Pedro Sánchez, la cara B de la ambición 

En torno al líder del PSOE se construyó una leyenda, que él mismo contribuyó a alimentar, y que acabó siendo el elemento más difícil de combatir en su apuesta por un 23J concebido como plebiscito.

Pedro Sánchez, la cara B de la ambición
Pedro Sánchez, la cara B de la ambición
Rivaherrera

Él nunca lo supo ( o quizá sí) pero la pasada primavera, cuando aún quedaba más de un mes para las elecciones del 28 de mayo que acabaron provocando el adelanto de las generales, los colaboradores de Pedro Sánchez decidieron llenarle la agenda de mítines. Entonces ningún socialista pensaba que las autonómicas y locales iban a depararles una enorme pérdida de poder institucional. No, no fue la necesidad de dar el do de pecho lo que motivó un repentino aluvión de actos de partido, según confesión de un miembro del equipo del presidente, sino el deseo de quienes lo rodeaban de poder descansar al menos las fiestas de la Semana Santa. "Tómate estos cuatro días, que después mira todo lo que tienes...", le dijeron. "Nos agota a todos", se lamentaban a sus espaldas.

La anécdota es una más de las que han ayudado a construir la leyenda de Sánchez como un hombre infatigable, que apunta alto, que nunca da nada por perdido y se crece ante las adversidades. Una leyenda que él mismo se encargó de alentar en su ya conocido ‘Manual de Resistencia’, el libro que relata su gesta de David frente a Goliat para recuperar la secretaría general contra prácticamente todo aquel que había sido alguien en el PSOE. Y una leyenda que, sin embargo, ha resultado tener cara B.

Perfil Pedro Sánchez
Perfil Pedro Sánchez
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Sánchez logró el liderazgo de su partido en 2014 gracias a la conjura de Susana Díaz, José Luis Rodríguez Zapatero, Ximo Puig y Tomás Gómez, entre otros, para apartar del camino a Eduardo Madina, al que tenían como el verdadero escollo en el plan para convertir a la baronesa andaluza, cuando los tiempos le fueran más propicios, en la primera secretaria general del PSOE. "Este chico no vale pero nos vale", es la frase de la entonces presidenta regional que ha quedado para la historia. Desde el primer día el hombre de barro del aparato quiso dejar claro que no calentaría la silla a nadie. Y le costaría caro.

Fue en su propio partido donde, durante aquellos años, especialmente, tras los comicios de 2015 - en los que, frente a un Podemos muy crecido, firmó los peores resultados de la historia del PSOE pero evitó el temido sorpaso -, empezaron a hablar de él como estos últimos años ha hecho la oposición, como un hombre sin escrúpulos, capaz de sacrificar cualquier medio para obtener el fin deseado, el poder. Fue en su partido donde a esa mezcla de arrojo y tenacidad que elogian ahora sus ministros y, de pronto, hasta muchos de los de José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González, le llamaron temeridad. Donde le acusaron de anteponer sus intereses a los de su país. Donde inventaron lo del Gobierno ‘Frankenstein’.

Fue en aquellos años también cuando el hoy presidente del Gobierno empezó a dar muestras de cierto contorsionismo. Del mismo modo que en la campaña de 2019 dijo lo que creía que debía decir a los votantes para ganar -que no tenía intención de conceder indultos a los condenados del procés; que antes de iniciar un diálogo con la Generalitat el diálogo debía producirse entre las fuerzas de Cataluña, que tipificaría el referéndum ilegal, que no pactaría con Bildu o que le costaría mucho dar cabida a Podemos en su Gobierno- en 2017 convenció a las bases del PSOE de que él, que había llegado al cargo aupado por el aparato, era su candidato; de que él, que tenía un perfil más bien socioliberal, había sido víctima del Ibex 35, y de que su ‘no es no’ a la investidura de Rajoy había sido una posición moral y no un ejercicio de supervivencia.

Osadía y ambición

La osadía y la ambición que forjaron su leyenda le acabaron llevando hasta la Moncloa con una moción de censura que el propio PSOE presentó al calor de la sentencia del caso ‘Gürtel’ creyendo que perdería. Entonces ató, por primera vez, su destino al de las fuerzas independentistas, un escenario que sus detractores internos siempre preconizaron.

La decisión de convocar elecciones como reacción al varapalo del 28-M y jugar al balotaje, casi al plebiscito, fue, al fin, una muestra más de un carácter que, de alguna manera, ha acabado eclipsando buena parte de su gestión. A Sánchez le construyeron y se construyó un personaje que lo ha acabado devorando. Él mismo intuía que esta vez la cara B de su leyenda podía pasarle factura. Por eso se pasó buena parte de la campaña tratando de "humanizarse" ante los ciudadanos. y se afanó en hablar del "estrés severo" que sufrió durante la pandemia, cuando se despertaba cubierto en sudor convencido de tener la covid.

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