30 AÑOS DE GUERRAS BALCANICAS (VII)

Empezar desde las cenizas

Durante años me fue imposible llegar a Gospic. En el otoño de 1991 y en el verano de 1992, los soldados croatas me impidieron el paso. No querían testigos de las atrocidades que habían cometido.

Civiles custodiando casas en una localidad costera de Croacia en otoño de 1991
Civiles custodiando casas en una localidad costera de Croacia en otoño de 1991
Gervasio Sánchez

Había leído un reportaje en el diario The European con una lista de crímenes perpetrados por todas las partes durante la sangrienta guerra de Croacia a pesar de sus seis meses de duración. “En el verano de 1991, los croatas mataron en Gospic a varios centenares de serbios lanzándolos desde unos precipicios cercanos”, decía el informe.

Por fin conseguí mi objetivo el domingo 27 de junio de 1993. Me encontré con una copia de Vukovar, la ciudad croata que fue arrasada por el ejército yugoslavo y los paramilitares serbios. Había barrios enteros destrozados por el ejército croata. Su objetivo era impedir el regreso de la población serbia que había huido para evitar ser asesinada.

Gospic fue el funeral de los serbios y Murvica, un mes más tarde, se convirtió en una hecatombe para los croatas, el 85% de la población que había convivido en paz desde la Segunda Guerra Mundial con el 15% de vecinos serbios. La aldea, a solo ocho kilómetros de Zadar en la costa adriática, fue atacada por los paramilitares serbios de la Krajina, una región de amplia mayoría serbia-ortodoxa. Tras el paso de los bárbaros quedaron 200 casas destruidas.

Maria Zilic fue una de las croatas católicas que huyó junto a su marido Ivo con todo lo que pudo salvar en un par de maletas. Los conocí en un hotel de Zadar en febrero de 1993, donde vivían desde hacía un año y medio como refugiados junto a otros 20.000 croatas expulsados de sus hogares.

La mujer, de 65 años, estaba muy nerviosa porque se había enterado de que uno de sus vecinos había regresado a la aldea tras una ofensiva croata que había concluido con la expulsión definitiva de los paramilitares serbios.

Ella quería hacer lo mismo aunque no tenía transporte privado. Quería ver los destrozos con sus propios ojos porque ya le habían contado que su casa estaba destrozada. Cuando le ofrecimos llevarla dijo que sí inmediatamente aunque le costó convencer a su marido.

Adolescente armado se dirige a la primera línea de combate en otoño de 1991
Adolescente armado se dirige a la primera línea de combate en otoño de 1991
Gervasio Sánchez

Durante el corto pero intenso viaje no dejó de nombrar a quiénes vivían en las casas destruidas con las que nos íbamos cruzando y se quedó paralizada cuando llegamos a su hogar completamente quemado igual que las casas aledañas que pertenecían a sus hijos. Sólo empezó a llorar cuando encontró, rebuscando entre las ruinas, una taza intacta de su vajilla preferida.

Años después, en verano de 2002, la volví a visitar justo unos meses después de la muerte de su marido. Sus hijos y ella me recibieron junto a mi pareja y a mi hijo, que entonces tenía cuatro años, como si fuera un familiar querido y nos invitaron a alojarnos en su casa reconstruida desde los cimientos aunque sólo nos quedamos a comer. La guerra lo había destruido todo en aquella aldea menos la pasión de María por la vida. Los campesinos simbolizaban la voluntad de los supervivientes por volver a empezar.

El café turco cambió de nombre en cuanto empezó la desintegración de Yugoslavia en el verano de 1991, hace 30 años. Nunca les gustó a los serbios o a los croatas que el café que más se consume en los Balcanes se llamase turco. Porque siempre han creído que son puros de sangre y de costumbres y suelen negar la evidencia: que los otomanos gobernaron e influyeron en estas tierras durante siglos.

Knin fue la gran capital serbia de la región secesionista de la Krajina entre 1991 y 1995. En la ciudad estaba el gobierno autónomo y los cuarteles de sus soldados y sus paramilitares. Las órdenes que emanaron de sus responsables políticos y militares fueron ejecutadas sin piedad, provocando matanzas de croatas-católicos. Durante varios años la palabra Knin denominaba un estado de terror y violencia.

Pero en agosto de 1995, una gran ofensiva croata llamada 'Operación Tormenta' desarticuló al supuesto ejército invencible en apenas 48 horas y provocó el éxodo de más de 200.000 civiles serbios. Como llevaba ocurriendo en los cuatro años anteriores, de nuevo se evidenció la cobardía de los paramilitares a la hora de defender a su población. Eran capaces de robar y violar a civiles indefensos, pero se morían de miedo cuando enfrente había soldados bien preparados.

