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Reacciones a la suspensión del Zaragoza-Andorra: "Los aficionados no pintamos nada"

La nevada alteró el día del zaragocismo, pendiente de una decisión que tardó en llegar pese a su razonable evidencia. Varios centenares de hinchas entraron al campo

Aficionados del Real Zaragoza esperando la decisión de si se jugaba o no.
Aficionados del Real Zaragoza esperando la decisión de si se jugaba o no.
Toni Galán

El zaragocismo vivió la jornada del viernes, desde que los primeros copos aparecieron pasado el mediodía en los barrios del sur de la capital aragonesa, descorriendo las cortinas y mirando por la ventana, durante una tarde envuelta de incertidumbre y dudas mientras la nieve arreciaba y el reloj apuntaba la hora de acudir a La Romareda al Zaragoza-Andorra. Muchos aficionados de ‘provincias’ anularon y cancelaron sus viajes, ante el temor, más allá del peligro de ponerse en carretera, de hacer un desplazamiento en balde si el partido acababa cancelándose.

También en Zaragoza el grueso mayor de la afición y abonados se quedó en casa. Pero, ante la ausencia de una suspensión oficial, otros se arrimaron a La Romareda bajo la cortina blanca que sacudía el estadio sobre las 18.30 de la tarde, a dos horas del comienzo oficial. «Yo he estado pendiente. Cuando han dicho que se retrasaba, me he decidido a salir hacia La Romareda porque pensaba que se jugaría. Pero me he dado la vuelta. Tal y como estaba el campo, era complicado. De todos modos, los aficionados hace tiempo que no pintamos nada. Las televisiones mandan. Creo que los árbitros, delegados federativos y demás tenían la decisión tomada hace rato. Es una molestia, deberían haberlo avisado antes y no marear la perdiz», explicaba el hincha Alberto Auqué, de Urriés y residente en Zaragoza. «A media tarde ya se veía que no se jugaría. La gente de Zaragoza aún lo podemos llevar bien, para la de afuera era más complicado. Tal y como estaba el campo, fútbol se hubiera visto poco, aunque tampoco estamos este año viendo mucho fútbol, la verdad. Ya no es época de jugar en campos de barro y nieve, no estaba mucho peor que pudieron estar en su día Las Gaunas, Atocha o San Mamés en los 80. Pero esto es lo que hay. No pasa nada, al menos me he tomado una cerveza».

Pero, hasta esa cerveza, la tarde en La Romareda fue lo más parecido a un caos siberiano. Poco pasadas las 18.30 llegaron los árbitros al campo, la autoridad suprema en un asunto así: ellos deciden si se reúnen las condiciones para el juego, si hay riesgos para los futbolistas, si la competición se puede desarrollar… Ellos son los jueces del problema reglamentario, pero no incluyen al aficionado en la ecuación. Mientras el colegiado Germán Cid Camacho revisaba el césped, dentro del estadio, los operarios temían ya por la suspensión. Se habían barrido las líneas, pero la nieve volvía a taparlas.

LaLiga quería agotar todos los recursos a mano para tratar de salvar su parrilla de partidos. Fue entonces cuando alguien pensó en el tractor-pala de la Ciudad Deportiva. Lo fueron a buscar y se puso a quitar nieve de un lado para dejarla en otro, pero sin sacarla de los límites del campo. Era como pasar la fregona por el suelo de la cocina con el cubo agujerado.

La evacuación no avanzaba, los autobuses del Andorra y del Zaragoza llegaron, los jugadores saltaron al césped a tirarse unas bolas de nieve, y así, entre dudas, desinformación, presiones del Andorra para jugar, y mano izquierda del árbitro para tomarse las cosas con calma, la hora del partido se echó encima. Se abrieron las puertas sobre las 19.45, en gran medida, para que los aficionados que había acudido al campo, al menos, pudieran estar algo arropados dentro. Un millar de espectadores accedieron, también los medios de comunicación. Julián Sedeño fue uno de los valientes: «Me he acercado porque nadie decía nada. Cuando he entrado y me he dirigido a mi localidad, he visto que el campo tenía mucha nieve. Se veía claramente que ahí no se podía jugar. Lo que no es normal es que hagan ir a la gente y luego se suspenda. A las seis, ya se podía haber hecho eso, sin dar pie a que fuéramos al estadio. Muy mal. A ver ahora cuándo se juega».

Pasaron los minutos, y el verde apenas aparecía por debajo de la capa blanca. Sobre las 20.00 llegó otro remolque a La Romareda: media docena de palas y un pequeña máquina quitanieves entraron en escena. Aquello aceleró las cosas pero no solucionó nada: la suspensión, como la nieve, cayó por su propio peso. El árbitro revisó de nuevo y, tras consultarlo con los clubes y LaLiga, pulsó el botón de aplazar: no era cuestión de esperar hasta la madrugada a que La Romareda quedara limpia. La decisión se anunció por la megafonía del estadio: unos pitaron, otros recogieron las mantas y se fueron para casa. «Molesta tener que irse porque parecía que se jugaría, pero es lo mejor. Así es complicado jugar. Volveremos cuando toque», decían Julio y Sergio, jóvenes y resignados aficionados a las puertas del estadio. Ni ellos ni nadie olvidará ya la nevada del 19 de enero de 2024 en día de partido entre el Zaragoza... y el pirenaico Andorra. Porque la historia no deja de tener su guasa.

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