Duro despertar en Cambrils

Varios policías armados vigilan ayer en Cambrils ante el paso de los turistas.
Duro despertar en Cambrils
José Jordán/afp

Cambrils, pueblo turístico y pescador de la Costa Dorada, la llamada ‘playa de Aragón’ que se extiende por la avenida de la Diputaciò hasta la vecina y más bulliciosa y discotequera Salou, desperezó ayer con un tempo extraño que presagiaba la pesadilla vivida horas antes en el centro neurálgico de la localidad. Los paseantes y ‘runners’ que con la primera luz del Levante invaden a diario el carril bici y el largo paseo Marítimo escaseaban. Como si el tiempo y el discurrir cotidianos hubieran quedado extrañamente en suspenso.

Apenas una veintena de curiosos madrugadores al otro lado del perímetro de seguridad, y otra de periodistas nacionales y extranjeros en el precinto policial de la avenida de Don Jaime, frente a la rotonda del Club Náutico, donde los terroristas intentaron acelerar su mortal recorrido, delataban de forma implacable el terror vivido.

Algunos lo habían presenciado en directo y aún les temblaban la voz y las piernas. Los más se enteraron a través de los informativos, las redes sociales y alguna que otra inquieta llamada familiar desde Zaragoza o desde muchos pueblos aragoneses. Apenas a dos kilómetros del lugar, en la zona de Vilafortuny (Cambrils este), solo el ruido de unas sirenas –habituales cualquier día a esas horas– habían rasgado la noche. Nadie había escuchado un disparo ni una mala palabra.

Casi nadie daba crédito, si no fuera porque la gran mayoría había cerrado los ojos con las imágenes de Las Ramblas en la retina. O después de ver anochecer con Cambrils y Salou tomados por los Mossos y la Policía Local: furgones cruzados a modo de barrera en los paseos atestados de veraneantes, chalecos antibalas, destellos azules, patrullas a pie con armas largas... Interpretado un amanecer después, como si estuvieran esperando a los cinco yihadistas dispuestos a seguir segando vidas.

El día amaneció soleado, aunque desdibujado y plomizo por la calima que suele disiparse conforme el sol gana altura y castiga las pieles. Una sensación de pesadez en premonitoria concordancia con el duro despertar. En el remanso de paz que es este pueblo mediterráneo, incluso en plena temporada turística, el sobresalto emocional se iba trasladando en cierta forma de caos a sus calles. El corte del paseo Marítimo obligó a desviar el tráfico por vías interiores en las que apenas cabían los coches y los autobuses del transporte urbano de la compañía Plana que recorren de punta a punta la costa. No sonó ni una bocina ni de los volantes asomó un gesto desabrido, se imponían la calma y el civismo.

Horas después, en torno a las nueve de la mañana, ya no había lugar para la sorpresa. La salida de la grúa con el coche de alta gama utilizado por los terroristas, con las ruedas mirando al cielo, zanjaba cualquier duda. Empezaba el día y se activaba la cuenta atrás de los peores recuerdos. Con la voz quebrada y los manos temblorosas, una empleada de la casa de un conocido zaragozano, que vivió los hechos en primera persona y a escasos metros, recibía a este periodista de HERALDO. Apenas acertaba a decir: "No se preocupe, le doy su teléfono, han llegado a las cinco de la mañana y están descansando porque esta noche han pasado cosas". Eufemismo del miedo con el que esta persona resumía las tres eternas horas de confinamiento en el Club Náutico vividas por este hombre y su mujer. Ambos paseaban cuando el coche de los terroristas irrumpió en el paseo, atropelló a una mujer y se desató el pánico. Los tuvo a su lado, vio cómo se apeaban armados. Tuvo que correr y la fortuna de poder refugiarse. Testigo directísimo, estaba emplazado a declarar ante la Policía autonómica y optó por mantenerse en el anonimato: "Estamos muy cansados", se limitó a decir más tarde por el telefonillo.

A Eva Briceño, joven zaragozana cuya familia vive frente al lugar de los hechos, el suceso le sorprendió unas decenas de metros antes, frente al espigón. Ella sí habla. Lo hace sin parar, pero tranquila, desahogándose. No pudo volver a su casa y tuvo que dormir en la de unos amigos en Montroig. Presenció cómo se estampaba el Audi de los terroristas, mientras ella se adentraba –como otras muchas personas– en la playa y durante hora y media permanecía escondida entre unos hidropedales, tragándose en silencio sus propias lágrimas. Bajo este endeble refugio, pudo localizar por teléfono a sus padres y a su hermano, que se cobijó en un bar próximo a la rotonda de la muerte. A ella también le temblaba la voz, también le pesaban los recuerdos en esos instantes parados en el tiempo y fijados para siempre en su memoria.

Pero, poco a poco, la normalidad se abría hueco de nuevo en la vida. La playa se llenaba, solo algo menos que otros días, y los recuerdos de esta inolvidable noche de verano se diluían entre comentarios o rumores, el silencio de muchos lugareños que temen un perjuicio irreparable para el turismo y sus negocios y la inmensidad del mar.

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