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La afición del Real Zaragoza, de la ilusión al enfado

La permisividad arbitral, el mal juego de su equipo y las continuas pérdidas de tiempo del Mirandés desquiciaron a una Romareda que, con 26.127 espectadores, registró la segunda mejor entrada de la temporada.

El partido entre el Real Zaragoza y el Mirandés tiene lugar este domingo en La Romareda.
El partido entre el Real Zaragoza y el Mirandés tuvo lugar este domingo en La Romareda.
Toni Galan

A pesar del preocupante bache de resultados en el que se halla ubicado el Real Zaragoza de Escribá, La Romareda sigue sin fallar. Este domingo, la afición volvió a respaldar a su equipo con, según las cifras oficiales, la segunda mejor entrada de la temporada. Sin embargo, los 26.127 aficionados, entre los que se incluía un pequeño grupo de seguidores del Mirandés, resultaron infructuosos para dejar atrás las dudas y, sobre todo, los últimos marcadores adversos.

Desde el pitido inicial, la afición del Real Zaragoza dio un paso al frente para remar junto a los suyos. Pero también muy pronto, apenas superados los primeros 20 minutos de juego, los seguidores empezaron a poner de manifiesto su malestar con las decisiones que tomaba el colegiado del encuentro, el navarro Galech Apezteguía.

El posible penalti sobre Valera, el mejor futbolista del Real Zaragoza, dio el pistoletazo de salida a un notable serial de protestas que se prolongó durante los 100 minutos de partido. Y eso que, entre silbido y silbido, también se escucharon los cánticos habituales para llevar en volandas a los de Escribá. Es innegable que la hinchada aragonesa quemó todos sus cartuchos para contribuir en el primer gol local.

Los decibelios subieron exponencialmente poco antes del descanso. En el minuto 37, con la nariz de Sergi Enrich brotando sangre de manera incesante, más de uno se llevaba las manos a la cabeza en el graderío. En ese instante, las revoluciones eran altísimas. Fuera, pero también dentro del campo. Solo así se explica el fallo que cometió poco después el delantero, que acabó expulsado en la prolongación del primer acto por una dura entrada sobre un defensa rival.

Con los dos conjuntos enfilando el túnel de vestuarios, La Romareda despidió a Galech Apezteguía con una sonora pitada. "Fuera, fuera, fuera", clamaba al unísono todo el estadio.

Un jarro de agua fría

El guion apenas varió en los segundos 45 minutos. Seguramente, empeoró. La enorme condescendencia del árbitro con los burgaleses, sumada a las constantes pérdidas de tiempo del Mirandés, terminó por desquiciar al público de La Romareda.

Una afición que, en el minuto 52, trataba de intimidar al colegiado con ese viejo y manido cántico que le advierte de que no tendrá una fácil evacuación del estadio. En la última media hora de juego, las sensaciones en la grada se entremezclaban a una velocidad vertiginosa. Se escucharon unos tímidos pitos que pedían a los futbolistas de Escribá mayor claridad en ataque, pero también una gran ovación para Valera cuando fue sustituido por Mollejo.

Así es La Romareda. Exigente, pero justa con los suyos. Al menos, con aquellos que lo intentan una y mil veces, como hizo el atrevido extremo. El gol en propia puerta de Jair, decisivo para decantar el marcador, sentó como un jarro de agua fría en La Romareda. Más de uno, de hecho, dejó su asiento antes del final del partido. Tanto los que se marcharon como quienes permanecieron en sus asientos abandonaron el campo con un enfado radicalmente opuesto a la ilusión con la que arrancó la jornada.

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