Diario de Afganistán (2)

Mis hospedajes favoritos en Kabul

El periodista Gervasio Sánchez ha regresado a Afganistán y lo hace justo cuando se cumplen 40 del inicio de una guerra en la que el país sigue inmerso y de la que él ha sido testigo de excepción.

Personal de Médicos sin Fronteras atienden a un bebé afgano en enero de 2002.
Personal de Médicos sin Fronteras atienden a un bebé afgano en enero de 2002.
Gervasio Sánchez

Me gusta encontrarme a Jhosal en la terminal del aeropuerto. Es el mejor conductor que he tenido nunca. Sabe siempre elegir el camino más rápido en medio de los permanentes atascos de Kabul. Si usa el desplazamiento más largo es porque seguro que vamos a llegar antes al lugar de la cita.

A veces tiene reacciones de suicida, pero nunca ha chocado con otro coche en una ciudad proclive a los golpes. Su único defecto: en los últimos diez años no he conseguido hacerle entender que no es inteligente pegarse a los convoyes militares porque los soldados pueden abrir fuego a la primera señal de alarma.

Apenas han pasado 30 minutos entre que he bajado del avión, realizado los trámites de inmigración, recogido el equipaje y recorrido los 400 metros que hay hasta el aparcamiento. “Siento llegar cinco minutos tarde, pero ya sabes cómo son los controles a la entrada”, me dice mientras me abraza tres veces.

No nos veíamos desde 2014, pero apenas ha cambiado. Tiene el pelo más blanco como yo. Es un pastún conservador que siempre ha criticado a los señores de la guerra. Veo que su coche tiene matricula alemana. “Los compran allí y los venden aquí y funcionan muy bien”, me explicará después.

Me lleva al Cedar, un hotel con una muy buena calidad-precio y muy seguro. Muros de cemento armado de cuatro metros de altura protegen su perímetro. Antes de acceder a su patio central tienes que pasar un control de seguridad bastante riguroso para la media afgana y dos puertas blindadas.

Llevaba diez años sin hospedarme aquí. El hotel tiene una parte más moderna muy cómoda con habitaciones grandes construidas en los últimos años. Lo importante es que internet suele funcionar siempre y el generador sustituye de manera automática los continuos cortes de luz. Hace unos días los talibanes atacaron varias torres de alta tensión y dejaron sin electricidad a gran parte de la capital y del país

En mis primeros viajes a Kabul de los años 90 me hospedé en la sede de Médicos sin Fronteras en el centro de la ciudad. La organización humanitaria financiaba parte de un proyecto documental llamado 'Vidas Minadas' en el que estaba trabajando. En enero de 2002 me alojé en el gélido hotel Mustafá durante unos días hasta que conseguí que Médicos sin Fronteras me permitiera quedarme en su sede central y mi situación personal mejoró mucho.

El 9 de julio de 2006 estaba viendo en el hotel Mustafa la final de la Copa del Mundo entre Italia y Francia (¿se acuerdan del cabezazo en el pecho del francés Zinedine Zidane al italiano Marco Materazzi?) cuando recibí una llamada desde España en la que se me decía que mi madre acababa de morir.

Era una situación que me había planteado muchas veces. Moría un familiar querido y yo estaba en el quinto pino. Mis compañeros me consolaban y yo me sentía arropado. Pero nada de esto ocurrió. Estaba más solo que nunca sin nadie a quien contárselo.

En la habitación escribí una carta titulada “Mi madre ha muerto” y la mandé por correo electrónico a centenares de personas. A los pocos minutos empecé a recibir mensajes de condolencia y ánimos.

Me fue imposible regresar a tiempo para el funeral. Hace 13 años los vuelos eran menos regulares que ahora. El primer vuelo llegaba justo después de su incineración y decidí quedarme en Afganistán. A mi vuelta esparcimos las cenizas.

Pensé en pedir que me mandaran una fotografía de su cadáver por correo electrónico. Así me podría despedir de mi madre. Pero pensé que no se entendería una petición tan rara. 

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