REAL ZARAGOZA

Exaltación de zaragocismo en un entrenamiento con más de 5.000 seguidores

El Real Zaragoza, en su tradicional jornada de puertas abiertas por Reyes, concitó este jueves en La Romareda una cantidad de espectadores que no se dan en muchos partidos de Segunda División.

Imagen de la tribuna de preferencia del estadio de La Romareda, casi llena con 5.000 seguidores zaragocistas en el entrenamiento de este jueves.
Imagen de la tribuna de preferencia del estadio de La Romareda, casi llena con 5.000 seguidores zaragocistas en el entrenamiento de este jueves.
Rubén Losada

El zaragocismo es un movimiento social único, de estudio sosegado, magnífico en su dimensión, único en su ámbito geográfico en el sur de Europa (por poner alguna frontera al mapa), ejemplar en su desarrollo y multiplicación, digno de ser tenido en cuenta hasta por quienes más refractarios son al fútbol como resorte de ocio y pasiones personales en la vida actual, que haberlos, los hay. 

En la matinal de este jueves 4 de enero de 2024, más de 5.000 seguidores del Real Zaragoza, de todas las edades, se dieron cita en el estadio de La Romareda para asistir íntegramente 'in situ' al entrenamiento del primer equipo, trasladado al estadio para facilitar la presencia del público, al que hace 9 años le está cercenada la entrada a los ensayos y que, por lo tanto, acoge esta iniciativa como algo felizmente anómalo. En las fechas de Reyes, con los niños y adolescentes de vacaciones navideñas en el sector lectivo, el club, la SAD, hace unos cuantos años que tiene esta deferencia. Los pajes reales de SS. MM. los Magos de Oriente se dan cita en los aledaños del campo, en el graderío. Hay un buen lote de balones regalados al término del evento. Los futbolistas, siempre tan lejanos e intocables en el neofútbol del s. XXI, se convierten por unos momentos en seres humanos, de carne y hueso, y se acercan a las gradas, firman todo lo que haya que firmar -camisetas, bufandas, balones...-, se fotografían a decenas y decenas de peticiones y se genera un aura mágico que traslada a años muy pretéritos el ambiente futbolístico del profesionalismo. 

Unos 5.000 aficionados, muchos de ellos niños, disfrutaron del entrenamiento del equipo en el estadio este jueves.

El perfil mayoritario de los asistentes era el de esas parejas con uno, dos o tres niños a su cargo, llenos de ilusión y ojos vidriosos por estar viviendo algo único. En muchos casos, era solo el padre o la madre el acompañante adulto (es día laboral, un impedimento irresoluble para muchos afectados). Pero también había socios de los de siempre, septuagenarios incluso, que quisieron rememorar los viejos tiempos en los que acudir a ver 'el partidillo de los jueves' a las tribunas de La Romareda era normal, un hábito saludable para todos. 

En cualquier caso, el cómputo global de los detalles surgidos y disfrutados -sí, disfrutados- en esta mañana de excepción en el viejo estadio municipal zaragozano genera un mensaje automático en el cerebro de cualquier veterano zaragocista: "somos únicos, de lo que no hay", dice una voz en 'off'. Porque, después de 11 años en Segunda División, tras más de 15 temporadas de padecimientos y flagelamientos derivados del látigo del fútbol en Zaragoza, que la afición no solo no haya decaído un ápice sino que, por el contrario, el sentimiento vaya en aumento sin cesar, es una conducta que requiere tratamiento científico, merecedora de loa y admiración infinitas. 

Más de 2.000 de los 5.000 presentes en las gradas no han visto jamás al Real Zaragoza en Primera División (quizá el cálculo se quede corto). No conocieron los tiempos sobresalientes del club porque su edad lo impide matemáticamente. Bastantes de sus adultos acompañantes, ellos y ellas, tal vez tampoco eran asiduos al fútbol de hace 15 años hacia atrás, porque las modas eran otras y las actuales no se habían implantado, empujados en la contemporaneidaed -en buena parte- por los propios pequeños de cada casa. Da igual. El Real Zaragoza, su equipo de fútbol (no confundirse desde las cúpulas, que a los dirigentes no los conoce nadie, ni falta que les hace a la inmensa mayoría para sostener su pasión) es un polo de atención social de capilarización profunda en el día a día de muchos aragoneses. 

A las 10.00 se abrieron las puertas del estadio para que los aficionados pudieran ver el trabajo del equipo.

Lo vivido esta mañana en La Romareda es un paradigma para guardar en un frasco con formol y ponerlo al microscopio de los analistas del humanismo cuantas veces haga falta. Para que, en estratos superiores y foráneos tomen buena nota, en las butacas del estadio zaragozano ha habido en un mero entrenamiento bastante más público del que acude, de ordinario, a ver partidos oficiales en la Segunda División, categoría que chirría y duele al zaragocismo de siempre, al histórico, al veterano y genuino, porque es lugar inhóspito, impropio e hiriente para un histórico de España y de Europa (ver, por favor, el historial, las credenciales y la sala de trofeos). 

Algo no está bien colocado en el escaparate del fútbol español. Queda a desmano, fuera de sitio. Se llama Real Zaragoza. En días como el de hoy, esta evidencia queda patente de un modo más sentimental y subrayado, más allá de los llenos en los partidos de verdad, de los viajes multitudinarios por los campos de la competición española, del récord de abonados, de los miles y miles de pinchazos en las transmisiones televisivas de los partidos del equipo del escudo del león. Algún día alguien lo pondrá de nuevo donde tiene que estar. En Primera División. 

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