Ermitaños por sorpresa: La sociedad aprende a vivir con lo básico en una sola semana

La nueva vida confinada aparca por obligación el consumismo masivo en el día a día con la excepción de la alimentación y, sobre todo, de internet.

Una estudiante de Zaragoza sigue las clases 'online' desde su casa.
Una estudiante de Zaragoza sigue las clases 'online' desde su casa.
Oliver Duch

Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se jactaba hace apenas dos semanas de lo bajo que estaba el precio de los combustibles -"es la mejor noticia para nuestras familias", se felicitaba- no era consciente de la crisis sanitaria que se advertía ya en medio mundo. La pandemia ha confinado a un país entero como España en sus hogares. Y ese aislamiento es el que ha provocado, entre otras cuestiones, que el precio de los combustibles esté incluso por debajo del euro en muchas estaciones de servicio. El consumo se ha desplomado y con él, los precios. No es ninguna buena señal.

La sociedad en su conjunto ha pasado en unas pocas horas de planificar las vacaciones de Semana Santa (viajes, hoteles, escapadas, compras...) a permanecer recluida en sus casas con un modo de vida inesperado, aunque sin traumas. "Hay una capacidad muy grande del español para adaptarse a los cambios y en el caso del coronavirus ha sido muy sorprendente", explica Valentín Pich, presidente del Consejo de Economistas. "La gente es muy adaptativa, no resilente. Sabe adaptarse", explica.

La gente es muy adaptativa, no resiliente. Sabe adaptarse

Una semana después de que la única escapada callejera posible se haga a través de los balcones y las ventanas todos los días a las 20.00, los ciudadanos se han adaptado a una vida sin grandes contemplaciones. La austeridad ha llegado para quedarse tanto a los hogares de las familias más desfavorecidas como para quienes residen en urbanizaciones de lujo. Porque no se puede gastar. Solo en lo que los supermercados o farmacias proveen diariamente sus productos. No hay cañas en el bar de la esquina, ni hace falta ese móvil de última generación que todos los vecinos querían; ni se hace indispensable comer fresco todos los días. Es la vida ermitaña a la que ha obligado el coronavirus al menos durante un mes.

Menos combustible y menos contaminación

Uno de los materiales que surtían el motor de nuestras vidas ha dejado de ser imprescindible: los combustibles. Cada vez menos ciudadanos tienen que ir a trabajar, y sin esa necesidad, llenar el depósito ya no es prioritario. De hecho, el consumo en carburantes se ha reducido más de la mitad en la primera semana de reclusión con respecto a los días previos al decreto del estado de alarma.

Con los coches casi olvidados en garajes y calles, la sociedad ha visto cómo una de las grandes cuestiones que tantos ríos de tinta han hecho correr se ha resuelto de un plumazo: la contaminación. Por la vía de los hechos, los niveles de ozono han mejorado notablemente en Madrid y Barcelona y, por ende, en toda España para satisfacción de las organizaciones ecologistas, que han encontrado en el confinamiento una oportunidad para demostrar los efectos nocivos del tráfico.

Incluso estamos aprendiendo a ser más eficientes en cada uno de nuestros hogares. La estadística que muestra el consumo eléctrico había servido históricamente para reflejar el impulso de la actividad económica o la recesión. El desplome en el consumo de luz de la última semana (casi un 8%, según Red Eléctrica) supone una parálisis de actividad de todo el país. El descenso es achacable a la gran industria y a toda la actividad empresarial, que es la que más consumo genera en el día a día del sistema eléctrico. Sin embargo, en cada una de las casas el uso de energía se ha incrementado: con la población confinada, el uso de electrodomésticos ha aumentado, aunque cada vez hacemos un uso menos intensivo: no hay grandes punta de consumo, ahora gastamos luz de forma más lineal.

La vida enclaustrada a la que muy pocos ciudadanos esperaban llegar a estas alturas del siglo XXI sigue modificando los hábitos de una sociedad acostumbrada al consumo masivo. Por ahora, nadie piensa en más allá del mañana, ni hace planes de viajes ni pronostica una visita. El ocio, uno de los motores de la economía, ha quedado congelado.

El súper sobrevive

Y frente a la caída generalizada de todas las actividades, dos sectores resisten heroicamente como en las antiguas aldeas galas de la saga de Astérix: la comida e internet. La vida monacal no ha podido llevarse por delante las compras de alimentos, masivas en los primeros días del estado de alarma. Las ventas de gran consumo se han incrementado un 70% en la primera semana de confinamiento, posiblemente como medida de prevención ante el miedo a un desabastecimiento que las distribuidoras descartan. Hemos arrasado con el papel higiénico y las servilletas (las ventas de derivados de celulosa se han disparado un 170%). Pero también con los alimentos envasado como las legumbres (alza del 335%), los caldos preparados, la harina y, para no caer en la depresión más absoluta, muchos ciudadanos han recurrido a la cerveza, cuyo consumo sube un 80%.

Y si el cuerpo humano no puede pasar sin alimentarse, la crisis del coronavirus también muestra cómo la vida ermitaña se lleva mucho mejor con un buen acceso a internet. Lo único que nos faltaba en este estado es quedarnos sin red. Es lo que muchas familias han pensado cuando ha surgido algún amago de colapso. Solo ha sido alguna falsa alarma en unos hogares cuyo uso de datos, llamadas y wifi se ha disparado para amortiguar los efectos psicológicos de la vida monacal.

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