Yolanda Díaz, la mesías jaleada en el Jerusalén rojo y dividido

Díaz se da un baño de masas en Domingo de Ramos rodeada por los damnificados de Iglesias y con Sánchez haciendo un cálculo por verificar.

Pegatinas que motejan a Díaz como ‘Fashionaria’
Pegatinas que motejan a Díaz como ‘Fashionaria’
Colpisa

La comparación era tan exagerada como inevitable. Pero quién iba a pensar que Yolanda Diaz demoraría hasta este 2 de abril su entronización como candidata a la Moncloa de las izquierdas hoy divorciadas de Podemos y que, justamente, la festividad laica y electoral iba a caer en el Domingo de Ramos. Con medio país ya de Semana Santa y el otro medio con ganas de cogérsela, la promotora de Sumar apareció en el polideportivo Magariños de Madrid aclamada por una multitud fervorosa que componía una procesión literalmente kilométrica y que la aupó a los altares al grito de "¡Presidenta, presidenta!". De blanco, como el día en que catapultó su programa aprovechando la moción de censura de Vox. Con la sonrisa (casi) perpetua. Como una mesías política entrando en el convulso Jerusalén rojo que ansía, como agua de abril, un revulsivo más allá de la socialdemocracia del PSOE. Aunque si no hay tregua con Podemos, las izquierdas pueden acabar remedando la parodia de la Pasión de los Monthy Python en ‘La vida de Brian’.

Díaz se hizo esperar -casi una hora- también el día de su coronación entre flores y espinas. Con el respaldo de la quincena de partidos decididos a sumar con Sumar, unidos por el tirón aún a prueba de la vicepresidenta, por la necesidad política ante un ciclo electoral que agudiza la polarización Sánchez-Feijóo y, por qué no decirlo, por un singular revanchismo: no eran pocos, en la mañana de advenimiento en el Magariños, los damnificados por un Pablo Iglesias que ha ido inflamándose conforme avanzaba la convocatoria de Sumar sin acuerdo entre la candidata a la que él designó a dedo y el partido que, él también, fundó. Esa es la espinosa corona, aunque la una y los otros parecen aliviados una vez que las hostilidades malamente camufladas durante meses han reventado. Ya no hay que disimular.

Una hora después de lo anunciado, sí, llegó la candidata al repleto pabellón, metáfora postrera de lo que ha tardado en decidirse y del doble temor que ha ido anidando en Podemos: primero, que ya no llegue a tiempo para plantar con garantías una batalla en las urnas a cara o cruz; y segundo, que haya alargado el contador a propósito para que los morados se estampen el 28-M y negociar con ellos, ya debilitados, las listas de las generales. En el Magariños se juega al baloncesto, el otro símil irremediable del día. La cuna de la ‘demencia’, la encendida hinchada del Estudiantes. El equipo en el que sudó la camiseta el presidente Sánchez que ha echado a volar a Díaz persuadido de que le viene bien para sumar -siempre que cuente, eso sí, con la adhesión de Podemos- y de que ella no es rival para él en las urnas. Cálculos bajo interrogante.

El elefante en el pabellón

Para cuando llegó la vicepresidenta, el hilo musical había compuesto, adrede o no, una declaración de intenciones: el ‘A quién le importa’ de Alaska y aquello de la eurovisiva Chanel de "que no se confundan, ‘señora y señore’, yo siempre estoy ‘ready’…". Fuera, simpatizantes lucían unas provocadoras pegatinas de la ‘Fashionaria’ -el mote lleva la retranca del comunicador de la derecha Jiménez Losantos- con las gafas negras de sol con las que Díaz desafió el protocolo en el último desfile del 12 de Octubre.

Lo que sucedió después fue un canto a la protagonista del bautizo, que congregó no solo a los damnificados de Iglesias, sino a una desencantada del PSOE tan simbólica como la activista ‘trans’ Carla Antonelli y a la escritora Gioconda Belli, emblema de la izquierda latinoamericana primero enfrentada al régimen nicaragüense de Somoza y ahora al de Daniel Ortega.

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