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Martín Alonso Zarza: "Ser ciudadano significa ejercer un compromiso con el colectivo"

El politólogo y ensayista dio una charla en Zaragoza sobre ética pública y ciudadanía organizada por la Asociación para la Defensa de la Función Pública

Martín Alonso Zarza, días atrás en la Biblioteca de Aragón, en Zaragoza
Guillermo Mestre

Usted ha participado en 'La bolsa y la vida', dedicado al coste económico de ETA. La banda terrorista se ha disuelto, pero la batalla por el relato sigue en marcha.

Queda también la transformación en lo que no es ETA. La banda no hubiera sido posible sin un subsuelo de colaboración: chivatos, extorsionadores, subvenciones de todo tipo, imbricación en las instituciones… Esas personas, los vecinos que delataban a los asesinados de mañana; eso no va a pasar por la justicia. Se trata de un proceso de transformación que requiere de una introspección como sociedad.

En su conferencia, una de las preguntas que se hizo fue: ¿por qué hay que hablar de ética?

El nacionalismo vasco, el catalán o el que sustenta el ‘brexit’ son asuntos territoriales, exteriores. Pero Cifuentes, los ERE, la privatización de la sanidad, los fraudes en el agua, los chiringuitos entre lo público y lo privado, los recortes… Hay que hablar de ética porque hay una destrucción que surge de dentro, son asuntos que tienen que ver con la sustancia de la democracia: la igualdad, la ciudadanía y los derechos sociales.

"La ciudadanía, el bien común, han desaparecido del vocabulario", dijo en su exposición. ¿Qué significa en 2018 ciudadanía?

Es la parte pública de las personas. Hay una vida íntima, privada, que todos debemos tener, pero no vivimos solos en una isla. Tenemos que asumir que somos copartícipes del contexto en que vivimos, y particularmente en esta comunidad en la que hemos formado un Estado de derecho y un estado social. Ser ciudadano significa ejercer un compromiso con el colectivo.

Y ¿cómo transmitir el concepto de ciudadanía a un joven sin trabajo o que no llega a mileurista, obligado a vivir con sus padres y sin mucha esperanza en el futuro?

Es una pregunta crucial, y a la vez una pescadilla que se muerde la cola: hay una parte de la juventud a la que este lenguaje que estoy empleando le suena lejano, distante. Tenemos que permitir que ese joven lea que su situación precaria tiene que ver con este embate que se ha producido contra el Estado y que se ha reflejado en una merma de sus derechos como ciudadano. ¿Qué derechos tenemos? A un trabajo digno. Hace veinte años se decía que el que no trabajaba era porque no quería; ¿cuánta gente hoy trabaja y con eso sigue siendo pobre? Un Estado que no es capaz de proveer ese suelo básico de recursos para una vida digna está condenado a la autodestrucción, o bien por el lado de la privatización o por un populismo con recetas mágicas.

Otra de las luchas más acuciantes es la de los paraísos fiscales.

Es esencial: pensar que puede construirse un Estado de derecho universal con esos agujeros negros de la legalidad, y que además hay países que protegen, es dramático.

¿Quiénes son los "forajidos de la globalización"?

Es un concepto de Loretta Napoleoni que aparece en su libro 'La mordaza'. ¿Qué papel desempeña una figura como Amazon, que quiere hacerse con el comercio mundial? Un Zuckerberg que tiene 250 millones de cuentas de las que no se sabe cuántas han sido vendidas no solo con datos de los usuarios, sino de los amigos de los usuarios, para que Cambridge Analytica diga en el Parlamento británico que el ‘brexit’ no se hubiera producido sin esto. Un forajido es alguien que se lleva todo por delante, incluidos los Estados.

Ha dicho: "La democracia tiene que combatir una hidra de tres cabezas: la desigualdad, la corrupción y el populismo".

La desigualdad y la corrupción van muy unidas. Toda la tradición de la filosofía política señala que la igualdad es fundamental; no puede haber un desfase muy grande entre los de arriba y los de abajo porque eso destruye la democracia, incluidos a los más ricos. Mientras, a mí me gusta decir que la corrupción es la inversión de la propiedad sin función: el excedente de liquidez que produce la desigualdad se invierte en comprar jueces, políticos, etc.

¿Está de acuerdo con la tesis de Mark Lilla de que necesitamos un liberalismo postidentitario, que recupere políticas que afectan al conjunto de la comunidad?

Completamente. Me parece que es crucial. Hay una élite en la izquierda que no se reconoce en las condiciones de vida de los trabajadores precarios de hoy. Y todo para comprar la mercancía del multiculturalismo. El concepto de igualdad implica que, sí, hay que hacer una discriminación positiva cuando sea necesario, pero no puede ser el foco de la política el atender a los hechos diferenciales; no permite construir una ‘politeia’, un bloque. Ahora se ha pasado del uso psicológico de la identidad a la política de la identidad; es una cosa bastante increíble que hablemos de la ‘identidad de un país’, es el organicismo de los nacionalismos del siglo XIX.

Y ¿cómo ve que una parte de la izquierda en España evite una condena expresa al nacionalismo excluyente que hay en Cataluña?

Va en la misma línea. Hay un problema con la izquierda española que viene de los últimos años de la dictadura. Pero nada es bastante para los nacionalismos, todo se considera una meta volante. A esa parte de la izquierda que con tanta razón pone distancia con el nacionalismo español le parece que la inmersión lingüística o la política de desigualdad del concierto vasco son medidas progresistas. ¿Qué ha pasado con el PSC? Que está condenado a la irrelevancia: en los barrios obreros de Cataluña se está votando a Ciudadanos.

"Al igual que la economía ha de salvarse del neoliberalismo, la globalización debe hacerlo de la hiperglobalización", ha dicho Dani Rodrik. ¿Qué le parecen los nuevos tratados comerciales?

Son construcciones muy tecnocráticas, que podrían tener algunos elementos favorables pero que incluyen una enmienda a la totalidad, en el sentido de que ¿dónde está el elemento de control? Resulta que hay juicios que pueden ejercer las propias compañías, se puede hacer un ‘by-pass’ de la propia soberanía. Un elemento fundamental del Estado es que nadie está por encima de él. Mientras esta globalización se hace más grande y poderosa, la capacidad de los Estados de regular y de asegurar el mínimo de vida digna a los ciudadanos es cada vez menor.

Desigualdad, corrupción, populismo… ¿Podemos evitar esa sensación de catastrofismo? 

Esto es crucial: debemos ver que hay personas que trabajan en esa dirección, que resisten; hay movimientos sociales con propuestas nuevas, hay caminos que se pueden abrir. Creer en el ser humano es también creer en las posibilidades del ser humano para transformar el mundo.