30 AÑOS DE GUERRAS BALCANICAS (8)

La Palestina de los serbios

La provincia autónoma era dirigida con mano de hierro por la minoría serbia, apenas un 7% del total de casi dos millones de habitantes.

Dos policías serbios revisan la documentación de un joven albanokosovar en febrero de 1993.
Dos policías serbios revisan la documentación de un joven albanokosovar en febrero de 1993.
Gervasio Sánchez

En febrero de 1993 pasé cinco días en Dubrovnik esperando un permiso especial para atravesar la frontera de Montenegro, visitar ese país y viajar a Kosovo. Estaba alojado en uno de los pocos hoteles abiertos y cada día paseaba varias horas por la bellísima ciudad dálmata, en la que aún se veían los destrozos provocados por las bombas lanzadas en el otoño de 1991 por la artillería yugoslava.

Me cuesta olvidar aquellos días porque era como tener a mis pies a uno de los lugares más encantadores e icónicos del mundo. Una tarde, poco antes del anochecer, llegué a estar completamente solo en su plaza principal, una situación que sólo había vivido en Jerusalén durante la primera guerra del Golfo en los inicios de 1991.

Antes de la actual pandemia había días que desembarcaban 10.000 turistas provenientes de diferentes cruceros en una ciudad rodeada por una muralla defensiva que mide 1.940 metros. En algunas horas era imposible dar un paso sin estar rodeado de centenares de turistas y la antigua Ragusa (tal como se llamaba oficialmente hasta 1916), declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, se estaba muriendo de éxito con los precios disparados y compitiendo con los de Venecia, París o Londres. Con la actual crisis sanitaria los cruceros han tardado quince meses en regresar al puerto y todavía hoy el número de turistas es aceptable y la atmósfera, respirable

Un matrimonio albanokosovar en su casa en una aldea en febrero de 1993
Un matrimonio albanokosovar en su casa en una aldea en febrero de 1993
Gervasio Sánchez

Mi primera impresión en febrero de 1993 al llegar a Pristina, la capital de Kosovo, fue que estaba visitando la Palestina de los serbios. Entonces, la provincia autónoma era dirigida con mano de hierro por la minoría serbia, apenas un 7% del total de casi dos millones de habitantes.

La resistencia pasiva ante las provocaciones de las autoridades y la policía serbia era el arma utilizado por los albanokosovares. Hasta entonces nunca se había producido un atentado contra las fuerzas de seguridad que actuaban como una fuerza ocupante, pero entre los más jóvenes había el deseo de no renunciar a liberarse de Belgrado, la capital de Serbia, desde donde se dirigía una represión tan sistemática que afectaba a la inmensa mayoría de la población.

Recuerdo una mañana a la entrada del mercado con un trajín continuo de vendedores ambulantes y cambistas con fajos de dinares, la moneda de la antigua Yugoslavia, ofreciéndolos por marcos alemanes, cuando, de repente, se produjo una estampida generalizada a la llegada de dos policías armados con fusiles de asalto y con caras de pocos amigos y el griterío ensordecedor fue sustituido por un silencio apático.

Unos niños vigilan su rebaño después de una gran nevada en febrero de 1993
Unos niños vigilan su rebaño después de una gran nevada en febrero de 1993
Gervasio Sánchez

A voleo eligieron a un joven, lo trasladaron a un rincón, le pidieron la documentación y lo cachearon sin remilgos. Minutos después, el policía más soberbio obligó a dos ancianos, que charlaban amigablemente, a abandonar el lugar. Con escenas parecidas que se repetían a cualquier hora del día me sorprendió la resignación y la indiferencia con la que actuaba la población.

Kosovo es para los serbios-ortodoxos la Meca de su cultura y religión, el lugar donde fueron vapuleados por los otomanos hace seis siglos, pero donde se encuentran sus más bellos monasterios. En aquel tiempo aciago y confuso el presidente Slobodan Milosevic había conseguido que los serbios se uniesen en un proyecto común ultranacionalista que acabó difuminado tras varias derrotas militares en los siguientes años. La mitología junto a la sangre derramada que provoca el milagro de la cohesión de un pueblo detrás de un líder manipulador.

