Los ultraortodoxos, un voto crucial y muy terrenal

Activos en la política desde la creación de Israel, se presentan a las elecciones en tres facciones.

Un grupo de ultraortodoxos en la protesta de este domingo
Los ultraortodoxos, un voto crucial y muy terrenal
Reuters

Activos en la vida política israelí desde la creación del Estado en 1948, los ultraortodoxos se presentan a estas elecciones repartidos en tres facciones afines a la derecha y volcados cada vez más en los intereses políticos terrenales.


Yahadut Hatorá (Judaísmo Unido por la Torá, asquenazí), Shas (sefardí) y Yahad (nacionalista) son los tres partidos que mañana martes se disputarán a un electorado cada vez más numeroso y que tiene en su mano la capacidad de decantar el gobierno de uno u otro lado.


"Nosotros somos de derechas, pero ha ocurrido (en el pasado) que por uno u otro interés algún partido de la comunidad ultraortodoxa aceptó integrarse en gobiernos de izquierda", explica Yaacov Shitrit, un ultraortodoxo sefardí residente en el barrio de Guivat Shaul, uno de los feudos del Shas.


Situado a la entrada de Jerusalén, Guivat Shaul es donde residió hasta su muerte en 2013 el fundador del partido, el rabino Ovadia Yosef, responsable de un cambio político que en 1984 convirtió al Shas en el fiel de la balanza de la gobernabilidad durante quince años.


Desde entonces esta formación ha sido parte de casi todos los gobiernos israelíes, defendiendo los intereses de una comunidad dedicada al estudio de la Torá y, por tanto, sumida en la pobreza.


Fue el Shas, con el apoyo del Judaísmo Unido de la Torá, el que durante la pasada década de los noventa potenció las ayudas públicas millonarias a este colectivo, generando el creciente rechazo por parte del resto de una población israelí que veía cómo sus conciudadanos contribuían poco a las arcas públicas y al servicio militar.


"La Torá es lo más importante para el pueblo de Israel, sin ella no hay pueblo judío", explica Dror Bensimón, estudiante de un seminario que eludió el servicio militar gracias a la histórica exención aprobada en 1948 por el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión, que por aquel entonces trataba de recabar el apoyo de esta comunidad.


En la última legislatura, en la que se quedaron fuera del Ejecutivo que encabezó el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el Parlamento aprobó finalmente una ley del servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos, que probablemente será enmendada si estos partidos entran de nuevo en el gobierno, según anunció el propio jefe del Ejecutivo hace unos días.


Además, un prominente rabino asquenazí de Jerusalén ha instado a sus fieles a votar por aquella formación que prometa anular la ley de alistamiento.


Pero con o sin ley militar, lo cierto es que en los últimos años la integración de esta comunidad en la sociedad israelí es cada vez mayor debido al creciente contacto con el resto de la población, a sus mayores necesidades económicas -casi la mitad ya trabajan- y a un cambio demográfico que, sencillamente, ha diluido la estricta definición de ultraortodoxo que había antes.


"Entre los asquenazíes es más fácil distinguirlos como tales, pero entre los sefardíes, que desde siempre han estudiado la Torá y a la vez han trabajado, es todo más difuso. Además, hay muchísimos religiosos y tradicionalistas que votan a Shas sin ser ultraortodoxos" por su apoyo a las clases menos privilegiadas, señala Shitrit.


Aparentemente homogénea para cualquier extraño que se adentre por las calles de Guivat Shaul o del emblemático barrio Mea Shearim, la ultraortodoxia judía es una amalgama de grupos y cortes rabínicas tan dispares como cualquier otro grupo social.


El origen geográfico de la familia y la preferencia por uno u otro rabino suelen ser elementos decisivos a la hora de pertenecer a alguno de sus colectivos, y más allá del distintivo blanco y negro de sus ropajes es difícil saber a qué corriente pertenece cada uno o incluso si se considera a sí mismo ultraortodoxo.


Cuantificar a esta comunidad es por tanto misión imposible y ni siquiera la Oficina Central de Estadísticas de Israel consigue llegar a parámetros comunes.


Según uno de ellos, el de la representación parlamentaria, los ultraortodoxos supondrían hasta el 10-12 % de la población judía de Israel, y en cómputo electoral equivalen a entre 17 y 20 escaños.


Una cifra que en su conjunto facilitaría el gobierno tanto al derechista Netanyahu como al laborista Isaac Herzog, nieto de quien fuera primer rabino jefe de Israel.

"Esta vez no nos dejarán fuera. Los dos nos necesitan para formar gobierno, a menos que decidan (ir a uno de unidad nacional) como hicieron en los ochenta, lo que es improbable por sus diferencias ideológicas", advierte Moshico, dependiente de un kiosco en Jerusalén y seguidor del Shas.


Conscientes de la dependencia en estos partidos, si es que realmente se confirman los resultados de todos los sondeos, la pregunta que se hacen los israelíes más laicos es cuánto costará esta vez al erario público incorporarlos al nuevo Ejecutivo, después de que en anteriores ocasiones acabaran en partidas millonarias.