Partido de rebajas

La buena dinámica que había tomado el Real Zaragoza de la mano de Ranko Popovic la frena el Valladolid, que fue muy superior.

Whalley salva en el último momento una jugada de gol llevada por Jeffren.
Partido de rebajas
Aranzazu Navarro

Ranko Popovic conoció ayer como entrenador del Real Zaragoza el dolor de la derrota, la amargura interior que provoca saber por la fuerza de los hechos más empíricos del fútbol que hubo un rival netamente superior, el Valladolid de Joan Fransec Ferrer, ‘Rubi’, cuando antes del partido se le trató de mirar como a un adversario de rango similar, por historia y también por aspiraciones.


La prueba resultó fallida en este sentido. El Real Zaragoza no estuvo a la altura. O, si se quiere decir de otro modo, el litigio sirvió para situar a cada cual en su lugar. A día de hoy, el equipo aragonés no dispone de la talla suficiente para competir de igual a igual con el conjunto castellano. Le faltan horas de vuelo, partidos, continuidad en nombres, estilo y filosofía. El Valladolid posee muchas de estas virtudes. Es suficiente con realizar un repaso superficial para percibir las diferencias que juegan a su favor. Hace años, por ejemplo, que está acostumbrado al mando de Álvaro Rubio en el centro del campo. También sabe perfectamente quién es Óscar, a qué ritmo juega y cómo se le saca provecho. Por supuesto, no ha echado a perder las dinámicas de grupo, a pesar de haber sufrido el descenso a Segunda. El Real Zaragoza carece de todo esto. Durante las últimas semanas se ha sostenido en la frescura del discurso de Ranko Popovic, quien lo sacó de la muerte lenta que se anunciaba con Víctor Muñoz; pero ese ideario ayer se convirtió en fútbol de rebajas. Casi nada funcionó como estaba pensado o era costumbre durante el último mes.


Óscar ya había marcado antes de que se hubiera cumplido el minuto dos de juego. Al cuarto de hora, el mismo protagonista hizo mayor la brecha en el marcador.


Cuando esto sucede, tales ventajas rara vez encuentran origen en la casualidad. Por lo común, obedecen a teorías de la causalidad; es decir, a relaciones estrechas entre causas y efectos. Ayer, el Valladolid empezó el partido mejor situado sobre el terreno de juego.


Su entrenador, Rubi, entendió mejor cómo posicionar a su equipo, para hacer daño y guardarse de los embates del adversario. Se hizo superior en el centro del campo, no realizó una presión adelantada, guardó bien la posición y se dispuso a abrir los caminos del triunfo de la mano de Mojica, un futbolista que hace daño cuando dispone de espacios amplios, como sucedió durante buena parte del encuentro de ayer.


Para cuando Ranko Popovic se dio cuenta de la superioridad táctica del Valladolid sobre el césped de La Romareda ya era demasiado tarde. La renta obtenida por la escuadra pucelana era muy amplia, tanto en términos de resultado como en aspectos de juego. Aun así tuvo la humildad de reconocer el error, hecho atípico entre el divismo de los entrenadores. Retiró a Álamo e introdujo en el centro del campo a Basa, movimiento con el que el Real Zaragoza consiguió equilibrar las fuerzas.


Para entonces, ya había comenzado su particular actuación el árbitro de turno, en esta ocasión el colegiado De Burgos Bengoechea. A Borja Bastón le había anulado por supuesto fuera de juego una internada en el área con la que se quedó solo, frente a Javi Varas, guardameta del Valladolid, y a punto de rematar con toda la portería en su ángulo de visión. Por contra, permitió que subiese al marcador el segundo gol de Óscar, en un lance en el que todo el mundo entendió que se daba una situación nítida de fuera de juego. Pero a él no lo apreció así, en una interpretación ‘sui generis’ del reglamento.


La Romareda se incendió por el castigo arbitral y mostró pañuelos blancos, protesta en la que se incluían los desafueros del día y la reincidencia que se da en este aspecto. Incluso de este modo, De Burgos Bengoechea prosiguió con su desatino, procurando claros perjuicios al Real Zaragoza.


Durante la fase en la que el conjunto aragonés pudo acercase en el marcador, no quiso ver nada punible en el área del Valladolid. Omitió dos penaltis de libro. Uno, por un claro agarrón a Galarreta, cuando éste se disponía a introducir el balón en la puerta de Varas. El otro, por unas manos de Álvaro Rubio. Cuando dictó el tiempo de descanso, La Romareda le despidió con la mayor desaprobación posible dentro de la corrección que mandan las normas.


Para Popovic, mientras tanto, se abría un corto paréntesis, para meditar un poco acerca de lo acontecido y para tratar de llevar el encuentro por otros cauces. Sin embargo, de aquello que dijera entre las paredes del vestuario no surgió nada sustancialmente diferente a lo ya visto. La segunda parte, de hecho, se hizo larga, pesada. La Romareda, más poblada que nunca a lo largo de esta temporada, guardó un silencio tremendo. Hasta desde la lejanía se oían las voces de los jugadores, corrigiéndose posiciones, advirtiendo riesgos o solicitando la pelota.


Era el silencio de la derrota, de quienes se saben derrotados bastante antes de que llegue el momento exacto de la capitulación. El Valladolid se dedicó a administrar la renta sin alterarse por nada, sin dejarse influenciar por elementos ajenos al partido. La victoria la tuvo siempre bien sujeta. Dejó que corriera el tiempo y esperó a que se le diera bien alguna ofensiva lanzada en contragolpe. Óscar estuvo a punto de anotar su tercer gol, de cabeza. Le faltó muy poco para superar de nuevo a Whalley.


El Real Zaragoza, por su parte, quiso. Pero no pudo. Careció de ideas y de argumentos. Con Galarreta situado en posiciones adelantadas, muchas veces no supo siquiera cómo sacar el balón desde atrás. Ni Basa ni nadie dio solución a este problema. La presión adelantada del Valladolid durante esa fase se erigió como un obstáculo de envergadura. Sólo de tanto en tanto salió alguna pelota limpia. Las sensaciones de control y de superioridad que transmitió el Valladolid fueron manifiestas, quizá, simplemente, porque los equipos que están peleando este año por el ascenso directo a Primera División se encuentran a otro nivel, en otro estadio, al que todavía no ha accedido el Real Zaragoza.