hacer una broma. Así, el golpista le pidió al cabo primero que probara él la bebida, dándole a entender que no se fiaba de que su contenido no hubiera sido adulterado de algún modo. Azorado, Pacho le contestó que él no podía beber porque estaba de guardia. «Y Tejero, echándose a reír, me dijo que no me preocupara, que ya se lo diría él a Toñín (Antonio León)», recuerda.

 

Hombre de costumbres

Antonio Tejero se hizo rápidamente al día a día de la prisión. Iba a misa, hacía deporte todos los días y comía lo mismo que todo el mundo, «lo que cocinaba el brigada Rojas», rememora. Era un hombre de costumbres. Y casi podría haberse fugado si hubiera querido, dice Pacho.


El caso es que la zona de reclusión de los suboficiales y los oficiales consistía «en un par de chalecitos rodeados por una valla de apenas medio metro que daba a un descampado». Dos kilómetros más allá estaba el pueblo de Meco. «El sargento primero Carlos Bao -dice Pacho- «saltaba todas las noches para tomar unas copas y ver a la familia».


A juicio del antiguo cabo primero, Antonio Tejero era un hombre afectuoso amable y sosegado. Nada que ver con ese gesto «sobreactuado y desencajado» por el que ha pasado a la historia. «¡Ah! Y tenía especial devoción a la Virgen del Pilar», concluye.