Nacional

El artilugio de lo imposible

Suele decirse que la política es el arte de lo posible. Pero los separatistas catalanes pretenden bautizar como política un artilugio creado a su conveniencia; y cuyo propósito es imponernos a todos, a base de mentiras, una realidad imposible.

El auge en la acción pública de los populismos, la desaparición de la normalidad democrática en una parte de España y la intoxicación de las redes sociales –tecnología para uso y disfrute del bandidismo de las bandas o el vandalismo de los vándalos– hacen inexcusable tener que acudir a aquella frase de uno de los más brillantes juristas aragoneses, el zaragozano José Luis Lacruz Berdejo (1921-1989), frase que le gusta recordar con frecuencia a otro gran jurista aragonés, el turolense de Santa Eulalia, Honorio Romero: «Desgraciada la familia en la que entra el Código Civil». No hay familia en España ni chat de whatsapp que no precise estos días con urgencia de un catedrático de Civil y de un abogado multidisciplinar.

Los populismos han derogado por la vía de los hechos consumados aquella vieja definición de la ‘política’ como el arte de lo posible. Del arte de lo posible hemos pasado al artilugio de lo posible. El populismo renuncia al arte porque el arte siempre está sometido, en todas sus expresiones, a algún tipo de rigor formal, incluso en sus más libres plasmaciones. Hay más rigor formal en un cuadro de Kandinski que en el salón de plenos del ‘Parlament’ de Cataluña. Así que los populistas pasan del arte y nos traen el artilugio, una construcción a demanda que se adapta a cualquier fin sin los inconvenientes de tener que respetar los medios. La involución de entender la política como ‘el artilugio de lo posible’ nace de la comodidad de poder ejercer las responsabilidades o irresponsabilidades políticas prescindiendo de los medios y de los cauces de cualquier procedimiento. El fin justifica los medios. ¿Para qué van ellos a respetar una Constitución que no expresa lo que ellos quieren que exprese? Como quieren cambiarla no la respetarán hasta que la hayan cambiado… con o sin mayorías, que eso de la exigencia de mayorías no deja de ser otro requisito meramente formal.

Ese escenario de relatividad en el cumplimiento de las normas alcanza cuotas delirantes cuando al pragmatismo de la razón se le suma el utilitarismo de los sentimientos. Así, los nacionalismos, expresión máxima del populismo y del sentimiento ajeno a la razón, alcanzan cotas alpinas en su construcción de artilugios, artilugios tan falsos como falsas son las premisas con las que se construyen. Con los nacionalismos ya no rige siquiera ‘el artilugio de lo posible’ sino, directamente, el artilugio de lo imposible, sea lo imposible una Alemania aplastando al mundo o la hermana de Guardiola en la ONU. Son falsos sus falsos presos políticos, los Jordis (qué desgracia hacer de la identidad un modo de vida para que te acaben metiendo en el saco de los ‘Jordis’). Tan falso como que exista el derecho a decidir de unos contra otros. Tan falso como que se puede negociar algo de igual a igual entre Cataluña y España. O como que Europa acogerá a la Cataluña independiente. La falacia, la mentira, no deja de ser un arma más en un estado de cosas en el que la norma, el corsé, el incómodo sometimiento al respeto de la voluntad democrática de un pueblo, expresado en la Ley, están diluyéndose en una parte del país.

No hay pacto posible bajo amenaza ni amenaza que se asemeje a un diálogo. La política desapareció aquel día infausto en el que Carme Forcadell hizo del ‘Parlament’ de Cataluña un artilugio para prescindir de las normas, los Jordis saltaron sobre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Puigdemont, siempre amenazante, construyó la gran amenaza de la DUI. La ruptura de las normas a la hora de hacer política conlleva la desaparición misma de la política, la muerte de su fundamento, que no es otro que expresar por la ley y en forma de ley lo que la mayoría quiere, con respeto y acomodo de la minoría. Puigdemont volvió ayer a dejar escrito que su única política es la del artilugio de lo imposible, violar la ley para llegar a un Estado inviable social, política y económicamente.