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Puro corazón de león

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Puro corazón de león
juan carlos arcos

El portazo ha sido repentino y doloroso. Por la puerta de vestuarios de La Romareda no salió ayer un jugador, sino un símbolo. Su adiós deja en caja cuatro millones de euros pero arranca una tonelada de sentimiento a un equipo recién de vuelta a la elite. Alberto Zapater viaja a Génova y deja atrás doce años de devoto zaragocismo, siete en las categorías inferiores y cinco en la primera plantilla. Una feliz epopeya a la que pone un momentáneo punto y aparte. Nunca final.

 

Ha transcurrido un lustro desde que Víctor Muñoz dedicara un guiño a una joven promesa que acababa de cumplir la mayoría de edad. Una llamada precipitada y una maleta hecha con prisas fueron el preámbulo de su partida a Nyon para completar la expedición de los 'mayores'. Del juvenil a compartir entrenamientos con Gaby Milito o Savio Bortolini. Debutó en un amistoso contra el Olympique de Marsella, al que siguieron otros contra el Olympique de Lyon y el Benfica. Pese a ser un adolescente, no se deslumbró por los focos y se agarró a la oportunidad de su vida. Esos trenes rara vez se detienen. Superó la prueba y accedió al siguiente nivel: una gira por Inglaterra con escala en Stamford Bridge, donde desafió a un Chelsea armado con Drogba, Terry, Lampard y Makelele. Tal fue su aplomo y fiabilidad, que Víctor le otorgó una plaza en el vestuario del primer equipo.

 

El arranque fue ultrasónico. Estreno oficial en La Romareda con derrota ante el Valencia en la ida de la Supercopa. Un golpe devuelto con creces en la vuelta en Mestalla. Primer y único título que ha levantado como blanquillo. Montado en este tren bala, ese mismo octubre fue citado por Iñaki Sáez para una selección sub 21 en la que tuvo como compañeros a Andrés Iniesta, Cesc Fábregas, Sergio Ramos y Santi Cazorla.

 

Jornada a jornada, ganaba adeptos y capturaba sueños. El cara a cara con Zinedine Zidane en el Bernabéu, la visita al Camp Nou, las noches europeas en Viena, Estambul o Brujas... Entrañables cromos para añadir en el álbum. Una progresión meteórica que se refrendó en el Mundial sub 20, disputado en Holanda en el verano de 2005. Fue elegido el mejor jugador español y recibió los elogios de Diego Armando Maradona.

 

En su segunda campaña como profesional, incrementó su protagonismo en el once y fue partícipe en un paseo histórico en la Copa del Rey, eliminando a los tres grandes: Barcelona, Real Madrid y Atlético. La final, contra el Espanyol, supuso una bofetada que le mostró la amarga cara de la derrota. No reprimió las lágrimas de genuino zaragocismo. No existía consuelo posible.

 

Con la llegada de Víctor Fernández, se difuminó su preponderancia en la medular, un hecho que repitieron el resto de entrenadores que han desfilado por el banquillo aragonés. Tragó orgullo y se ofreció para jugar en los laterales, en el centro de la defensa...

 

Rechazó sugerentes ofertas, soportó suplencias y masticó un descenso que le partió el alma. Le enseñaron una escapatoria pero se mantuvo fiel al escudo, seguro de atravesar el campo minado de la Segunda. Por una cuestión de piel en un mundo sobremercantilizado.

 

Taponó la herida con la consumación del ascenso, en La Romareda, contra el Córdoba. Cuando Marcelino le sustituyó, fue despedido con el grito y el aplauso de una afición entregada. Entonces él no lo sabía... pero fue un hasta luego.

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