Entre los testimonios que pude recoger durante la cobertura que hice para Heraldo de Aragón se repitieron las denuncias de que el ejército secesionista había iniciado la huida cobardemente en cuanto escuchó el rugir de los carros de combates. Algunos campesinos serbios se atrevían a llamar traidores a sus líderes.

Una monja católica muestra los restos del proyectil que destrozó su vivienda en otoño de 1991
Una monja católica muestra los restos del proyectil que destrozó su vivienda en otoño de 1991
Gervasio Sánchez

Durante los diez años que cubrí las guerras balcánicas me encontré a muchos paramilitares casi siempre alejados del campo de batalla. Algunos se mostraban como Rambos, pero en realidad eran simples holgazanes y ladronzuelos especializados en robar a los más desvalidos, violar a mujeres y niñas o en controlar el mercado negro.

Algunos se hicieron ricos en pocos meses y se desplazaban con potentes coches lujosos y mostrando cadenas de oro. Vi personajes siniestros en todos los bandos y en diferentes etapas de los conflictos. Algunos de estos paramilitares fueron asesinados en oscuros ajustes de cuenta.

Los croatas, que se habían mostrado muy humildes y cooperadores con los periodistas cuando iban perdiendo la guerra en la segunda mitad de 1991, cerraron el territorio reconquistado de la Krajina a cal y canto en agosto de 1995 e impidieron el trabajo de la prensa internacional. La excusa, tan ficticia como banal, era proteger a los periodistas de las emboscadas del enemigo.

Pero lo que querían evitar es que se viesen a sus soldados bien armados, evalentonados y con ansias de venganza, quemar casas y matar a civiles serbios con gran pasión. A pesar del embargo de armas, Croacia se había rearmado con artillería pesada, carros de combate y sistemas de transmisiones ultramodernos en los años anteriores La ofensiva relámpago había conseguido recuperar el 80% del territorio en menos de dos días.

Los croatas movilizaron un ejército de 100.000 hombres apoyados por 400 carros de combate y 600 blindados sobre las posiciones serbias. Era claro que su moral de combate era superior, pero durante mi recorrido de una semana por la Krajina en los días posteriores al inicio de la ofensiva no encontré un solo lugar con huellas visibles de combates encarnizados. Fue un paseo militar croata con consecuencias brutales para los civiles serbios.

El gran padrino serbio, el presidente Slobodan Milosevic, había abandonado a su suerte a una comunidad serbo-ortodoxa acostumbrada a digerir una historia cuajada de derrotas simbólicas y atroces desde hacía 600 años. Los civiles serbios huyeron en sus tractores y coches por carreteras bombardeadas por la aviación croata. Las imágenes eran espeluznantes. Grupos de radicales croatas organizados apedreaban e insultaban a los refugiados camino de un exilio definitivo.

Los refugiados croatas habían vivido años en complejos hoteleros en la costa adriática. Un refugiado siempre será un refugiado, pero no es igual vivir en cómodos hoteles bañados por bellísimas playas que en tiendas de campaña en medio de la desolación y rodeados por enemigos. Los serbios de la Krajina fueron utilizados como carne de cañón y finalmente repoblaron amplias zonas de Bosnia ocupadas por los radicales de su religión y donde había sido asesinada la población musulmana original.

Algunas ciudades croatas recuperaron pronto la normalidad y los miles de vecinos expulsados cuatro años antes regresaron a sus casas en los siguientes meses. Pero muchos pueblos de mayoría serbia agonizaron para siempre. La mayoría de sus casas fueron quemadas en un nuevo proceso de limpieza étnica que cambió para siempre la fisionomía religiosa de toda la región.

Los 200.000 serbios huidos viven hoy en Serbia o en zonas de Bosnia-Herzegovina. El mapa de amplias zonas de los Balcanes tiene costuras artificiales que han sido legalizadas en la mesa de negociaciones por puro pragmatismo diplomático.

Pero hay muchos ciudadanos que sienten dolor por el comportamiento de la comunidad internacional. La paz no es solo la ausencia de la guerra. Es también creer que el sufrimiento ha valido la pena si finalmente se impone la cordura. Pero, a legalizar las injusticias, se acaba promocionando la venganza y el odio que no tiene fecha de caducidad entre los seres humanos.

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