En 1993 los militares y policiales serbios ocupaban pueblos enteros con la excusa de buscar armas. Desde finales del año anterior habían sido detenidas más de un millar de personas y en 1992 hubo una veintena de muertos. Algunos de ellos habían fallecido en comisarías tras recibir brutales palizas. Había 36 personas encarceladas por motivos políticos pendientes de largas condenas aunque miles de albanokosovares sufrían procedimientos administrativos exprés que se resumían en dos meses de encarcelamiento.

En diciembre de 1992, una comisión de parlamentarios franceses consiguió que el general serbio Milosavac Radmanovica, el hombre fuerte de Milosevic en Kosovo, admitiese que los albanokosovares no significaban una amenaza terrorista y que en los múltiples operativos policiales solo habían conseguido confiscar algunas armas de caza.

Kosovo era una gran prisión pero sus habitantes ya habían asimilado las ideas pacifistas de Ibrahim Rugova, el líder y presidente de la Liga Democrática de Kosovo, que en unas elecciones clandestinas y no reconocidas por las autoridades serbias, había conseguido el 97% de los votos con una participación masiva del 95% de la población albanokosovar en edad de votar. Rugova repetía siempre que había que conseguir la independencia de forma pacífica y que el conflicto no era entre serbios y albanokosovares sino entre éstos y las autoridades de Belgrado.

Los albanokosvares habían sido expulsados de sus trabajos por centenares de miles y privados de la seguridad social. Desde 1991, más de 300.000 alumnos de primaria y 67.000 de secundaria habían abandonado las escuelas públicas al no aceptar los planes de estudio establecidos por los serbios que impedían estudiar en su idioma materno. 23.000 profesores habían sido expulsados y la Universidad albanesa cerrada.

Los serbios acusaban a los albanokosovares de utilizar la demografía como amenaza e, incluso, como limpieza étnica. Las familias albanesas tenían una tasa muy elevada de nacimientos mientras que las serbias se acercaban a la de cualquier país europeo.

Tanto serbios como albanokosovares reivindicaban ser el primer pueblo que pobló el territorio kosovar. En el siglo XIV, los serbios-ortodoxos formaron un imperio cuyo centro era Kosovo donde vivían sus patriarcas religiosos y sus reyes. En 1389, los otomanos causaron una derrota histórica y muy dolorosa a los serbios.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Kosovo quedó definida dentro de las fronteras de la antigua Yugoslavia. En 1974, una nueva Constitución lo convirtió en una provincia autónoma yugoslava perteneciente a la República de Serbia y los albanokosovares dispusieron de una universidad donde podían realizar los estudios en su propia lengua.

A partir de 1989 se produjeron cambios constitucionales trascendentales que redujeron progresivamente la amplia autonomía kosovar. El ejército yugoslavo, por orden de Milosevic, comenzó a reprimir las protestas y un año después, el 26 de junio de 1990, la Asamblea de Serbia suspendió el gobierno y el parlamento de Kosovo. La nueva Constitución fue boicoteada por la mayoría albanokosovar y los diputados de origen albanés proclamaron la independencia. Se organizaron elecciones clandestinas que eligieron clandestinamente a un nuevo Parlamento y al presidente Rugova,

En 1993, en plena guerra de Bosnia-Herzegovina, la política no intervencionista de la Unión Europea comenzó a inquietar a Rugova, que temía que se produjese una radicalización entre los más jóvenes. Años después, el nacimiento de una oscura guerrilla albanokosovar, financiada con dinero de la diáspora dio inicio a una etapa de gran tensión bélica en Kosovo y los actos de violencia se multiplicaron por los casi 11.000 kilómetros cuadrados.

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