Erzo

Erzo: la imagen y el detalle, señas de identidad

La barra de este bar es de las más espectaculares de Zaragoza. Su tapeo entra primero por la vista mantiene un buen nivel en producto y precio.

Ernesto Zorrilla, propietario del Erzo, en la muy bien surtida barra del establecimiento
Ernesto Zorrilla, propietario del Erzo, en la muy bien surtida barra del establecimiento
ALMOZARA FOTOGRFÍA

Erzo es un clásico, un bar con más de 50 años de trayectoria y la tercera generación de una familia muy hostelera al frente del negocio. Un establecimiento con las ideas claras.


Es la impresión que a uno le queda después de haberlo visitado en distintas ocasiones y en épocas diferentes; manteniendo siempre un nivel medio alto en los productos que se ofrecen al cliente sobre la base de unas señas de identidad que, intuyo, son irrenunciables: una imagen muy cuidada del tapeo, una decidida apuesta por el detalle y un servicio rápido, agradable y profesional.


Estos tres argumentos se traducen en una barra magníficamente vestida, de esas en las que te asalta la duda a la hora de decidir por dónde empezar. Un tapeo, por cierto, bien ordenado, con los montaditos en la parte superior, los fritos, los pedugos (mini bocadillos) y las raciones, y con unos precios que en el caso del tapeo más tradicional oscilan entre 1,20 y 1,80 euros, de forma que la cuenta es relativamente fácil de hacer. Además, para que todavía sea más sencilla, siempre está la opción de recurrir al surtido de una decena de montaditos (a elegir entre los que cuestan 1,20 euros) que sale por 10 euros.


Especialidades

Hay unas cuantas propuestas que en Erzo han adquirido la categoría de especialidades de la casa. No por nada. Sencillamente así lo han querido los clientes en el caso del rollito de salmón relleno, la tostada o el montadito de queso roquefort y jamón, el escachao de tortilla brava, el calabacín relleno y el jamón de Teruel con tomate. Propuestas si se quiere clásicas, pero que no invitan a pensar que Erzo se ha instalado en la autocomplacencia.


En un bar de tapas, y esto lo saben bien quienes se dedican a este negocio, hay que procurar ofrecer novedades constantemente, que el cliente encuentre siempre un nuevo aliciente en la barra. Y ese punto de innovación lo pueden representar perfectamente el montadito que sobre una cama de patata pochada incorpora una hamburguesa de ternasco con queso fundido y una salsa especial, o el crujiente de jamón con huevo de codorniz y setas, que solo se ofrece los domingos.


Un amplio surtido de tostadas y tablas de curados, patés y quesos; una representación suficiente de vinos que se pueden pedir por copas o por botellas; una sangría especial de la casa y, a modo de dulce colofón, unas trufas de chocolate de elaboración casera, completan la oferta de este bar que sin encontrarse en la mejor ubicación posible casi podría decirse que ha adquirido la condición de santuario del tapeo zaragozano. Ni grande ni pequeño, con el tamaño ideal para no apalancarse demasiado y continuar con el peregrinaje gastronómico.



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