La cara y la cruz
Que un fichaje salga bueno nunca es fácil; lo es menos aún en un equipo con el nivel de exigencia que fija la historia del Real Zaragoza, pero cuyo límite salarial y situación económica no dan para demasiado; todavía resulta más complicado acertar con la llegada de un nuevo jugador si esta se produce en el mercado de invierno, cuando hay muchos rivales interesados en llevarse las pocas oportunidades realmente buenas que ofrece la lonja de jugadores.
El Zaragoza se plantó ante esta ventana invernal rozando el descenso y con la promoción muy lejos, por lo que la plantilla necesitaba un fuerte estímulo. Llegaron Bebé y Alarcón, dos jugadores de Primera, internacionales con sus países, que debían dar un salto de calidad al equipo. Dos meses y medio después, está claro que uno lo ha dado y el otro no.
Bebé puede estar más o menos acertado. Si su cañón apunta bien, el Zaragoza puede sonreír; pero hasta cuando el punto de mira está desviado, el portugués demuestra en cada acción que es de una categoría superior. Su permanencia el próximo año permitiría al equipo dar un salto enorme, pero su salario parece prohibitivo.
Alarcón llegó y, a los dos minutos de ponerse la camiseta con el escudo del león, pareció ser el jefe del equipo. Con sus errores y lagunas, demostraba jerarquía sobre el césped, dotes de mando para un equipo joven y que requería una mano firme en el centro del campo. Pero su rendimiento se ha ido desinflado hasta tener un rol totalmente secundario. La lesión de la que ahora se recupera ha sido la guinda.
En los fichajes de invierno, uno de dos. Juan Carlos Cordero, que apenas tuvo margen para tutelar estas llegadas, ahora sí ha dispuesto de meses para preparar el que va ser su primer gran examen al frente de la dirección deportiva del club: la plantilla del Real Zaragoza 2023/2024.
